viernes, 6 de septiembre de 2013

Alraune (Arthur Maria Rabenalt, 1952)





A la altura de los cincuenta ya se había contado varias veces la historia de La Mandrágora, así que al menos lo que quedaba era hacer la versión sonora definitiva, dado el fiasco de la adaptación previa en los años treinta.

Para ello Rabenalt no escatimó en recursos, tanto puramente cinematográficos como de reparto (se contó, por ejemplo, con un hombre de cine tan versátil, consagrado y quintaesencial como Erich Von Strohem, ya en el crepúsculo de sus días). Esta Alraune tiene un arranque muy gótico, prefigurando un puente entre algunas producciones de Cocteau (“La bella y la bestia”, el gusto por la insistencia en los primeros planos) y otras futuras de la Hammer. Para ello se contó con uno de los presupuestos más holgados de una República Federal aún en plena reconstrucción tanto moral como estructural.




Una muy carnal Hildegard Knef -la elegida esta vez como Alraune- oficia de impenitente viuda negra empeñada (muy a su pesar, pues ha encontrado a su verdadera razón de ser al comienzo del film) en inocular a todo su ejército de pretendientes del veneno fatal con el que segar sus vidas, ya sea provocando un intento de suicidio en su contrincante femenina (sobredosis de somníferos) o veneno que se torna en beso, beso fatal con el que certifica la desaparición de otro de sus admiradores.




A medida que la película avanza hacia una cierta austeridad en la puesta en escena, en contraposición a lo abigarrado de sus comienzos, el personaje de Alraune crecerá en intensidad a medida que su amor por el sobrino del doctor ten Brinken, Frank Braun (Karlheinz Böhm, memorable años después en su papel protagonista de psicópata inquietante en “El fotógrafo del pánico”).




Con los dos actores principales (Knef y Von Strohem) se producirá un muy poco disimilado efecto boomerang respecto a sus intenciones iniciales: Alraune hace acto de aparición cual sirena libidinosa (¿no funciona su canción en el fondo como una oda a la masturbación?) para acabar viendo aparecer a todo aquél a quien ella arruinó su existencia como visión fatalista y engañosa. 




Por otro lado, al doctor ten Brinken (cuya Alraune le va ganando terreno hasta terminar seduciéndole, si bien no de una manera tan manifiesta como en las otras versiones, tanto literarias como cinemagráficas) también se la juega el destino acudiendo a un ahorcado para experimentar con su esperma -el mismo que dará como resultado a La Mandrágora-, para acabar también (spoiler) camino del cadalso tras matar a la criatura que él inventó y protegió con esfuerzo expedito. La maldad intrínseca, finalmente, quedando por encima de un frágil e incierto sentimiento de redención.

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