Los apellidos Graeber y Wengrow, entrelazados en un monumental ensayo (más de 700 páginas, provechosas notas incluidas) sobre una esforzada reinterpretación de los orígenes en los comportamientos y en la búsqueda de órdenes sociales del ser humano, comportan un estimulante mestizaje, cuerpo a cuerpo, entre arqueología y antropología (y no una relación sojuzgada de una respecto a la otra), donde sus vasos comunicantes tratan de desmitificar lugares comunes y asumidas teorías etnocentristas totalizadoras.
Esta "nueva historia de la humanidad", cuyo principal objetivo es hacer recapacitar a todo crítico sobre una linealidad a menudo indiscutida (o poco flexibilizada), se basa por otra parte en reivindicar el "work in progress" al que se ve inexorablemente sometida la recogida de elementos que nuestros ancestros fueron dejando en los subsuelos. Admitiendo las limitaciones que siguen existiendo para dar con los escenarios completos en toda la evolución hasta el día de hoy -por desaparición de pruebas- y reconfigurando valores y sentencias previas, a través de los descubrimientos recientes, de una disciplina todavía joven como es la arqueología.
Si a esto le añadimos la orientación marcadamente anarquista de al menos uno de los autores -Graeber, fallecido en 2020, cuando este trabajo que llevó diez largos años estaba prácticamente acabado, y que no pudo ver publicado-, orientación que se deja translucir en muchos de los pasajes del libro, las expectativas de un vuelco conceptual y doctrinal quedan más que colmadas.
Partiendo de la reprobación de la dualidad hobbesiana/rousseauiana que marca estancadamente -al menos en Occidente- la toma de partido entre la moral del poder y del deber ser, Graeber y Wengrow someten los darwinismos sociales e igualitarismos varios a una inspección exigente. Pero también a los a menudo ambiguos conceptos de libertad o propiedad privada, y cómo culturas y sociedades a lo largo de los tiempos -y muchas de ellas menospreciadas por poco analizadas o tenidas en cuenta- han podido gestionar dichas concepciones. Y aquí reside la revolución del estudio: en acercarse a estas ideas tratando de extirpar en la medida de lo posible el prisma al que, investigadores del "primer" mundo, siguen sujetos prejuiciosamente. En definitiva: abrir el campo de juego.
A partir del capítulo 10 la cosa se pone especialmente potente. Bajo el título "¿Por qué el Estado no tiene origen?", Graeber y Wengrow nos recuerdan para empezar que "el Estado debía definirse como toda institución que reclame el monopolio sobre el uso de la fuerza coactiva dentro de un territorio" y cómo algunas sociedades mesopotámicas, mesoamericanas o del Extremo Oriente, basándonos en descubrimientos arqueológicos actualizados, apenas contaron con dicho condimento que, deberíamos convenir, en la actualidad y desde hace al menos 200 años tiene en los Estados modernos su principal anclaje. Si partimos que el Estado en sí mismo es herramienta de control social a través de la violencia -explícita o implícita-, en muchos momentos del pasado no fue así, lo cual abre posibilidades de futuro -expectativas- de otros tipos de organización y convivencia. Se demuestra cómo los reinados de antaño ejercían un poder a menudo bastante restringido y cómo, gracias al veneno de la burocracia, aglutinaron otro mando todavía más pernicioso por extenso y sumamente invasivo. Y cómo "la mezcla de soberanía con sofisticadas técnicas administrativas para almacenar y tabular información introduce todo tipo de amenazas a la libertad individual -crea la posibilidad de estados de vigilancia y regímenes autoritarios-". Si a eso añadimos toneladas de carisma político tenemos el menú completo del que se compone el Estado moderno. Aunque, como nos recuerdan los autores, se vistan todos ellos aparentemente de cuidado, devoción y filantropía. Esto no fue siempre así, y lo que es más esperanzador: demuestran en estas páginas que la sucesión de los acontecimientos -de la que, probablemente, no tendremos nunca la secuencia completa- invitan a pensar que las actuales concepciones no tienen por qué ser la consecuencia lógica en la concreción social humana.
Igualmente se alude a la sacrosanta democracia como "variante de las antiguas competiciones aristocráticas (...) en forma de elecciones" bajo el manto del "sacrificio (...), sombra que acecha tras este concepto de civilización: el de (...) la vida misma, siempre en nombre de algo incalcanzable, sea un ideal de orden mundial, el Mandato Celestial o bendiciones de dioses insaciables". Por el contrario, "las pruebas físicas que dejaron atrás formas comunes de vida doméstica, ritual y hospitalidad nos muestran (otra) profunda historia de la civilización. En cierto modo es mucho más inspirador que los monumentos. (...) los hallazgos más importantes de la arqueología moderna (son) esas vibrantes, extensas redes de parentesco y comercio, en las que quienes se apoyan principalmente en especulaciones habían esperado ver tan solo "tribus" aisladas y atrasadas".
Una nueva reinterpretación de la historia -basada en rigurosos hallazgos materiales- es factible, nos hace calibrar de una manera menos melancólica las transformaciones que han llevado hasta aquí y afrontar con menos pavor el futuro. De eso va este regalo.
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