Junto con el clásico “La escalera de caracol” y la infravalorada “A través del espejo”, ésta es una de las más logradas entregas del maestro Siodmak. Basada en la novela de William Irish, uno de los autores más expoliados de la literatura -de detectives- en el cine y, lógicamente, nunca tan sugerente como la obra homónima, “La dama desconocida” se beneficia, no obstante, de una arquitectura argumental impoluta, perfectamente engarzada y en un casi imperceptible in crescendo a medida que se suceden sus casi noventa minutos de metraje, logrando coronar una de las obras maestras de los años cuarenta.
De cómo demostrar una justa coartada mientras se ha cometido el asesinato de la esposa del imputado, y la imposibilidad de lograrla (bien es cierto que aquí el actor que interpreta al acusado, pese a ser inocente, carece de por sí de credibilidad intrínseca, tanto por su papel como por su propia interpretación, siendo con mucha diferencia lo peor del filme), y cómo su abnegada secretaria pondrá tierra, mar y aire para dar con el testigo clave -una misteriosa y perturbada mujer- y con ello parar la inevitable condena que se cierne sobre su jefe. Precisamente Siodmak incide discursivamente en ese anonimato de la fémina desconocida mostrándola en el primer minuto de espaldas a la cámara, enfatizando ese aire inalcanzable y brumoso del personaje.
Entre guiños al mito de “Orlac”, en el asesino y las manos que no puede controlar, y el más que sobrio clasicismo negro, esta película deja para la retina buenas interpretaciones (Ella Raines por encima de todas) y, sobre todo, escenas impecables de pura zozobra (sobre todo las que corresponden al marcaje a los testigos coyunturales, como la secuencia del metro de Nueva Jersey, de subyugante ambientación; la de la banda de jazz, obsesiva y jamás derivativa) y en general, un dominio del guión casi insuperable, sin fisuras ni relleno, bien comprimido y preciso. El poderío que sólo se le presupone a los más grandes.
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