miércoles, 8 de mayo de 2024

KCIDY, "Quelque chose de bien"






Pauline Le Caignec es teclista y segundas voces en Satellite Jockey, grupo afincado en Lyon con disco también en este 2024. A los segundos los podemos situar en la onda de Orwell, aunque por derroteros más ásperos que los del combo de Jérôme Didelot. Por otro lado, y bajo el apelativo de KCIDY, este "Quelque chose de bien" es la tercera entrega en solitario de Le Caignec y, sin lugar a dudas, la más rotunda hasta la fecha, con o sin compañeros de por medio.

Su andadura individual comienza con "Lost in Space" (AB, 2017), bajo parámetros dream-pop y considerable carcasa electrónica, lo que ya entonces hizo distanciar su propuesta de la de Satellite Jockey en los modales juguetones y la limpieza de arreglos. "Les gens heureux", de 2021, la resituó en estándares más new wave -siempre entendidos bajo la muy particular idiosincrasia francesa, claro-, algo que en "Quelque chose de bien" se ha subrayado aún más. En este sentido, su decidida apuesta por recuperar los sonidos y la instrumentación de finales de los setenta me hace emparentarla con la finlandesa Litku Klemetti de hace un lustro, aunque sin la sana enajenación de esta.




Fundiendo las enseñanzas de Elli & Jacno o los Taxi Girl más pop con la afectación de las cantantes ye-yés de los sesenta -France Gall es lo que primero que viene a los oídos- fluye el arranque del disco, desde "Mon sac est lourd" y el hit "Soudain une envie" hasta, pongamos, "Collier de pluie". Pero la energía y la frescura, unidas a una perfecta delineación melódica, no cesan o se vienen abajo en ninguno de los catorce cortes que componen la obra, intercalando esa efervescencia con baladas de sentido y añoranza en la mejor tradición pop gala, como es el caso de  "J'ai tant attendu", "Camille" y "Octobre". En medio se cuela, a modo de incentivo extra, el guiño tropical de "Mélodie", que siempre colorea y da esplendor.

Un artefacto dulzón y magnético de afanoso clasicismo que debe tenerse muy en consideración: resuelve con creces su perseguido efecto placebo.

martes, 16 de abril de 2024

Déjà Vu - An Electropop Compilation 6

 





Fotos (de arriba abajo): Dua Lipa, JJ Weihl (Discovery Zone), Julia Kwamya, Laura Groves, Maye, Sandra Ramos (Salfumán, Medianoche)



En diferido desde Samoa: sesión electropop -dividida en dos tandas, casi dos horas en total- para el apocalipsis en el que estamos ya inmersos. 
Las 24 mejores piezas de pop sintético recogidas en los últimos años.






Playlist (incompleta) en Spotify:



lunes, 15 de abril de 2024

Klaus Johann Grobe, "Io Tu il Loro"





Un par de apreciaciones rápidas, pero manifiestas, a la hora de afrontar el cuarto álbum de los suizos Klaus Johann Grobe: por una parte la desatención más que gradual en sus composiciones del idioma alemán en favor, mayoritariamente, del inglés (con frases puntuales en italiano y algún resquicio del propio alemán) y, por la otra, el abandono del tono musculado tipo kautrock que venían practicando hasta ahora en favor de un sonido menos aristado, más luminoso y suave. Desde aquí apostamos a que lo primero ha hecho que lo segundo se diera después de manera natural, y no al contrario.




Aunque no terminan de renunciar a los sintes setenteros - palpables desde la inicial "Highway High"-, la evolución hacia el lounge costero parece espontánea y de lo más consecuente, incluida la intersección con el space disco italiano más melódico -"When you leave"-. El optimismo se hace destino en "Bay of Love" -como si The Aluminum Group se hubieran mudado a Rimini- y en "Io tu il Loro" o en "Better Do", con esa calidez y esa dulzura vocalmente limitadas que algunos solemos asociar irremediablemente a Arto Lindsay. La feliz progresión de Sevi Landolt y Daniel Bachmann se hace todavía más melosa y romántica en la final "You Gave It All". Esta última pieza deja un regusto por el cual, sí, pensamos que después de seis largos años de silencio, han (re)tomado el rumbo adecuado aunque se resienta por el camino la facción más cósmica en favor de otra más tórrida a la que, desde ya, nos matriculamos gustosos.

martes, 9 de abril de 2024

Good Morning, "Good Morning Seven"

 




De lenta pero resistente y cada vez más expresiva puede calificarse la evolución de los australianos Stefan Blair y Liam Parsons al frente de Good Morning. De los inicios con altas expectativas de sus dos primeros eps, "Shawcross" (2014) y "Glory" (2016) -sobre todo el primero de ellos- hasta llegar a este "Good Morning Seven", en el que se hacen por méritos propios con un hueco entre lo más granado del presente año han pasado, a lo tonto, diez años.

Más allá de las irradiaciones de Pavement o Mac DeMarco que se entreveían en sus entregas iniciales de bedroom-pop ratonero (y que tampoco han perdido del todo: escuchen "Diane Said"), el séptimo -y doble- que es el que nos ocupa hoy gana a todos los anteriores en destreza, detallismo y arrojo. Y, conviene recordar, en tiempos donde doblar de largo en minutaje lo que un oyente actual es capaz de escuchar a lo sumo del tirón y salir con un elevado tanto por ciento del repertorio convertido en oro no es en absoluto desdeñable.






Es a la altura de "Monster of the Week" donde ya nos damos cuenta de que estos chicos van más en serio que nunca. Se trata de un vigorizante medio tiempo que aúna lirismo de backstage con efluvios del sol insidioso de la Costa Oeste. En general hay un espacio generoso para pianos con acordes en caída -"As The Dogs Were Playing", "The Worm Turns"-, para exaltaciones contenidas a lo The Hidden Cameras -"Dog Years", "Real I'm Told"-, para un folk entre boydiano y wilsoniano -"Queen Of Comedy", "Jelly Legs", "Dogs On The Beach"- y un pop preciosista muy a la sombra de Jens Lekman -"The Lake", "Just In Time"- que antes apenas se podía intuir. Y para darle el plus definitivo de distinción incorporan soul de satén -"One Night", "Excalibur", "The Fear!"- que convalida el afán por escribir con ambición más allá de los estrechos márgenes del indie de rigor -aunque en la extraordinaria "Excalibur" recurran, además, al asidero de los Velvet Underground apacibles del tercer disco-.

Good Morning, sea como sea, se han hecho mayores y más valientes: esperemos que, de ahora en adelante, en lo segundo no se echen atrás. De lo primero no se puede librar ni el más pintado.

jueves, 28 de marzo de 2024

Alain Chamfort, "L’impermanence"

 




75 años contemplan al parisino Alain Chamfort, unos de los músicos más intuitivos de la escena francesa, tanto para rodearse de sparrings de la talla de Dutronc, Claude François o Gainsbourg -las canciones que Gainsbarre le hizo para "Poses" (1979) y "Amour, année zéro" (1981) fueron para Alain un antes y un después- como para echar mano después de discípulos insignes como Bertrand Burgalat o Sébastien Tellier, formando con este último un dueto en "Whisky glace", incluida en este "L'impermanence". Por no hablar de su relación hasta más allá de lo musical con la musa de la disco new wave Lio. Consciente de las alturas de partido y de las condiciones del terreno de juego -el formato físico como reliquia para los menguantes aficionados compulsivos, y el directo como exclusiva tabla de salvación para los de su quinta-, Chamfort ha decidido con buen criterio cerrar en 2024 su carrera discográfica y lo ha hecho, tras tantas vicisitudes, despidiéndose a lo grande.

El tono elegíaco que recorre buena parte de las canciones de "L'impermanence" (tanto a nivel sonoro como a nivel de letras) y la autoconsciencia de la recta final que está enfilando hacen de su último disco para la historia un ejemplo palmario de álbum terminal a la altura de "Blackstar", "You Want It Darker" o "Beyond the Sun" regodeándose, como en estos casos, en reflexiones sobre el paso del tiempo ("la vejez es una lesión grave", canta en "L'apocalypse heureuse") y llamadas a la expedición fatal.





La producción artística de Julien Delfaud y los arreglos de Clément Ducol son capitales para sumergirse en un barroquismo electrónico -"Dans mes yeux" o "En beauté"  deberían subyugar a los fans de Marc Almond- de los que van agarrando la fibra de manera infalible. Llevando la chanson hacia territorios que no por ya explorados (la triada "Par inadvertance", "Altiplano" y "À L'aune") resultan menos sobrecogedores. La tensión post-apocalítica de "Whisky Glace" tiene en su saxo indómito una prueba fehaciente, también, de lo que ha llegado a influir el último disco en vida de Bowie, y la canción que da título al álbum hurga más si cabe en consideraciones filosóficas de gran calado ("esta es la causa de nuestros miedos y nuestra esencia: el mal y las flores, la impermanencia, por eso lloramos y bailamos"). Aquí todo suma: hasta el rapeado noir de "Vanité vanité" ("tanta humildad pavoneándose constantemente") engancha triunfalmente en cada sincopado.

Para el final un acto de redención en la desbordante "Tout s'arrange à la fin" (Brel, The Divine Comedy o Jack resuenan en el galope) y "La grâce", sobre el objetivo último de su profesión ("a los corazones de mis semejantes, antes de caer en desgracia, ¿habré tocado esta gracia?, ¿habré sabido tocar a la gente?") en forma de determinante power ballad.

Inmenso Chamfort.

lunes, 26 de febrero de 2024

cabane, "Br​û​l​é​e"

 




En el maremágnum actual de oportunismo a ultranza, cele(b)ridad y overbooking de productos inanes, discos como "Brûlèe", que exigen pararse a escucharlos deteniéndose en cada detalle y en cada pausa, corren el riesgo de pasar totalmente inadvertidos, como si fuesen cualquier otra cosa aleatoria.

Cabane es la aventura unipersonal del belga Thomas Jean Henri Van Cottom (nombre completo real), músico curtido en la escena de su país ya sea como ejecutor -Venus, Soy un Caballo- o como productor -Stromae-. En su último proyecto ha hecho valer los buenos contactos para rodearse de una nómina envidiable para acicalar sus canciones: Sam Genders de Tunng o Kate Stables (This is the Kit) -la segunda presta su voz tanto en este disco como en el anterior, "Grande es la Maison", de 2020- , siendo Sean O’Hagan -Microdisney, The High Llamas- el arreglista estrella que ha dotado de la sensibilidad adecuada todas las piezas. En "Grande", recordamos, fue Bonnie Prince Billy quien aportó su plañidero registro.






El resultado de "Brûlèe" es exquisito, y su inhabitual planteamiento -muy alejado de lo comercial para rendirse a lo meramente artístico- me ha hecho ver en él un espíritu muy cercano a "1969", el disco colectivo de 2022 coordinado por Connor Seidel, o a determinadas propuestas "fantasma" de la última etapa del sello Siesta. En el caso de "Brûlèe", donde el folk de cámara de orfebrería fina fija sus cimientos, el atractivo reside en maridar los tonos vocales casi contrapuestos de Stables y Genders y salir más que airoso de la emoción propuesta. El de Genders, más nasal, sobre todo en "Today" parece emparentarse con la solemnidad de un Alan Sparhawk cuando entona ese "my love" comatoso. El de Stables, más desabridamente twee, armoniza más con el talante ambiental de "Ilot (Pt. 1)" y el casi final de película que es "All We Could Do".

Los sintes, aunque jueguen a colarse sorpresivamente en plan espontáneo en "In Parallel", ayudan después muy mucho a crear una pulcra y sutil tensión orgánica en "Dead Song Pt.1" o "Italian Mysteries". "Tout Ira Bien", para finalizar a modo de sucinta coda, remite a la brisa californiana de finales de los años sesenta y nos deja flotando con el alma llena de consuelo.

El disco-tesoro del año.

viernes, 16 de febrero de 2024

Nano Ayasaka, "Dakedo, Watashi, Idol"

  




El más madrugador de los (buenos) discos de city pop de cara al presente año hará las delicias de quienes se quedaron prendados en su día del apremio hardcore pop de "Platonic Planet", la obra maestra de KOTO en 2015. "Dakedo, Watashi, Idol", el debut en largo de esta cantante de Osaka llamada Nano Ayasaka, dispone de muy parecidos "ataques" en las programaciones que los que tenía aquel disco, ya desde "Mōsō wanrūmuwandārando", el segundo corte del álbum que traemos aquí, o llegando a "Kōinjōna koi shiyou".






No es baladí citar a KOTO, ya que en las labores de composición y arreglos de "Dakedo, Watashi, Idol", entre otros, aparece Sasaki Kissa, principal culpable de que "Platonic Planet" brillara hasta la extenuación. Texturas refulgentes a más no poder, tralla melódica y cadencias de infarto es lo que también aquí nos vamos a encontrar. En "Sayonara kuriētā" revivimos con alborozo las trazas del mejor techno kayō de los ochenta -piensen en la recia melancolía de una Miharu Koshi, o en la mítica idol Chiemi Manabe- a la vez que, entre sintes super-deslizantes, revivimos la pulsación shibuya-kei de las Neggico más inspiradas -gracias al remezclador de estas, Avec Avec, aquí también escribiendo- en otras como "Kagayaki in my love" o "Asuterizumu". "C-kyū no romantikku" es el intrépido single de adelanto, irresistible en su virulento compás. En mitad de todo ello, Nano Ayasaka -también conocida en sus inicios como ‎Esper-Nanotan- demuestra sobrada solvencia vocal tanto para las canciones más vibrantes como para las más mid-tempo, bastándose ella sola para semejante despliegue. 

Esto, en definitiva, entra como un tiro: gozada de ultra-pop edulcorado que no puede faltar en nuestra dieta.