Ser de Liverpool y hacer música pop después de The
Beatles ha tenido que provocar, en mayor o menor medida, una sensación de
complejo complicado de disimular. Si además surges en una época que es
transición de muchas cosas, donde no hay una escena clara y están pasando cosas
(muy) importantes cada año, la posibilidad de viajar a un cierto ostracismo no
te la van a quitar pocos.
Demasiado tardíos para el glam y lo
suficientemente desubicados idiosincrásicamente para abrazar sin rubor el punk
o la new wave, Deaf School fueron el eslabón perdido entre el mito y la sombra
alargada de los Fab Four y la neo-psicodelia de Teardrop Explodes o Echo &
The Bunnymen. Formación multitudinaria, se aprovechaban de lo numerario para
contar con diferentes vocalistas (Enrico Cadillac y la musa sin igual Bette
Bright principalmente) para dar a su propuesta un inusitado voltaje cabaretero
y, de paso, beneficiarse de la suntuosidad instrumental heredada del glam-rock.
De esa conjunción trata su primer disco, “2nd
Honeymoon” (1976). Los ecos del music-hall y el charlestón electrificado de “What
a way to end it all”, su primer corte, dan la primera pista sobre la apuesta
personal del combo. A partir de ahí, el crisol de influencias dará a su debut
la mordiente necesaria para catapultarlo como uno de los tesoros más
encomiables de la segunda mitad de los setenta. El rythm and blues mezclado con
los ritmos más hilarantes heredados del cabaret conforman una experiencia
satisfactoria y regocijante. También está la inevitable influencia de Roxy
Music (que les perseguirá de por vida) y, en general, de toda la afectación
glam en canciones como “Bigger Splash” o la titular, aparte del influyo de Doug
Goodwin en “Get Set Ready Go” y de Marlene Dietrich en “Final Act”. La paleta
de posibilidades es inmensa, ya que permite escribir canciones muy diferentes
según sea el o la quien las interprete.
La portada de “Don’t Stop The World” (1977), su
segundo disco, ya adelanta la rugosidad y una mayor presencia de decibelios. El
punk se ha instalado definitivamente en los hogares de la pérfida Albión y Deaf
School se irán dejando querer –aún tímidamente en este largo- por tan
absorbente postulado, además de probar en carne propia la leyenda de CBGB
neoyorquino en una gira memorable. No obstante, no se empezará a notar el
influjo punk hasta llegar a “Capaldi’s Cafe” y su despreocupada vestimenta a lo
New York Dolls. Por otro lado continúan las confesiones a media luz en
“Everything For The Dancer”, el music-hall en “Taxi”, además de las cadencias tropicales
–“What A Jerk”-, el rock’n’roll –“Rock Ferry”- o sorprendentes torch songs como
“It´s A Boy’s World”, que tanto influenciaría posteriormente en vecinos como
The Might Wah!. Además, gracias a su aire campechano, su polivalencia y
voluntaria predisposición vintage podemos encontrar su rastro en otras
formaciones coetáneas como Gruppo Sportivo o futuras del tipo Dexy’s Midnight
Runners (a los que produciría uno de sus componentes, el guitarrista Clive
Langer).
“English Boys Working Girls” (1978) es el último
disco de su primera y gloriosa etapa. Rock potente –“Working Girls”-, punk
trágico –“Golden Shower”, desatada Motown espectral –“Thunder And Lighning”- o
el clashismo de “O Blow” conforman el inicio y la bajada del telón de su disco
más ceñudo y rabioso –hasta la nuevaolera “Refugee” viene cargada de intensidad
desbocada- y marcan el final de un grupo lo suficientemente inclasificable y desubicado
para pasar de puntillas por operaciones de rescate y reivindicaciones varias aunque
de alguna manera hayan marcado a buena parte de una generación de aficionados
más o menos locales: ahí está sin ir más lejos su reunificación a principios de
los 2000, y que continúa hasta nuestros días, donde volvieron a los escenarios
a dejar constancia de su impecable repertorio y sus maneras de grupo vitriólico
y fraternal.
Tras la disolución, la plana mayor del grupo se
reciclaría en proyectos fugaces como Clive Langer & The Boxes y sería su
vocalista masculino, el gran Enrico Cadillac, el que persistiría años después
con más aventuras a cual más interesante: Original Mirrors (con un imberbe Ian
Broudie), donde apuntalaría su interés por la new wave, el post-punk y los
incipientes nuevos románticos. Después, una efímera alianza con Steve Nieve
(brazo derecho de Elvis Costello con o sin los Attactions), donde con el nombre
de The Perils Of Plastic publicaron algunos singles y dieron rienda suelta a su
pasión por el funk y el soul más elegante. Pero la que sin lugar a dudas
resulta la etapa de Enrico más insospechada y hasta conmovedora es la que -ya
con su verdadero nombre, Steve Allen-, protagonizó en la Italia del entonces
pujante spaghetti disco: cuatro singles imperecederos que han acabado
conformándose como una de las piedras filosofales del italo-disco más distinguido:
“Message Of Love”, el “Love Is In The Air” de John Paul Young, “Lagoon Girl” y,
por supuesto, una de las cimas del italo: “Letter From My Heart”. Curiosa recta
final de currículo antes de cerrar el círculo para reincorporarse a los
remozados Deaf School reconvertido ya en definitivo galán de crucero. Genio y
figura esta especie de Terry Hall portuario fanático de Bryan Ferry, Scott
Walker y las producciones transalpinas de mediados de los ochenta. Con muy buen
criterio, en definitiva. Faltaría más.
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