Históricamente
en una encrucijada geopolítica de consecuencias a menudo fatales, Polonia y sus
conciudadanos han hecho del patriotismo una cuestión vital más allá de las
preferencias políticas y sociales de cada uno.
Acostumbrados
a lidiar con el exilio mientras los países vecinos (principalmente Rusia,
Alemania y el imperio Austriaco) se repartían avariciosamente sus territorios,
muchos de los relegados al oprobio de hacer las maletas y a convertirse en unos
forzosos parias alimentaron su particular trayecto a Ítaca a base de
retroalimentar un amor y una identificación con la nación polaca lejos de
fáciles interpretaciones chauvinistas.
El
Romanticismo polaco (admirablemente reunido en castellano gracias a la titánica
labor de Fernando Presa González, entusiasta mayor de la cultura de aquel país, y más tratándose de una edición "popular" de bolsillo) el romanticismo polaco centró gran parte de sus esfuerzos en dicha reivindicación vernácula, como
atestiguan los versos de sus
cuatro poetas mayores en dicho periodo -al que habría que sumar un quinto elemento
como el compositor Chopin para dar con la foto artística más exacta de aquellos
turbulentos periodos-. Con Francia como principal centro de operaciones de
estos refugiados intelectuales (con especial intensidad durante el espejismo de
una recuperación nacional gracias al hipotético apoyo de Napoleón, además de
que era referencia literaria desde los tiempos del Clasicismo), muchos de ellos
utilizaron la resurrección de Cristo como metáfora periódica para alimentar la
añorada independencia de su país de las sucesivas ocupaciones. Dicho
misticismo, como bien indica Presa en el estudio introductorio, desembocará en
toda una “apología del sacrificio como
redención frente a la realidad histórica” conectando de paso con algunas constantes del género
literario que abrazarían todos ellos: el culto
a las formas irracionales, el
sentimiento, la fantasía o las
alucinaciones.
Adam Mickiewicz
Activista
político, inaugurador de la corriente romántica en su país y amigo personal de
Pushkin (todo un bastión del movimiento), pasó de los tonos orientales y
coloristas de sus inicios a un creciente compromiso con las temáticas
religiosas. Destaco su largo poema “Romanticismo”, con referencias a
Shakespeare, que habla de una mujer extasiada en mitad del recuerdo de su amado
mientras las gentes del pueblo tratan de sacarle de sus fantasías y delirios; a
su vez, un tercer personaje –el narrador omnisciente-, en la parte final,
defiende a toda costa a la chica y su incómodo discurso, priorizando lo
irracional respecto a lo lógico:
“La muchacha siente (…)
y el pueblo cree profundamente;
el sentimiento y la fe me hablan con
más fuerza
que el ojo y la lupa de un sabio”
Juliusz Slowacki
Enfrentado
al propio Mickiewicz por acusar éste al padrastro de aquél de traidor al
servicio de los rusos, trabajó en el ámbito de la diplomacia y fue un
entusiasta seguidor de la literatura española (con Calderón y Cervantes a la cabeza).
También mezcló exaltación patriótica con misticismo y confrontó su apoyo
explícito al pueblo polaco sobre todo desde las clases más humiles con la
transmigración de las almas. Igualmente contribuyó desde el destierro a mover
los hilos desde la agitación política con el fin de lograr la liberación de
Polonia. Y es que lo suyo fue desde siempre una continua fluctuación entre la “Separación”
y la “Admiración”:
“Aunque ahora mis ojos no te
alcanzan,
ya que conozco tu casa, y los árboles
del jardín, y las flores,
sé dónde dibujar con el pensamiento
tus ojos y tu figura,
y sé entre qué árboles he de buscar
tu vestido blanco.
Pero tú inventarás los paisajes en
vano,
los platearás con la luna, los
iluminarás con la aurora.
ignoras que hay que abrir el
firmamento, tumbarse
bajo las ventanas y nombrar con el
azul del lago.”
(“Separación”)
“¿Por qué negaría, ¡oh, Señor!,
que tiritaba y me moria de miedo?
¿Por qué negaría mi temor
y que en el edificio de mi Señor yo
temblaba como una hoja?
No sentiría tanto miedo, Señor,
ni aunque estuviera bajo una pared de
espadas.
Aunque sufriera lo mismo que los
santos,
no perdería ni mi saber ni mi
memoria.
(“Admiración”)
Zygmunt Krasinski
Ahijado
del mismísimo Bonaparte e influido convenientemente por Sir Walter Scott, Lord
Byron o Schlegel, defendió siempre la independencia de su país por los métodos
pacíficos y consensuados, lo que siempre le granjeó más de alguna enemistad con
sus coetáneos. Fue durante casi toda su vida el “poeta anónimo de Polonia”, ya
que firmaba casi siempre confundiendo a críticos y editores sobre su identidad.
Al contrario que Slowacki, veía en la aristocracia la única clase social con
legitimidad para sustentar los valores éticos y religiosos de la sociedad
polaca. Escribió “La No Divina Comedia”, una obra sobre el conflicto latente
entre el hombre, su capacidad cognitiva y la idea de Dios. Quizá sea el más
refinado y completo de los cuatro.
“Coge esta sencilla cruz blanca. ¡Que
ella cuide de ti
durante el largo y triste viaje de la
vida!
En este eterno entierro de esperanzas
y sueños,
llévala entre tus manos, cual
azucena, ya que no conociste la rosa.
Y cuando, antes o después, en luto
solitario
la cinta de mi vida se acabe en esta
tierra,
esta cruz, ¡oh, María!, colócala en
mi tumba,
y ella nos unirá con la memoria.”
(“Coge
esta sencilla cruz blanca”)
Cyprian Kamil Norwid
Obsesionado
con el Quijote (que utilizó como metáfora respecto al devenir de Polonia),
trató a menudo sobre la desventaja del artista humilde en una sociedad elitista
cerrada y a menudo intransigente. Fue precursor del simbolismo y
estructuralmente hasta del surrealismo, y cultivó la abstración en el verso al
punto de teorizar al máximo sobre cualquier tema recurrente con el objetivo de
lograr una autonomía ideológica total. “Contrario
al liderazgo cultural de la nobleza polaca” (como nos recuerda Fernando
Presa) y fuertemente anti-nacionalista, fue el dandy polaco por excelencia
hasta el final de su vida –sumido en la más absoluta de las miserias, por
cierto-. Se deduce del siguiente verso que fue un defensor del arte como
expresión absoluta frente a la caducidad del ser humano:
“La muerte atañe a las personas, no a
las situaciones”
(“La Muerte”)
Nota: El motivo de la portada y el resto de imágenes son reproducciones de cuadros de Witold Pruszkowski, pintor polaco de la segunda mitad del siglo XIX.
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