viernes, 29 de septiembre de 2023

Guy Cabay, "Cabaycédaire"






El rescate de este año, dentro del ámbito del jazz, no es ninguna fantasmada free con coartada avant-garde, sino un encantador compendio de las dos primeras grabaciones importantes del xilofonista, pianista y cantante belga Guy Cabay, acontecidas a finales de los años setenta del siglo pasado. Las características más destacadas de este artefacto, bautizado como "Cabaycédaire" son, por un lado, la inusitada fascinación por la música brasileña -de la que Cabay se enamoró irremediablemente ya en su juventud- y, por otro, la apuesta por interpretar en el idioma valón -lengua muy minoritaria en Bélgica en las últimas décadas- todas las piezas incluidas.

El resultado de la convivencia de las canciones más destacables de "Tot-A-Fêt Rote Cou-D'zeur Cou-D'zos" y "Li Tins, Lès-ôtes Èt On Pô D'mi" subyuga, empezando por el baroque pop afrancesado de "Li Sabat d'Sinte Mére l'Oto", con maneras de marching band en "Li Robaleû", siguiendo con las zambullidas en la bossa nova -"A m'vwèzène", "Pôve Tièsse"-, la nana -"Dji m'distoûrne di m'vôye"- o en el lado gainsbourgiano que, mayormente, domina el disco "Lins Tins". Cabay consigue que la declamación se mueva entre lo naif  y lo granuloso (en esto último recuerda a algunos intérpretes de la era clásica de la poesía cantada polaca, que tanta influencia tuvieron igualmente de la chanson, del samba o del folk anglosajón) con absoluta naturalidad. Precisamente, al menos en lo que respecta a "Tot-A-Fêt", primero de los discos, es el lado más folk el que queda un tanto infrarrepresentado en "Cabaycédaire", al no incluir piezas igualmente exquisitas de aquel disco como "Obzèkes" o "Dji m'dimande".






"Cabaycédaire" ostenta, finalmente, unas notas elogiosas por parte de dos pesos pesados del pop francés como son Louis Philippe y Bertrand Burgalat (casi nada) que no dudan, como nosotros, en recomendar encarecidamente este bella indagación en la calidez del trópico por parte de un centroeuropeo apasionado por confrontar sus ascendencias sureñas.

Los discos originales, por cierto, y descartadas sus reediciones íntegras en formato físico, conocerán una revaluación completa en el digital. Se mire por donde se mire, pues, no hay excusa.

martes, 19 de septiembre de 2023

The Appointment (Lindsey C. Wickers, 1981)







Tiene ingredientes suficientes para acabar convirtiéndose, más de cuarenta años después de su realización, en una película de culto: único largometraje de Lindsay C. Wickers, dedicado fundamentalmente a las labores de asistente de dirección (sobre todo para la Hammer: "Taste the Blood of Dracula", "Blood from the Mummy's Tomb" o "Scars of Dracula"), llegó a ponerse al frente de "The Lake" (cortometraje, 1978) y "The Appointment" más bien por razones azarosas, pero en ambos casos dejó una impronta muy particular que, poco a poco, empieza a ser reconocida al menos en cierto fandom, en base a una apuesta decidida por un cine que hurga entre el fantástico más sutil y el terror psicológico menos pirotécnico.

En "The Lake" Vickers ya incluyó algunos de los presupuestos alusivos que desarrollará con más osadía en "The Appointment": sonidos incidentales que recuerdan lo que pasó en lugares ora abandonados ora invadidos por espíritus acechantes y un ritmo pausado a la hora de rodar -pero jamás tedioso o reiterativo-. Por no hablar de alegorías recurrentes como los perros -ya sean víctimas o presencias amenazantes- y los relojes -que se retrasan, se paran o avanzan de manera descontrolada, imprimiendo con sus desajustes una sensación de irrealidad rayana en lo imperceptible-. Incluso en ese mismo corto había espacio, en el apartado de hallazgos anticipatorios, para una secuencia que recordaba poderosamente a otra de la primera "Friday the 13th", la de Sean S. Cunningham -realizada dos años después-, cuando descubrimos emergiendo lo que se escondía en las profundidades del lago... 






Si conseguimos eximirnos de la estética televisiva que marca inevitablemente "The Appointment", apreciaremos con creces la propuesta de una película que, como algunas veces se ha indicado, mezcla la imaginería de los relatos sobre entidades feéricas, ancestrales, de Arthur Machen, M.P. Shield o hasta Ambroce Bierce con las realizaciones oblicuas de David Lynch (piensen principalmente en "Lost Highway" o "Twin Peaks") y el thriller costumbrista de, por ejemplo, "And Soon the Darkness" (Robert Fuest, 1970).






Ian Fowler (Edward Woodward, que los fans del 'horror folk' tienen más que dignificado como el sargento Howie en la reivindicada "The Wicker Man" de 1973) es un padre de familia, director técnico de profesión, que debe sustituir en una central a un compañero cuya mujer está a punto de dar a luz. Ello implica irse de viaje, provocando a su vez la decepción de su hija, que había contado con su presencia ese mismo día donde va a tocar en un concierto muy especial de la escuela. La tensión paterno-filial, con un complejo de Electra flotando en el ambiente, se va tornando perturbador, claustrofóbico y ponzoñoso, proyectándose sobre la casa donde viven, en los sueños nocturnos que tienen los progenitores y en los hechos que se van a ir sucediendo trágicamente hacia la parte final.






Esas alteraciones están distribuidas minuciosamente con cuentagotas, no son nada aparatosas y, como en el caso de la aparición de la madre en la escalera de la casa en plena oscuridad, eludiendo el efecto gratuito de una música terrorífica y el ataque altisonante que cabría esperar. Música que, en el resto del metraje, cuenta con la partitura de Trevor Jones ("Excalibur", "The Dark Crystal", "Labyrinth"), lo que a su vez conecta con el lado del fantastique sobre el que oscila parcialmente esta cinta a medio camino entre una road movie y una atmósfera de gótico post-industrial.

Años antes ha desaparecido en circunstancias extrañas otra alumna del mismo colegio, por lo que Vickers se va a dedicar a jugar al despiste -al menos al principio- entre ese primer acontecimiento y la historia de aparente frustración de esta familia de clase media inglesa, sugiriendo una explicación más mundana. En realidad el problema reside en unas fuerzas invisibles que operan sobre los acontecimientos, en el transcurrir cotidiano y sobre esa frontera entre la realidad y lo onírico. Con un manto de ambigüedad, triples lecturas y sugestión -como nos enseñaron los maestros Tourneur o Robson: mejor insinuar que exhibir impúdicamente- "The Appointment" aflora como un tesoro afortunadamente indescifrable de inestimable encanto.





martes, 12 de septiembre de 2023

Aaron Joseph Russo, "Sookie La La"






En el albor de la pandemia de 2020 se produjo a su vez otro punto de inflexión, concentrado en una modesta ocupación artística como es, de hecho, la del australiano que aquí nos ocupa. Después de un par de álbumes bastante discretos y convencionales -carentes de la suficiente personalidad, vaya- en la pasada década, Russo abría la actual probando una serie de canciones sueltas con un estilo diferente, marcadamente de bedroom-pop, dando mayor protagonismo a sintes evanescentes (cierta tendencia al vaporwave), a la sensualidad juvenil exacerbada y al autotune diletante. La primera de estas muestras, "Espresso", con su falsete pertinaz, ya destacaba sobremanera dentro del improvisado conjunto.

La cosa, aun así, se empezó a poner seria con su siguiente lp oficial, "Lasagne" (Nice Guys, 2021), con sus estribillos alborozadamente apesadumbrados y su smooth r&b, certificando la concreción de su apuesta. Y con un cierto aire a trabajo conceptual como de vodevil sintético-gastronómico.






"Sookie La La" (repite este año con Nice Guys), además de continuar la buena senda de "Lasagne" trae, para empezar, una noticia inmejorable: la recuperación de "Espresso". Tres años después se confirma que es una de las más extraordinarias canciones de lo que llevamos de década, un clásico en un mundo improbable. La influencia nipona -del city pop al shibuya-kei- se impregna de todo el disco, seguramente por culpa de la inclusión de la relectura del "Baby blue" -en clave lovers rock- de los tokiotas Fishmans: menos pulcra que la original pero realmente oportuna y esclarecedora. La deliciosa "Calzone" parece un sobrante del banquete anterior (sea como sea, aquí sienta de maravilla) y "Nintendo 64" corrobora la buena mano de Russo para los baladones ensoñadores.