Obtuvo cierta notoriedad con "Natural Born Losers" (Eerie, 2015) y su portada bondage, todo ello auspiciado por la escudería de Claire Elise Boucher, a.k.a. Grimes. No me llamó demasiado la atención dicho álbum aunque ahora, tras el impacto de "Married in Mount Airy" (2023), empiezo a ver aquellas canciones de esta canadiense de otro modo. De todas formas, visto con algo de perspectiva, fue "Heart Shaped Bed" de 2018, su sexto disco, el auténtico punto de fuga, el disco que terminó de definir de una vez por todas la escritura de Nicole Bell. Y aun así "Heart Shaped Bed" adolecía de falta de canciones distintivas entre sí en varios tramos, priorizando el estilo sobre la idiosincrasia de las partituras.
Nada de esto último se percibe en "Married in Mount Airy", el primer disco importante del año. Arranca con la canción homónima, con esa misma técnica expansiva y a la vez rotunda con la que por ejemplo Marissa Nadler suele iniciar sus mejores grabaciones. "Married" tiene, además, una letra inquietante que va como anillo al dedo al ritmo soñoliento pero realzado con acordes recios y seguros. Una crónica fantasmal de ese Estados Unidos profundo aferrado a un romanticismo de resort, con un anuncio de fondo que sonará en el futuro sobre las supuestas bondades de la estancia de cartón-piedra en el socorrido complejo para enamorados.
Aunque esta primera canción sea merecidamente la pieza estrella, créanme que el resto no baja el nivel en ningún momento. En las once restantes, ya sea por ciertas similitudes vocales, ya sea por los ambientes penetrantemente oníricos, se puede asociar su propuesta a las de Alison Shaw (Cranes), Kate Bush o Julee Cruise. Con momentos de western noir descarnado de belleza sobrenatural -"Nymphs Finding the Head of Orpheus"- y otros que hasta pueden llegar a rozar insospechadamente la radiofórmula intimista de finales de los ochenta o principios de los noventa -"Runnin' Free"-, entre versos de cruel abandono, de una entrega lacerante soportada con el objeto de cumplir a toda costa el sueño de una apariencia social modélica puertas afuera. En "Bad Man", por fin, se empieza a despejar el velo y ya no le tiembla el pulso para señalar al monstruo.
Textos brutales de disección fría y transparente que acompañan melodías de nana mecidas y delineadas entre el slowcore y el folk gótico. Cuando se aparta la cortina resulta todo como muy tremendo y estremecedor. También excelso, definitivamente.
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