miércoles, 30 de enero de 2013

The Chrysanthemums



¿Podemos tomarnos en serio a un grupo que, de cinco discos, uno es un sarcástico homenaje a las sesiones de John Peel (“The XXXX Sessions”), otro es un innecesario “cover album” dedicado por completo al más que cursi “Odessey and Oracle” de The Zombies (eso sí, fueron pioneros a la hora de embarcarse en proyectos así; estamos hablando de 1990) y otro un insoportable directo -“Insekt Insekt”- pasado de rosca? Visto así, todo pareciera indicar que nos encontramos ante una pandilla de insensatos graciosetes con mucho tiempo libre y muchas más ganas todavía de hacérnoslo perder a los que andamos justos de magma de Crono. Sin embargo, y aun aceptando como aceptamos su inherente chifladura, la respuesta a nuestra eterna pregunta tiene una firme aseveración: los discos restantes, con material original, derroche de energía e inspiración a raudales conforman uno de los dípticos indispensables de pop psicodélico (o no) de finales de los ochenta. Un respeto por lo tanto.


Is That a Fish on Your Shoulder or Are You Just Pleased to See Me? (1987)

Formados un año antes de la publicación de este debut por Terry Burrows (aka Yukio Yung), extravagante geométra de la electrónica cuántica y el pop ancestral, y Alan Jenkins, pequeña leyenda desde finales de los setenta de la minúscula escena de Leicester al frente de los recomendables The Creams y los inquietantes (por decir algo) The Deep Freeze Mice -grupo este último que mezclaba con exasperante militancia psicodelia de la dura (progresivo), pop y bromas varias en una indigesta colección de álbumes a los que sólo se pueden acercar amantes de las emociones aberrantes y el oído dislocado-, a los que se uniría rápidamente otro preboste de la más rabiosa independencia y de quien ya dimos cuenta aquí, el simpar Jonathan Lemon.


La combinación de los dos primeros, que poseen personalidades hasta cierto punto antagónicas en la práctica, quizá sea la clave -aunque sólo fuese durante dos discos- por la que acabó forjándose un capital preciado y –quizá a pesar de sus protagonistas- exacto. Así, al atractivo vocal de Burrows, basado en la concreción y el lirismo melódico, se confrontaba la intensidad y la desbocada intuición sonora de un Jenkins afortunadamente domesticado para la ocasión. Ya desde la inaugural “Gloucestershire is just an illusion”, que mezcla proporcionadamente a Shadows con pop tecnicolor, asistimos a la palpable demostración de nuestro planteamiento. “Bullshit”, con su lejano aroma de jazz-pop latino –como “Logical fish”- e impregnado de new wave es la canción más directa y celebrativa de este primer lote. Otras como “Geraldine” o la espectral “You are a serbian (and i like you)” los sitúan como más que dignos continuadores de ese pop psicodélico con maneras de songwriter expansivo, como el que practican desde tiempo inmemorial Robyn Hitchcock o el Martin Newell de sus muy recomendables Cleaners From Venus; así que consecuentemente no es difícil detectar el espíritu y las telarañas de Paul Roland en momentos como “Another sacred day”. El pop sesentas de juguete, con su punto oblicuo y escurridizo está representado en “The unprouncable Finn”, mientras el turgente pop barroco de “I wish Marvin Gaye's father had shot me instead” sirve como exorcismo particular hacia uno de los capítulos más desafortunados de la historia del pop.


Mención especial para la participación estelar del abuelo del lo-fi, el genial R. Stevie Moore –dios los cría…- que cede la deliciosa y obnubilada “The holocaust parade” para que él y The Chrysanthemums se luzcan como una especie de They Might Be Giants con un poco de ácido en las copas, y “Buzzing unobtrusively”, que por susurros y calidez no sería descabellado poder ubicarla justo al lado del primer repertorio de Prefab Sprout.
En resumen, un disco fantástico -el título lo soñó Burrows durante la grabación- que, no obstante, sirve casi como mera toma de contacto cara al portentoso despliegue que vendría después.


Little Flecks of Foam Around Barking (1989)

Los crisantemos tiran la casa por la ventana y entregan uno de esos escasos discos dobles donde, inesperadamente, nada sobra y nada falta. 27 perlas juguetonas, enciclopédicas y pedagógicas con minutajes felizmente ajustados. Sólo hay que prestar atención a “God and the Dave Clark five”, en homenaje a los competidores de Beatles, donde se encapsula en cinco minutos la transición de la rebelión ye-yé a la psicodelia más absorta, pasando por el power pop menos rancio y terminando en humorada marca de la casa. Todo ello compulsado en unos de los despliegues más imaginativos que se recuerdan con las seis cuerdas.




En “Cream string” vuelven a asomar TMBG y en “The Overseer of the indigo farm” se atreven a compaginar retazos reggae con el más puro beat. Se intuye folk-pop en la brevísima "The hygrometer song" y la caligrafía de la 'british invasion' se da cita con el pop pastoral en "And your dog can sing". En "Raymond Chandler" asistimos a otra poliédrica muestra de navegación sin capitán, un rompecabezas sonoro -Brian Wilson en la cama con Syd Barrett, Ray Davies y el sombrerero loco- donde, milagrosamente y pese a los saltos constantes de temperatura, ritmo y tonalidad, podemos seguir el argumento y -me chivan- internarnos sin problemas en la mente de un esquizofrénico. ¿Se puede hacer sophisti-pop de bajo presupuesto, pasar a continuación al Canterbury sound y terminar macerando new wave?. Eso es "Irreversible syntax errors" y mucho me temo que The Chrysanthemums son prácticamente los únicos en el planeta que han podido dar con una respuesta afirmativa al respecto.




"Double o gauge dogs" vuelve al reggae nuevaolero -saludos a los primeros The Hopeful Chinamen de Clive Pig- y el pop se nutre a la manera de Doug Goodwin en "He´s had his bears", mientras Howard Devoto asoma de la madriguera cuando llega "The last great dogfight". "Love is for the astronauts", "Climb aboard the groove tractor" o "Er" son joyas de pop reconstituyente y no dan cuenta del posible acabado: ya deberían intuir a estas alturas que nuestros chicos se van por las ramas y ahí se quedan autoinmolándose con gusto. Lo llevan en el adn. La lírica y tragicómica "The fading memory of Mr. Rose" (con efluvios flamencoides de por medio) nos allana el camino hacia una recta final de infarto. "Josephine and Tchaikovsky" es una valiente sinfonía de punk melódico, arrebatador y apasionado lejanamente mod con más de tres partes, algo habitual en ellos y muy difícil de encontrar en cualquier otro combo al uso. Cierra la nana venenosa "The handkerchief man's last bonfire" y la sensación final nunca es la misma cada vez que uno ha escuchado entero este disco. Un viaje alucinógeno en toda regla. Siempre imprevisible.

sábado, 26 de enero de 2013

Ubú en bicicleta, de Alfred Jarry



¿Entretenimiento para burgueses proscritos?, ¿broma inocua y antirracionalista para las grandes ocasiones?, ¿cohorte de bufones pseudo-masones en busca de un nuevo tradicionalismo? A trece años de la ’desocultación’ del Colegio de Patafísica y ciento cuarenta del nacimiento de su más que involuntario fundador sigue habiendo motivos para la empatía, y en las páginas de este librito compilatorio tenemos algunas pruebas de tan entusiasta aseveración.




Extrapolando su personaje estrella a otros momentos tan tronchantes o más, nos encontraremos, por ejemplo, dos artículos que vertebran la concepción álter humana aplicada a las ¿dos? ruedas. El “Ciclo-guía Miran Ilustrada” y “Adelfismo y Nostalgia” son las verdaderas piedras filosofales de lo que Jarry entendía por ciclismo: mecánica física y mental imperturbable y cínica, alejada por completo de cualquier acceso de propensión sentimental y adalides ambos del movimiento perpetuo. A éstos hay que añadir “La marcha”, donde uno puede percibir la velocidad con el mismo acceso de virulencia conceptual.

El chiste que subyace de la columna “Los peatones temerarios” se explica desde el mismo título con una voluntad enfática similar a los textos anteriores: la educación vial implica el mismo compromiso por parte de la gente de a pie que el que tienen vehículos más o menos motorizados. Sin embargo, la realidad aún asusta a día de hoy por su constante incumplimiento. Y así nos va.





Cuando uno se acerca a “El Supermacho”, la novela de Jarry donde combina el erotismo de Apollinaire con la especulación tecnológica de un Villiers de L'Isle-Adam o un H.G. Wells, jamás podrá olvidar “La carrera de las diez mil millas”, su capítulo más antológico y disfrutable: una batalla despiadada entre un tren y varios ciclistas que, dopados o no, muertos o no, fantasmas o no, parecen competir desde una máquina que se nos asemeja más a una piragua o a aquel barco de las gestas y opiniones del Doctor Faustroll que a cualquier otra cosa. Creo que la expresión “tour de force” para describir semejante epopeya le va como un guante.






Para un amante del vértigo como Jarry, tampoco podría faltar un homenaje en “Looping the loop” a los velódromos de formas imposibles y justamente circenses, y si tenemos que apostar por otro momento cumbre (nunca mejor dicho) de esta antología, ahí tenemos ni más ni menos que a Cristo en “La Pasión considerada como una carrera de montaña”, un sketch con muchos de los protagonistas bíblicos haciendo de “bidoneros”, periodistas, espectadores o espontáneos en una mítica contrarreloj con un podio final a su vez más que emblemático. Siempre al encuentro de la excepción, como ustedes positivamente saben.