Stephen Immerwahr, de Codeine, en una entrevista de hace 30 años se autodenominaba "un vampiro de los buenos cantantes folk". Esa frase, para hablar de Phil Ochs, Nick Drake o Syd Barrett, se me quedó grabada en la retina -en una época en la que, quitando algún artista brasileño, apenas salía uno del pop convencional de guitarras o teclados con más o menos distorsión-, y desde entonces se ha convertido en un pequeño objetivo para mí: descubrir esos cantautores -sean de la orientación que sean- que nos invitan a sumergirnos en las profundidades del alma; esos discos que, en sí mismos, encierran un mundo aparentemente delicado, quebradizo, y a los que nos debemos para no escatimarnos una caricia sobrecogedora, un recogimiento grave o un arrullo estratosférico.
Dejando a un lado a esos músicos clásicos antes citados -a los que podríamos añadir a Ruthann Friedman, Vashti Bunyan, Linda Perhacs, Leonard Cohen, Sibylle Baier, Bridget St. John, Wanda Warska o Nico-, en el presente siglo se pueden contar en realidad con los dedos de una mano trovadores de semejante calibre: los que primero me vienen a la cabeza -y que dispongan de una discografía solvente a todas luces- son John Southworth, Lotte Kestner, Marissa Nadler, Ichiko Aoba o Jessica Pratt.
Difícil tesitura en la que se encontraba nuestra protagonista tras haber firmado un disco tan excepcional como "Quiet Signs", su anterior registro en el ya lejano 2019. Y "Here in the Pitch", pese a no lograr alcanzar por muy poco el impacto de aquél, lógicamente cumple con nota altísima. "Life is", la canción que sirvió como adelanto hace unos meses, nos hizo recuperar de inmediato los dientes largos. Con esos tonos descoloridos en la producción -algo que se mantiene ejemplarmente a lo largo de la misma, gracias a Pratt y su mano derecha Al Carlson-, como de recuerdo cuasi-mitológico entre Roy Orbison y The Drifters, dando paso a "Better Hate" que, como en "Quiet Signs", se deja acunar por cadencias bossa nova (quien piense que esto es una novedad en ella está francamente despistado) y una exultante permutación de acordes y tonalidades, otorgándole esa riqueza armónica que solo saben escanciar las elegidas. Ese regusto brasileño, de hecho, se acrecentará definitivamente en "Get Your Head Out", "By Hook or by Crook" o la ingrávida "Nowhere It Was", como tras los recios pasos de un primer Carlos Lyra, por ejemplo.
"World on a String" o "Empires Never Know" son otras gemas de cajita de música de impecable ejecución -el trabajo de percusión, de tan sutil, parece transportarnos fuera del tiempo-, siendo la primera quizá la más importante del disco.
La espera mereció la pena. La sangre que añorábamos continúa siendo de calidad premium.
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