Ejemplo claro de superación argumental de un film con respecto a la novela original. Basada en la obra de Harry Harrison “¡Hagan sitio!, ¡Hagan sitio!”, “Soylent green” pasó a convertirse desde el mismo día de su estreno en clásico y referencia en el subconsciente del cine de ciencia-ficción, así como en emblema de la psicótica mentalidad norteamericana, envuelta ya entonces en una sucesión de paranoias relacionadas con el cambio climático, la infiltración gubernamental sobre una población desabastecida de las más básicas necesidades humanas, la natalidad desbordada y, en general, la crisis más peliaguda y desesperante.
Ambiente de excepción en las ciudades, controladas en sus puntos de entrada y salida por las fuerzas del estado, control absoluto sobre las zonas rurales que aún sustentan parte de los vergeles (convertidos en los nuevos paraísos terrenales) donde poder sembrar productos naturales, todos ellos ya convertidos en raros objetos de super-lujo.
Como suele ser habitual en la idiosincrasia yanqui, la metáfora sobre el estado de las cosas se reduce a uno de sus más carismáticos ámbitos, en este caso la ciudad de Nueva York, reconvertida en un escenario apocalíptico mezcla de bazar norteafricano, amasijo metropolitano y erial que parece devastado por una imaginaria guerra mundial.
Casi todo lo que en la novela de Harrison son vaguedades, imprecisiones o directamente ineptitud expositiva, en la película de Fleischer son conceptos y resoluciones firmes. De tal forma que lo que en la novela son ‘señoritas de compañía’ en la película son directamente ‘mobiliario’, lo que implica una profundización en el concepto de esclavismo y posesión que en aquella sólo se insinúa y desaprovecha; lo que en la primera son simples conglomerados de sucedáneos alimenticios a los que el autor no le va a sacar mucho más partido, en la segunda se convierte en arma concluyente para el desenlace de la cinta, ahondando en la tragedia y el intervencionismo de la élite política (a ritmo de “¡Soylent green, soylent yellow granulado y soylent red, hechos con bayas fabricadas en Asia!").
El asesinato y la consiguiente -y fatigosa- investigación que vertebran “¡Hagan sitio!”, especialmente torpe –por pobre- argumentalmente, en la película adquieren un necesario enfoque conclusivo y, mientras Harrison le da a Sol, el compañero de piso del detective protagonista, una muerte estúpida, en la obra de Fleischer el mismo Sol (el gran Edward G. Robinson en un excelente papel crepuscular) asiste a un spa funerario que enriquece aún más la concepción pesimista y desesperanzadora de la condición humana. Todo el metraje soldado con la inestimable presencia de Charlton Heston, un actor especialmente intuitivo para este tipo de empresas.
Aquí tienen toda la modernidad que se le presupone a una cinta de anticipación como es “Cuando el destino nos alcance”: una sociedad occidental acuciada por la crisis económica, energética y medioambiental, dependiente de la materia prima oriental, ensamblada a la crisis de valores y el terrorismo de estado. Justo lo que tenemos delante.
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