Ejemplo palmario donde una segunda oportunidad
tiene una merecida recompensa. De Kirsty MacColl empecé por “Kite” (1989). Y
empecé mal: a excepción de “Fifteen minutes” (co-escrita con Johnny Marr) y la sugerente
“Dancing in limbo”, el resto del disco (aupado por diferentes medios como el
más representativo de su carrera: ya ven para lo que sirven algunas corrientes
de opinión…) me fastidió, como suele pasar en casos así, por su manifiesta
medianía melódica revestida de una necesidad imperiosa por redimirse
artísticamente por el lado del rock adulto más, ejem, respetable. Todo en
“Kite” sonaba muy bien –gracias al contrastado buen hacer de Steve Lillywhite,
ya por aquel entonces marido de MacColl-, todo como muy ambicioso, pero falto de
verdadera pegada, tanto dramática como argumental. Desde luego, no era el
“Spike” femenino que a algunos nos hubiera encantado pregonar.
Tampoco “Desesperate character”, su álbum anterior
(de 1981) se dejó querer de cara a una reivindicación: desesperadamente
anacrónico, funciona sólo como una curiosidad de añeja sonoridad sesentera en
plena Baja Nueva Ola. Visto lo visto, de los años ochenta sólo cabía reclamar
canciones sueltas, felizmente recopiladas en artefactos como “The one and only”
o “Galore”. “Terry”, “They don´t know” (su primer single, de 1979), “Patrick” o
sus revisiones de clásicos de Billy Bragg como “New England” pueden
considerarse, sin miedo a error u omisión, como lo más rescatable de Kirsty
MacColl en una década donde, por lo demás, ofició de musa del momento gracias a
colaboraciones destacadas con Pogues (“‘Fairytale Of New York’) o Talking Heads
(“(Nothing But) Flowers”).
Los noventa le sentaron mejor. “Electric landlady”
y “Titanic days” son sus dos comparecencias en dicho decenio y, francamente,
mucho más convincentes e esperanzadoras. Pop-rock adulto, aquí sí, con variados
recursos y suficiente inspiración. Vaciladas como “All i ever wanted”,
contundencias como “Titanic days” o puntales sentimentales como “Halloween”,
“Last day of summer” o “Soho
Square” dan la verdadera medida de una artista (algo así como el equivalente
británico a Kate Pierson, salvando las debidas distancias) en plenitud de
registros y expresividad. Le empezaban a salir canciones (muy) bonitas de inusitada madurez.
Siete años después de “Titanic days” llegaba “Tropical
brainstorm”, la liberación caribeña y festiva que, por otro lado, nadie podía
imaginar que acabaría siendo el testamento de una Kirsty MacColl que encontraba
ahí el perfecto acomodo para su radiante capacidad vocal, sexy y
desprejuiciada.
A Kirsty siempre le pudieron los ritmos latinos y
sus poliédricas posibilidades de hibridación con las texturas del lado
anglófilo. Y cómo nos congratulamos por ello. “I’m going out with an 80 year
old millonaire” en los ochenta o “My affaire” dentro de “Electric Landlady” ya
daban pistas más que fiables sobre hacia dónde podría devenir en cualquier momento
la carrera de la de Croydon. En ambos casos, por ejemplo, las letras ya mostraban una visión hedonista,
emancipadora e individualista de nuestra diva, dispuesta a competir –sobre todo
en el segundo ejemplo- en descaro y desinhibición con cualquier vocalista del
trópico que se le pusiese por delante. Y en su disco del 2000 todo ello se
cristalizaba a cielo abierto. Ya pudiera ser Carmen Miranda (“Mambo de la
luna”) o Celia Cruz (“Teachery”) el guante estaba lanzado. Explosión de sabores
afrocubanos, algo de samba y, por debajo, electrónica funcional para compensar
a oídos neófitos… ¿les suena?: tras los pasos de David Byrne, Kirsty tendía
aquí más a “Rei Momo” que a “Naked”, pero resultaba tan disfrutable como ambos
ejemplos. El orgullo colonialista a despecho de tabúes maldicientes y
aprensiones estúpidas.
Grandes canciones, avezadas y sin complejos:
“Autumngirlsoup”, haciendo del dream pop un territorio cálido y confortable. “Celestine”
(la mejor del lote) y su electro-tribalismo con coros de banda sonora ‘sixties’,
la intriga funk de “Nao esperando” o el mbaqanga de “US Amazonians”; el mpb de
“Wrong again”, la bossa de “Designer life” o el jazz vocal tintado con más electrónica
de “Head”. Hay incluso experimentos imprevistos cercanos al drum’n’bass como
“Alegría”.
Pero si hay algo que hace ya de por sí aún más
disfrutable “Tropical brainstorm” son los extras de su edición postrera, la
‘deluxe’. Más bossa (“Golden heart”), pop acústico de cinco estrellas (“Things
happen”) y sophisti-pop nocturno y sibarita (“Good for me”). Tres canciones
inéditas, arrebatadoras, tanto o más que las del disco titular; tres sorpresas
definitorias que ensanchaban sus marcas previas –y encantaban los oídos- hasta
límites sólo soñados por unos pocos elegidos.
Lo que vino después es, desgraciadamente, de sobra
conocido: víctima de un homicidio durante unas vacaciones en Cozumel, amigos
íntimos como el propio Billy Bragg aún siguen luchando por un juicio justo y
por encausar debidamente al sátrapa mexicano que se llevó por delante la vida
de Kirsty tras atropellarla con su embarcación, saltándose todas las medidas y
licencias habidas y por haber, segando para siempre una trayectoria en ascenso,
dominada por una voz sensual, poderosa y siempre entusiasta. La de una
compositora, además, cada vez más audaz, persuasiva y segura.
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