A la altura de los cincuenta ya se había contado varias veces la historia de La Mandrágora, así que al menos lo que
quedaba era hacer la versión sonora definitiva, dado el fiasco de la adaptación
previa en los años treinta.
Para ello Rabenalt no escatimó en recursos, tanto
puramente cinematográficos como de reparto (se contó, por ejemplo, con un
hombre de cine tan versátil, consagrado y quintaesencial como Erich Von
Strohem, ya en el crepúsculo de sus días). Esta Alraune tiene un arranque muy
gótico, prefigurando un puente entre algunas producciones de Cocteau (“La bella
y la bestia”, el gusto por la insistencia en los primeros planos) y otras futuras
de la Hammer. Para ello se contó con uno de los presupuestos más holgados de
una República Federal aún en plena reconstrucción tanto moral como estructural.
Una muy carnal Hildegard Knef -la elegida esta vez
como Alraune- oficia de impenitente viuda negra empeñada (muy a su pesar, pues
ha encontrado a su verdadera razón de ser al comienzo del film) en inocular a
todo su ejército de pretendientes del veneno fatal con el que segar sus vidas,
ya sea provocando un intento de suicidio en su contrincante femenina
(sobredosis de somníferos) o veneno que se torna en beso, beso fatal con el que
certifica la desaparición de otro de sus admiradores.
A medida que la película avanza hacia una cierta
austeridad en la puesta en escena, en contraposición a lo abigarrado de sus
comienzos, el personaje de Alraune crecerá en intensidad a medida que su amor
por el sobrino del doctor ten Brinken, Frank Braun (Karlheinz Böhm, memorable
años después en su papel protagonista de psicópata inquietante en “El fotógrafo
del pánico”).
Con los dos actores principales (Knef y Von
Strohem) se producirá un muy poco disimilado efecto boomerang respecto a sus
intenciones iniciales: Alraune hace acto de aparición cual sirena libidinosa
(¿no funciona su canción en el fondo como una oda a la masturbación?) para
acabar viendo aparecer a todo aquél a quien ella arruinó su existencia como
visión fatalista y engañosa.
Por otro lado, al doctor ten Brinken (cuya Alraune le
va ganando terreno hasta terminar seduciéndole, si bien no de una manera tan
manifiesta como en las otras versiones, tanto literarias como cinemagráficas) también
se la juega el destino acudiendo a un ahorcado para experimentar con su esperma
-el mismo que dará como resultado a La Mandrágora-, para acabar también
(spoiler) camino del cadalso tras matar a la criatura que él inventó y protegió
con esfuerzo expedito. La maldad intrínseca, finalmente, quedando por encima de
un frágil e incierto sentimiento de redención.
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