domingo, 24 de febrero de 2013

Poesía completa, de Maurice Maeterlinck




Ya que nuestro hombre es proclamado “el rey del Simbolismo”, conviene recordar en qué consiste este recurso que es mucho más que una corriente artística en una época determinada. Si bien fue a finales del XIX y principios del XX cuando alcanzó su máximo apogeo y se trabajó más a destajo en el concepto, es una disciplina que anega épocas, estilos y modas.

“El autor recurre al hermetismo semántico como medio de expresión del símbolo. No puede haber símbolo sin pluralidad de sentidos. El oscurecimiento del significado favorece la cooperación del lector, que se encuentra confrontado a una sucesión de imágenes disparatadas cuyos vacíos deberá completar con sus propias representaciones”.


Es decir, que cada cual aporte su propia interpretación como una forma de participación más activa de lo que, en apariencia, implica el aturdimiento o la mera expectación y digestión del texto.



Maeterlinck, en los “Invernaderos cálidos” -su primer libro de poemas-, apuesta por un previsible hermetismo atmosférico a juego con un minimalismo temático como representación de un modelo puramente empírico. Arquetipos simbolistas como el azul, el cisne, el claro de luna o el hastío –que explotaron con semejante vehemencia contemporáneos como Rubén Darío o alumnas aventajadas del belga como Alfonsina Storni- se convierten en constante, en eje central.

Pero quizá lo que más llama la atención de este libro –el mejor de los dos únicos que publicó en verso- son sus “oraciones”, donde la hondura se hace más palpable y expiación más concreta y dócil. Se genera un llamamiento más urgente, reiterando piedad por diferentes estados (ausencia, desgracia o rencor) las veces que sean necesarias.



En la segunda “Oración” comienza: “Mi alma teme como una mujer”, y uno no puede dejar de pensar que, quizá conscientemente, Maeterlinck pretendía rebatir al Rimbaud de “Sensación”, que apostillaba “feliz como una mujer”. Mientras el francés hacía un ejercicio de desinhibición, llevado en volandas por la promesa de un horizonte inabarcable, el belga vengaba aquel requiebro desde un escenario más opresivo, como queriendo acentuar las fronteras de esos forjados paraísos de miniatura, fronteras que inexorablemente él reconstruye íntimamente a través de sus versos. Insistirá en ello en la siguiente plegaría: “Ábreme, Señor, tu camino. Ilumina mi alma cansada, pues la tristeza de mi alegría parece la hierba sobre el hielo”.

De sus “Quince canciones” nos quedamos con la última, donde depura al máximo la épica expuesta en las catorce anteriores, para sentenciar con un fino rayo de consuelo:

“No hay pecado que viva
cuando el amor ha hablado,
no hay alma que muera
cuando el amor ha llorado”

Maeterlinck, conciso escultor de lo emotivo.

viernes, 8 de febrero de 2013

Dreams that money can buy (Hans Richter, 1947)




"Todo el mundo sueña. Todo el mundo viaja. A veces por países donde una extraña BELLEZA, SABIDURIA, AVENTURA, AMOR le espera. Esta es una historia de sueños mezclados con realidad."

Los primeros planos funden la perplejidad de un Josef K con la ligereza de los hermanos Marx (la parte contratante). El protagonista, un poeta víctima -perdonen la redundancia- de una ridícula burocracia que maneja su porvenir más inmediato como si de una partida de poker se tratase, consigue a duras penas la licencia de un alquiler que no sabe cómo pagará. Un paria cuya voz interior le sacude del ensimismamiento para sentenciar: "Hoy en día no se llora. Hoy en día vives o mueres". Terriblemente actual, ¿verdad?. Y va a hacer las dos cosas: descubre que es un vidente (y "el ojo es una cámara", en referencia al perro andaluz de Buñuel). Se encuentra entonces en condiciones de inaugurar un nuevo empleo: detective de sueños. Puede construirlos a medida, desentrañar otros. Monta su propio consultorio.

Es un largometraje experimental (qué anacrónico suena) pero contenido, con más vocación de lo previsto por la inteligibilidad, del prolífico artista alemán, realizado en su huída a los Estados Unidos y perpetrado junto con otros vándalos de la imagen, el verbo y el pensamiento. Carne de filmoteca, a ser posible en épocas intempestivas e imprevistas.



Desire (colaborador Max Ernst)
La voz en off es omnisciente para el poeta y aparece y desaparece para resto de personajes (como al comienzo de este poema donde aparece un trasunto de Drácula con la presencia de la Muerte detrás y sugerentes escenas goyescas). “¿Qué es el amor sino el más íntimo principio de la naturaleza en acción?”. Referencias “mallarmeianas” (“un golpe de dados jamás abolirá el azar”)

The girl with the prefabricated heart (colaborador Fernan Léger)
Repleto de humor ágil, este segundo sueño (que llega a entremezclarse con el primero, como pasará en posteriores capítulos) se inicia casi como una comedia de situación muy moderna, donde el cambio de cliente genera las suficientes interpretaciones por parte de todos los personajes involucrados y lo condensa, además, sin mediar palabra. Una neurótica organizacional pone en jaque a nuestro héroe visionario para, a continuación, mostrar su fantasía de mujer con expectativas sumamente convencionales, en varias de las secuencias más recordadas: la creación del maniquí femenino y la aparición del masculino colmando sus deseos. Un estático musical para, no obstante, “un corazón irrompible, a prueba de amor”.



Ruth, roses and revolvers (colaborador Man Ray)
La mujer del primer paciente, que sorprendía a su marido con la protagonista en una situación ambigua, es la protagonista del tercero. Habla del fulgor pasado de una mujer madura y de dónde quedó el entusiasmo inicial y adolescente.
Se proyecta una película sorprendente: el publico de la sala imita todos y cada uno de los gestos del único protagonista. ¿Una crítica a la alienación del ser humano o autoparodia que se sirve del espectador, tentado por los gestos inconsistentes de la vanguardia? Aparece una foto del propio Man Ray, quizá para reforzar la chanza autorreferencial.

Discs (colaborador Marcel Duchamp)
Tiene un aroma de film noir. Hay humo, una pistola, un flequillo airado y un agente del orden. Parece que va a ser la confesión de un condenado con un pasado posiblemente ‘gansteril’ o un criminal común, pero no precisamente melodramático. Se insertan las famosas espirales de cartón que quieren dar una impresión tridimensional y que acaban pareciendo ojos escrutadores.




Ballet (colaborador Alexander Calder)
Se arma de máscaras, enigmas y sombras chinescas. Sincretismo tribal sobre un fondo que anticipa a Martin Denny. Es el más difícil todavía: comerciar con los impenetrables sueños de un ciego y su nieta pequeña.

Circus (colaborador Alexander Calder)
Formado sólo por marionetas de alambre (maestros de ceremonia, acróbatas, domadores, leones, forzudos, bailarinas), la representación abstracta y maquinal deja paso al sueño particular del detective, que simbólicamente aparece en su propia sala de espera. Pasa a ser un jugador de cartas que cambia de color y que va perdiendo contrincantes mientras los objetos le cierran el camino (“era como nieve cayendo en mis manos y en mi corazón”). Acaba escapando a través de una escalera que funciona como una metáfora del estrés acumulado y la sensación de libertad añorada. Alcanza a la mujer amada, tentadora, a la que asesina off the record.

Ay, el sueño. Ese “montón de antigua noche”, que decía Mallarmé.