jueves, 28 de marzo de 2024

Alain Chamfort, "L’impermanence"

 




75 años contemplan al parisino Alain Chamfort, unos de los músicos más intuitivos de la escena francesa, tanto para rodearse de sparrings de la talla de Dutronc, Claude François o Gainsbourg -las canciones que Gainsbarre le hizo para "Poses" (1979) y "Amour, année zéro" (1981) fueron para Alain un antes y un después- como para echar mano después de discípulos insignes como Bertrand Burgalat o Sébastien Tellier, formando con este último un dueto en "Whisky glace", incluida en este "L'impermanence". Por no hablar de su relación hasta más allá de lo musical con la musa de la disco new wave Lio. Consciente de las alturas de partido y de las condiciones del terreno de juego -el formato físico como reliquia para los menguantes aficionados compulsivos, y el directo como exclusiva tabla de salvación para los de su quinta-, Chamfort ha decidido con buen criterio cerrar en 2024 su carrera discográfica y lo ha hecho, tras tantas vicisitudes, despidiéndose a lo grande.

El tono elegíaco que recorre buena parte de las canciones de "L'impermanence" (tanto a nivel sonoro como a nivel de letras) y la autoconsciencia de la recta final que está enfilando hacen de su último disco para la historia un ejemplo palmario de álbum terminal a la altura de "Blackstar", "You Want It Darker" o "Beyond the Sun" regodeándose, como en estos casos, en reflexiones sobre el paso del tiempo ("la vejez es una lesión grave", canta en "L'apocalypse heureuse") y llamadas a la expedición fatal.





La producción artística de Julien Delfaud y los arreglos de Clément Ducol son capitales para sumergirse en un barroquismo electrónico -"Dans mes yeux" o "En beauté"  deberían subyugar a los fans de Marc Almond- de los que van agarrando la fibra de manera infalible. Llevando la chanson hacia territorios que no por ya explorados (la triada "Par inadvertance", "Altiplano" y "À L'aune") resultan menos sobrecogedores. La tensión post-apocalítica de "Whisky Glace" tiene en su saxo indómito una prueba fehaciente, también, de lo que ha llegado a influir el último disco en vida de Bowie, y la canción que da título al álbum hurga más si cabe en consideraciones filosóficas de gran calado ("esta es la causa de nuestros miedos y nuestra esencia: el mal y las flores, la impermanencia, por eso lloramos y bailamos"). Aquí todo suma: hasta el rapeado noir de "Vanité vanité" ("tanta humildad pavoneándose constantemente") engancha triunfalmente en cada sincopado.

Para el final un acto de redención en la desbordante "Tout s'arrange à la fin" (Brel, The Divine Comedy o Jack resuenan en el galope) y "La grâce", sobre el objetivo último de su profesión ("a los corazones de mis semejantes, antes de caer en desgracia, ¿habré tocado esta gracia?, ¿habré sabido tocar a la gente?") en forma de determinante power ballad.

Inmenso Chamfort.

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