lunes, 26 de febrero de 2024

cabane, "Br​û​l​é​e"

 




En el maremágnum actual de oportunismo a ultranza, cele(b)ridad y overbooking de productos inanes, discos como "Brûlèe", que exigen pararse a escucharlos deteniéndose en cada detalle y en cada pausa, corren el riesgo de pasar totalmente inadvertidos, como si fuesen cualquier otra cosa aleatoria.

Cabane es la aventura unipersonal del belga Thomas Jean Henri Van Cottom (nombre completo real), músico curtido en la escena de su país ya sea como ejecutor -Venus, Soy un Caballo- o como productor -Stromae-. En su último proyecto ha hecho valer los buenos contactos para rodearse de una nómina envidiable para acicalar sus canciones: Sam Genders de Tunng o Kate Stables (This is the Kit) -la segunda presta su voz tanto en este disco como en el anterior, "Grande es la Maison", de 2020- , siendo Sean O’Hagan -Microdisney, The High Llamas- el arreglista estrella que ha dotado de la sensibilidad adecuada todas las piezas. En "Grande", recordamos, fue Bonnie Prince Billy quien aportó su plañidero registro.






El resultado de "Brûlèe" es exquisito, y su inhabitual planteamiento -muy alejado de lo comercial para rendirse a lo meramente artístico- me ha hecho ver en él un espíritu muy cercano a "1969", el disco colectivo de 2022 coordinado por Connor Seidel, o a determinadas propuestas "fantasma" de la última etapa del sello Siesta. En el caso de "Brûlèe", donde el folk de cámara de orfebrería fina fija sus cimientos, el atractivo reside en maridar los tonos vocales casi contrapuestos de Stables y Genders y salir más que airoso de la emoción propuesta. El de Genders, más nasal, sobre todo en "Today" parece emparentarse con la solemnidad de un Alan Sparhawk cuando entona ese "my love" comatoso. El de Stables, más desabridamente twee, armoniza más con el talante ambiental de "Ilot (Pt. 1)" y el casi final de película que es "All We Could Do".

Los sintes, aunque jueguen a colarse sorpresivamente en plan espontáneo en "In Parallel", ayudan después muy mucho a crear una pulcra y sutil tensión orgánica en "Dead Song Pt.1" o "Italian Mysteries". "Tout Ira Bien", para finalizar a modo de sucinta coda, remite a la brisa californiana de finales de los años sesenta y nos deja flotando con el alma llena de consuelo.

El disco-tesoro del año.

viernes, 16 de febrero de 2024

Nano Ayasaka, "Dakedo, Watashi, Idol"

  




El más madrugador de los (buenos) discos de city pop de cara al presente año hará las delicias de quienes se quedaron prendados en su día del apremio hardcore pop de "Platonic Planet", la obra maestra de KOTO en 2015. "Dakedo, Watashi, Idol", el debut en largo de esta cantante de Osaka llamada Nano Ayasaka, dispone de muy parecidos "ataques" en las programaciones que los que tenía aquel disco, ya desde "Mōsō wanrūmuwandārando", el segundo corte del álbum que traemos aquí, o llegando a "Kōinjōna koi shiyou".






No es baladí citar a KOTO, ya que en las labores de composición y arreglos de "Dakedo, Watashi, Idol", entre otros, aparece Sasaki Kissa, principal culpable de que "Platonic Planet" brillara hasta la extenuación. Texturas refulgentes a más no poder, tralla melódica y cadencias de infarto es lo que también aquí nos vamos a encontrar. En "Sayonara kuriētā" revivimos con alborozo las trazas del mejor techno kayō de los ochenta -piensen en la recia melancolía de una Miharu Koshi, o en la mítica idol Chiemi Manabe- a la vez que, entre sintes super-deslizantes, revivimos la pulsación shibuya-kei de las Neggico más inspiradas -gracias al remezclador de estas, Avec Avec, aquí también escribiendo- en otras como "Kagayaki in my love" o "Asuterizumu". "C-kyū no romantikku" es el intrépido single de adelanto, irresistible en su virulento compás. En mitad de todo ello, Nano Ayasaka -también conocida en sus inicios como ‎Esper-Nanotan- demuestra sobrada solvencia vocal tanto para las canciones más vibrantes como para las más mid-tempo, bastándose ella sola para semejante despliegue. 

Esto, en definitiva, entra como un tiro: gozada de ultra-pop edulcorado que no puede faltar en nuestra dieta.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Stevie Zita, "Dante"

 



Que esta sea la colección de canciones más numerosa hasta ahora (nueve cortes) del artista de Toronto ya solo es relevante para los que, casi incomprensiblemente, seguimos midiendo el potencial de un músico por el formato extenso en duración, formato por otra parte en clara decadencia. Y tampoco hay que tener en cuenta del todo un baremo así: "Lucid/Luna", de este mismo intérprete, fue favorito nuestro en 2022 con tan solo cuatro. El universo de Stevie Zita se calibra por el número de canciones buenas que lleva desperdigadas en singles, eps y, ahora, en este primer álbum oficial. No se fía todo a esto último, como se ha hecho convencionalmente en las últimas décadas, pero de alguna u otra manera ahí seguimos.

Tampoco es especialmente relevante que la "Intro" con la que arranca este "Dante" sea un trozo, como muy bien apunta el usuario de Youtube @Mu_de_Aries, de la mismísima "All I Wanna You" de los Beach Boys, incluida originalmente en "Sunflower" (1970). Son seis acordes que, muy probablemente, sortearán el engorro de los pleitos por los derechos de autor, porque Zita solo es relevante para un círculo reducido de entusiastas del bedroom pop más militante y nerd






Si hablamos de remuneraciones, lo mejor es destacar "Dante's Royalties", la primera piedra de toque de esta grabación, a medio camino entre Aaron Joseph Russo, Mac DeMarco y Pictured Resort, si pensamos en estos últimos impregnados de buenas dosis de suciedad. Es la quintaesencia de la fórmula sobre la que viene concentrado Zita desde sus orígenes: una guitarra líquida, desvanecida en su intento de hilvanar una textura jangle, recubierta por debajo de un glaseado de sintes psicotrópicos y coronado por una voz aparentemente abúlica. En "Gotham" todo ello se vuelve hasta plañidero y "Pyramid Schemin'" nos envuelve en la sombra alargada de R. Stevie Moore, acertadamente considerado la auténtica autoridad en esta materia de la bajísima fidelidad, dejando para "Ali Baba" el remanente del mejor Sean Nicholas Savage, el que nos embaucó a la altura de "Flamingo". Canciones todas ellas relevantes en un cosmos como el de Stevie Zita que no para generar píldoras ocultas -pero sumamente adictivas- destinadas a seguir retroalimentando el mejor pop marginalista de hoy en día.

lunes, 29 de enero de 2024

Tapir!, "The Pilgrim, Their God and The King Of My Decrepit Mountain"

   




Ay, los años noventa. Los que me conocen un poco saben de cierta animadversión por mi parte respecto a esa época. Se vendió como un retorno a determinada autenticidad, en contraposición a la década anterior donde supuestamente solo había primado la fatuidad y el horterismo -ya saben, los clichés de la laca, las hombreras y los sintetizadores puestos a bulto-. Sin embargo, y a riesgo de incurrir en generalizaciones tan apresuradas como esta, la de los noventa fue, salvo un buen puñado de excepciones, una era musical plomiza, tirando a gris, sometida al colesterol sónico y a la asfixiante depresión post-grunge -que inundaron otras corrientes como el trip-hop o el brit-pop-. La cosa acabó como el rosario de la aurora y a la altura del 98 era dificilísimo no aborrecer tanto indie-rock mustio y plano, tanta vaporosidad portisheadiana y tanto post-rock abocado al callejón sin salida casi desde el inicio de su irrupción.

Escuchar el debut de este grupo británico me ha hecho retrotraerme a esos días, por lo que ha habido que andar con pies de plomo para acabar valorando lo mejor posible un disco que partía de alguna manera con condicionantes poco halagüeños. 






En realidad, el trabajo en cuestión se trata de una recopilación de tres EPs, dos de ellos publicados el año pasado a modo de entrantes, y completado con un tercero que corona una especie de odisea primitivista en su temática central. Y con ellos yo al menos empecé por ese final: en diciembre de 2023 escuchaba "My God", adelanto del trabajo integral, una exquisita canción de cuna con la caja de ritmos oxigenando los rasgueos de la acústica y del teclado que borbotea tímidamente encima de todo aquello. Si rebobinamos al principio es cuando nos damos de bruces con los noventa: el "Act 1 (The Pilgrim)", que arranca el viaje, parece resucitar los acordes oblícuos -y el spoken word- de Slint, pero como si estos estuvieran un tanto desenchufados. En otras canciones tan sugerentes como "My God" asoman los Mercury Rev más aprovechables, antes de sumirse en el indie-prog de los dosmil: "Broken Ark" o "Gymnopédie" son ejemplos palmarios a este respecto. Y la vocación cantautoril, sin cargar las tintas en el patetismo, los conecta, quién sabe si de manera intangible, con proyectos un tanto malditos de hace treinta años como East River Pipe.

El resultado final, pese a algún interludio un tanto gratuito y tentaciones ruidistas algo trasnochadas -"Mountain Song"-, es bastante satisfactorio gracias a las habilidosas canciones anteriormente citadas -a las que habría que añadir "On a Grassy Knoll, We'll Bow Together"-, que minimizan las pretensiones vacuas a la hora de replicar un tratamiento sonoro que, sin embargo, aún no ha sido puesto demasiado en tela de juicio.

miércoles, 24 de enero de 2024

Gumshoes, "Cacophony"

  




Más que palpable (y para bien) ha sido la progresión del enigmático Sam Sparks al frente de su proyecto unipersonal Gumshoes, desde el centro de operaciones que se le presupone en Birmingham. De su primer lp -hace menos de dos años- titulado genéricamente "Mister Antigravity", con el resuello folk-punk a lo Pogues en primer plano -no exento de bisoñez-, a este "Cacophony" -el tercero ya, eps intercalados aparte- desenvuelto, fresco y mucho, mucho más refinado.






Partiendo de un concepto hilarante -las desventuras de una hipotética orquesta punk en tiempos del post-grunge que, pese al ninguneo total, se niega aún a tirar la toalla-, dedica cada una de las ocho canciones pertenecientes al álbum a la experiencia y reflexión de (y sobre) cada uno de sus componentes ficticios. En el tratamiento de las mismas adquiere un protagonismo fundamental el piano sintetizado -pero clasicista-, especialmente cadencioso en "The Real Thing" -recuerda a TV Girl despojados de electrónica- o en la muy trepidante "Nobodies". Todo ello con una fogosidad típicamente británica -Madness o los Dexys Midnight Runners de "Too-Rye-Ay" no andan muy lejos-, aunque en momentos como "One Fine Specimen" nos recuerde vocalmente más a Cathal Coughlan que a cualquier otro bregador de aquel Reino Unido. O, como bien me apunta Miguel Pacific a "un cruce entre los Bitter Springs y They Might Be Giants": escuchando la propia "Cacophony" o "Clair De Lune 2" detecto descaradamente tanto la flema de los primeros como la sana informalidad de los segundos, sin duda. Hay hasta espacio para juguetear inesperadamente con deliciosos ritmos de samba chiptune en "Low Fantasy" para que el festín sea completo, reconstituyente.

Bendito pop excéntrico.

viernes, 19 de enero de 2024

Zounds, "The Curse of Zounds" (1981, reed. 1993)

 




La segunda oleada del classic punk británico vino marcada tanto por una mayor concienciación ideológica como por una necesidad imperiosa de autogestionarse una trayectoria discográfica y de actuaciones al margen del showbiz imperante, tan castrador como de costumbre con propuestas que cuestionaran con firmeza el status quo. Atrás quedaban la ambigüedad sexpistoliana y la impostura reformista de cara a la galería tan típica de formaciones como The Clash.

La irrupción de Crass sobre 1979 y su fichaje con Small Records hacen que esta compañía empiece a notar en sus carnes la presión gubernamental a través de sus mercenarios con porra, que vigilan a cara de perro sus instalaciones con la amenaza de boicotear las producciones a las que Small va dando salida. El anarco-punk ha tomado carta de naturaleza, y al grupo de Essex no le queda más remedio que liberar de las coacciones al sello, autoeditarse y, de paso, contemplar la posibilidad de ayudar a otras formaciones a publicar sus canciones: nace a su vez Crass Records -fundada por el batería y chamán Penny Rimbaud-, hogar en algún momento de nombres como Poison Girls, The Mob o nuestros protagonistas: Zounds.




Realmente la vinculación de Zounds con Crass Records se reduce a un single, pero de importancia incuestionable y que abre la compilación que hoy tratamos: "Can't Cheat Karma", seguida del combo "War" y "Subvert". La primera, con sus escarceos casi ska-pop (como "Subvert") y sus cambios de intensidad es por derecho propio el primer clásico de los de Steve Lake. "War" (remozada luego para el primer álbum), de mensaje elemental pero desgraciadamente más vivo que nunca, advierte sobre el contexto de militarización y paranoia criminal que, en 2024, está tan presente como en el momento de escribirla. "Subvert" llama al sabotaje desde dentro del sistema, a la desestabilización en las entrañas de la lógica empleador-empleado (explotador-explotado).

Mejor aún es el siguiente single, "Demystification/Great White Hunter", su debut con la independiente Rough Trade, con la pretensión de himno pop heredada de los Buzzcocks, sobre todo en el primero de los cortes. Este da paso a lo que es propiamente "The Curse of Zounds", con portada en la que unos bomberos parecen tratar de extinguir un incendio en el palacio de Westminster. Hay que abrir en este caso el libreto del cd para corroborar que se trata de todo lo contrario, ya que el vehículo de estos trabajadores públicos no contiene agua, sino que es un camión cisterna repleto de gasolina.






"The Curse of Zounds" contiene cortes como "Fear", "Loads of Noise" o "Did the Jump", mucho más claustrofóbicos y sinuosos que los anteriores, pero aferrados a sus intrínsecos planteamientos libertarios y pacifistas. El tono melódico de "Demystification" vuelve a hacer acto de presencia en "Little Bit More", y "Mr. Disney" (contra la idiotización proyectada por la marca del susodicho) apuesta por los ritmos entrecortados del post-punk a la manera de Gang of Four.

Posteriormente, ya fuera del lp propiamente dicho, grabaron un "Dancing" que sorprende hasta cierto punto con el empleo de sintetizadores minimal y algo de vocación cold-wave. Por el otro lado, "True Love" es new wave en estado puro, así como "More Trouble" -vía power pop- y "Knife", incluidas en el siguiente sencillo. Ambos artefactos dan la medida de cuáles podrían haber sido los siguientes pasos del grupo (de resultados igualmente notables, por otra parte, en "Not Me", una de las inéditas que se encuentran al final del compacto).




Pasos que nunca llegaron a suceder, o que tardaron lo suyo. Zounds se disuelven poco después y, tras varios proyectos posteriores -The World Service, la carrera en solitario de Lake, Blyth Power- el retorno en 2011 con "The Redemption of Zounds", un trabajo bastante digno rubricado con impronta de punk tabernario y sus siempre afiladas e irreprochables letras en primer plano: la confrontación que no cesa.