A
priori la década de los setenta aparece como la más interesante y fructífera en
la carrera de este parisino de filmografía kilométrica. A “El Carnicero” e
“Inocentes con las manos sucias” habría que sumarle esta “Alice ou la Dernière
Fugue” como de lo más conseguido por Chabrol en dicha etapa. El film tiene dos
reclamos: el protagonismo de Sylvia Kristel –actriz fetiche de la saga “S” de
“Emmanuelle”- y una temática –fantástico materialista- que, si bien no se aleja
en exceso de muchas de las obsesiones del director francés, si que tiene a bien
desplazar algunas de las constantes noir
sobre las que se apoya gran parte de su cine.
En
lo que respecta a Kristel decir que, si bien no es precisamente un prodigio de
la interpretación, dicha desventaja sin embargo juega inusitadamente a su favor
en su papel en “Alicia”. El escaso carácter y la limitada expresividad en la
actuación dota de mayor credibilidad a su personaje: una mujer necesitada de
romper los lazos en su relación sentimental decide realizar una huida hacia
delante sin un destino concreto, deambulando por todo el metraje como un alma
en pena, como ida, aceptando sin excesivo criterio los extraños e
incomprensibles sucesos que se van acumulando en la cinta.
Podemos
pensar, tras coger el coche y acabar en una extraña mansión en mitad de la
noche por culpa de un golpe en la luna delantera de su vehículo que la hace desistir
de continuar su viaje, que dicha actitud viene dada por la entrada a una
dimensión diferente a lo vulgarmente conocido, pero es ya desde el primer
minuto –cuando le comunica a su pareja que le abandona, en un arranque de la
película, por cierto, bastante abrupto- donde detectamos esa marcada ausencia
en el semblante de la estrella.
Hay
mucho de homenaje al “Psicosis” de su admirado Hitchcock –a pesar de la
dedicatoria expresa a Fritz Lang al comienzo- en el giro argumental del inicio cuando,
tras un trayecto en coche en mitad de la lluvia, llega a la casa misteriosa con
el único empeño de pasar la noche tras el imprevisto automovilístico. También
de la por entonces reciente “El Unicornio” de Louis Malle, aunque sin el
aparato grotesco y delirante de ésta. A partir de ahí se sucederán apariciones
–de una naturaleza imprevista- y otro tipo de detalles artísticos de índole
pictórica como esa recreación del “Moonrise at the Sea” de Friedrich en la
habitación de invitados. Añadir referencias literarias de suspense cósmico como "La casa en el confín de la tierra" de Hodgson o "El fantasma de la mansión Guir", de Charles W. Beale.
Es
un fantástico de corte naturalista con previsibles referencias a Lewis Carroll
–intérprete femenina que se adentra en una especie de universo paralelo del que
no puede salir- con más intriga que ensoñación fabulosa y más misterio que
juego ocurrente. El guiño se extiende al propio apellido de la interfecta.
Afortunadamente
la película no se recrea –en exceso- en el reclamo explícito de Kristel ni en
la desafortunada técnica del zoom que arruinara tantas películas de aquel
momento. Por el contrario, juega con la sutilidad del subconsciente –Alicia se
resarcirá de su mala experiencia matrimonial elogiada por cuanto espontáneo hace
acto de aparición en los recintos de su improvisada prisión- y potencia la
mesura a la hora de solventar cuestiones irracionales.
Eslabón
perdido –ni siquiera es de las más recordadas de Chabrol- entre “La Semilla del
Diablo” y “El Sexto Sentido” o “Los Otros”, se trata de una feliz rareza en la
obra del más policiaco de los directores de la Nouvelle Vague.
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