Tres cuadros que cobran vida: Reinhold
Schünzel (un híbrido entre Peter Lorre, Charles Laughton y Bela Lugoshi) en la
piel del Diablo; Anita Berber haciendo de prostituta; y el gran Conrad Veidt
representando a La Muerte. Todos ellos decoran las paredes de una biblioteca
atestada de relatos equívocos e inquietantes.
La imagen nos recuerda el
fantástico inicio de la primera de las tres historias de “3 Casos de Asesinato”
(Varios directores, 1955), aquella llamada “In the Picture” donde el pintor de
un cuadro inacabado traspasa desde dentro el cristal de su obra en un museo londinense.
Como aquélla, “Unheimliche
Geschichten” se sustenta en la recreación de diversos episodios en principio
sin aparentes vínculos narrativos entre sí (en todo acaso en la concentración
interpretativa de los tres actores indicados al principio que, por otra parte,
aparecen leyendo cada relato al principio de los mismos), algunos de ellos
clásicos (“El gato negro” o “El club de los suicidas”) y
otros escritos para la ocasión por los propios guionistas de la obra conjunta,
como la escritora Anselma Heine, Robert Liebmann (conocido por su labor en “El
ángel azul”) o el propio director Richard Oswald, prolífico cineasta
especializado en adaptaciones literarias para la gran pantalla (Ibsen, Hoffman o
Wilde).
Son cuatro de las cinco
historias otras tantas oportunidades para desarrollar el triángulo amoroso
desde diferentes prismas. En “La aparición” de Heine, Schünzel hace de
maltratador patológico, preconizando en gestualidad (¡y peinado!) al Lorre de
“M. El vampiro de Dussëldorf”. La mujer es rescatada por un galante Weidt, que a
su vez cree sufrir alucinaciones tras el consiguiente cortejo.
Quizá sea “La mano” de Robert
Liebmann el capítulo más interesante a la hora de valorar los hallazgos
estilísticos de la película. Sobre todo en la escena de los pasos en la arena
de uno de los dos pretendientes de una dama –que ha muerto estrangulado por el
otro-, que se adelanta en casi quince años a la famosa escena de la nieve en
“El hombre invisible” de James Whale. En “La mano” hay también avanzadas escenas
de una sesión de espiritismo (que le da un plus casi siempre a cualquier
película) y las inevitables referencias de “Las manos de Orlac”.
“El gato negro”, el inmortal y
archiconocido título de Poe, echa mano del consustancial sentido de la
fatalidad que sugiere el color del felino para acabar delatando a un alcohólico
desatado y bestial (otra vez Schünzel, bordándolo nuevamente) que la toma con
su sufrida esposa.
“El fantasma” de Richard Oswald
tiene más de metaliteratura y comedia que las anteriores, en una historia
presuntamente dieciochesca de abandono, celos y juego amoroso donde esta vez
Veidt hace de marido, incomodando constantemente a su contrincante con una prosodia
poética de lo más afectada.
“El club de los suicidas”,
originalmente de Stevenson, se centra en el capítulo de “La aventura de los
coches de punto” de éste para explayarse en el juego de la dominación, de la
tensión irresuelta y la intimidación de una comunidad secreta y su principal
valedor (con guiños a Dante incluidos) quedando para la historia de este interesantísimo film como la
imagen icónica del mismo, ya que uno de sus fotogramas suele ser la portada de cualquier cartel o
reedición que se precie.
Sobre Conrad Veidt, uno de los
tres mejores actores de todos los tiempos, poco que decir a estas alturas:
personalidad total, gestualidad suprema, presencia apabullante y versatilidad
contrastada. En definitiva: capacidad de interpretación fuera de toda duda. No
en vano con estas “Historias tenebrosas” estaba preparándose para el salto a la
leyenda definitiva, que se estrenaría cinco meses después que “Unheimliche
Geschichten”: “El gabinete del Doctor Caligari”.
Oswald volvería con más
historias “tenebrosas” unos cuantos años después, ya en el sonoro,
insistiendo en similares obsesiones intelectuales y con otro grande como
protagonista principal: Paul Wegener.
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