La historia (evolucionada respecto a, por ejemplo,
la versión de Maquiavelo) es bien conocida: un científico entre preclaro y
esquizofrénico (Paul Wegener), decide experimentar trayendo a la vida una
criatura lo más alejada posible de condicionamientos genéticos, hereditarios y
estudiar su evolución. Para ello deberá dar cobertura a la inseminación
artificial producto del semen de un ahorcado dentro del vientre de una víctima
propiciatoria. Es importante llamar la atención de que, mientras en la novela
de Ewers se aclara que esta última es una prostituta, en nuestra película este
dato queda marcado por la ambigüedad, ya que el médico (cuya casa revela puntualmente
la fascinación por cierta anomalía y exotismo en la decoración) pide a alguien “entre la escoria de la sociedad”, lo
que no debería interpretarse tan presumiblemente como en el libro, sino tratarlo
simplemente como alguien de estrato social bajo o muy bajo, pero no
necesariamente involucrado en el comúnmente catalogado como oficio más viejo
del mundo. Dicha mujer “debe ser igual a
la tierra fertilizada bajo la horca”, esto es, familiarizada con el delito,
la impureza o la mezcolanza de ambos y un indeterminado reguero de antecedentes
de semejantes connotaciones.
El paso inmediato es adoptar por parte de Jakob ten
Brinken (nuestro doctor) al ser nacido de ese proceso. Sin cortapisas
genético-sentimentales y partiendo de una procreación intervencionista y
atípica se intentará dar vía libre a la trayectoria empírica de Alraune (una
siempre perturbadora Brigitte Helm), producto de dicha inseminación.
Sobre todo no lo llamen expresionismo. La tercera
en discordia en el podio galeeniano
(más recordadas son El Golem o El Estudiante de Praga) pone sus cimientos en lo
que podríamos llamar el fantastique
naturalista. Y no, tampoco se trata de un oxímoron. Desviada de aproximaciones
sobrenaturales más o menos recargadas, más o menos oblícuas (las escenas
circenses en nada se parecen, por ejemplo, a las de las atracciones iniciales de “El Gabinete del doctor Caligari”), “Alraune”
profundiza en el campo psicológico de su protagonista, exenta de implicaciones
afectivas o más bien haciéndose valer de las mismas (una conducta en apariencia
“artificial”) para introducir de manera subrepticia su verdadero carácter:
maligno, manipulador, fatal. Todo aquel hombre que se cruza en su camino recibe
los inevitables fogonazos de incandescencia pasional, para acabar sucumbiendo
en la ignominia o el rechazo.
Sólo una cosa provocará en Alraune una cierta
desestabilización en su temperamento: descubrir sus verdaderos orígenes (desde
el principio se los han maquillado de manera más dulce y previsible). Cuando
esto ocurre ella se da cuenta de que no solamente ha vivido engañada, sino que
no es la única que ha manejado a su antojo todo aquello que había a su
alrededor, sino que ella es la primera que ha estado dirigida. Su vergüenza
tornará en venganza, en la meta final para su dominio absoluto. Derrotar a su
creador, astuto y enardecido alquimista, valiéndose de la más potente arma con
la que cuenta: la seducción.
Caprichosa y desafiante incluso ante la cámara, “La
hija del destino” (como también se conoce al film) maquinará con todo y contra
todo, incluso contra sí misma, como deja entrever un final especulativo en el
que no se descarta que las recaídas conspirativas y las coyunturas sensuales
puedan volver a hacer acto de presencia.
1 comentario:
Well...
Fashion Photographer
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