jueves, 28 de noviembre de 2024

Poemas, de Théophile de Viau

 




De François Villon (como mínimo) al Nuevo Extremismo Francés en cine, se puede decir que la transgresión o el vuelco a las convenciones sociales (e individuales) es una constante, un signo de distinción, dentro del arte galo en cualquiera de sus disciplinas. En el siglo XVII, más de cien años antes de nacer el Marqués de Sade, el clairaqués Théophile de Viau ya introdujo en muchos de sus escritos la necesidad de expresar orientaciones filosóficas y sexuales en franca oposición con los estándares establecidos en su época (y, por extensión, más o menos en todas).

Así, la homosexualidad o el politeísmo con acento agnóstico circulan por los versos de este autor cortesano que tuvo que enfrentar desaforadas acusaciones de libertinaje e impiedad, llevándole a los tribunales y llegando a ser condenado con la ejecución, de la que pudo salvarse in extremis.

En el contexto de su época, donde Malherbe se sitúa como el referente principal de las musas francesas, Théopile contrasta con el maestro en el esfuerzo por tener una voz propia -alejándose extraordinariamente de los seguidores de aquél-, en apostar por la aventura y la heterodoxia lírica y en dejar al margen las rigideces estéticas impuestas por el autor oficialista del Barroco:


"Yo quiero escribir versos que no estén constreñidos,
pasear a mi espíritu por pequeños designios,
buscar sitios secretos donde todo me guste,
meditar libremente, soñar todo a placer,
gastar una hora entera mirándome en el agua,
escuchar como en sueños el curso de un arroyo,
escribir en los bosques, callarme, interrumpirme,
componer un cuarteto sin pensar componerlo."




De natural escéptico -y un mucho herético según el poder- con el relato legal ("poetas soñadores, con sus plumas hipócritas, al mérito han faltado de los antiguos héroes y, de dejarnos tantos testimonios sin crédito, queriendo decir más, nos hacen creer menos, pues el falso relato de un semidiós supuesto hasta me hace dudar que llegara a ser hombre"), hedonista, su pensamiento parece querer avanzar a caballo entre el precursor Montaigne -catolicismo no doctrinario- y el posterior Shelling -defensa de la Naturaleza como manifestación de lo Absoluto-. 

Sus mejores poemas se ponen en la piel de los desposeídos y convictos -la Estancia "Del pavor de la muerte, se estremece el más fuerte"-, que deberían hacer las delicias de los lectores de Wilde o Trakl en su escrupulosa descripción de la ansiedad ante el horror del golpe final. O en la piel de un pequeño universo apocalíptico -la Oda "Delante de mí grazna un cuervo"-, tan caro al barroquismo del momento, con su cohorte de sucesos inverosímiles, con un punto siniestro, y por eso mismo harto sugestivos. No en vano, tuvo el honor de ser un grotesque de su tocayo Gautier, que lo rescató para el Romanticismo de las catacumbas de cierto olvido.

Todo ello en una exquisita edición de La Lucerna dentro del marco del programa de literatura comparada de la Universidad de Orléans.

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