“Hicimos buenas películas. Un par de ellas fantásticas. Como si hubiera una ley que nos prohibiera fallar. La suerte nunca nos abandonaba. Pero no era suerte: era que nos decíamos la verdad”
De acuerdo: se han hecho rodajes por ojos foráneos aparentemente más atractivos para el común de los mortales en la ciudad de Roma, desde la simpática “Roman Holiday” (William Wyler, 1953) a la pretenciosa, espesa y vacua “La Dolce Vita” (Federico Fellini, 1960), por poner el par de ejemplos más obvio. No obstante, ninguna película ha captado la Ciudad Eterna con el tono crepuscular y dolido pero a la vez vivo e incandescente de “Dos semanas en otra ciudad” (digamos que aparecen las mismas terrazas de Fellini, pero en “Two Weeks” se palpa la excitación, la intensidad y el peligro). “Two Weeks”: esa mezcla a la vez de secuela y spin-off –pero sin ser ninguna de las dos cosas- de “The Bad and the Beautiful” (1952), perpetradas ambas por el norteamericano Vincente Minnelli.
“Two Weeks in Another Town” funciona (y convence) de varias maneras: como el ajuste de cuentas a uno mismo, como una muesca más de Minnelli en la profundización de unos personajes varados a partir de diferentes patologías mentales -en una especie de tetralogía propuesta de manera improvisada a partir de la filmografía del mismo autor, al lado de “Undercurrent” (1946), la propia “The Bad and the Beautiful” y “The Cobweb” (1955)- y como la definitiva impugnación a un tipo prota(a)gónico movido por un carácter volcánico y a menudo inconsciente de su propio poder e influencia. Por no hablar del inevitable y sincero tono reflexivo y filosófico sobre el cine dentro del propio cine.
Charles Schnee en el guión y todo un artesano precursor de bandas sonoras como David Raskin repitieron respecto al equipo de la referencial “The Bad and the Beautiful”. El primero tuvo que hacer encaje de bolillos para readaptar la historia de la película del 52 diez años después pasando el actor principal en ambas –el recientemente fallecido Kirk Douglas- primero como irascible y calculador productor en la primera para adecuarse en la segunda e interpretarse a sí mismo, es decir, como el propio actor de la primera, abandonado y engullido por el venenoso modus vivendi del negocio. Schnee, bregado en furibundos y esforzados westerns –“Red River”, “The Furies”- y noirs con marcado mensaje social –“They Live by Night”-, se mueve como pez en el agua a la hora de hilvanar una trama donde el delirio, la culpa y el reproche se entretejen a la perfección, como un cóctel explosivo y constante de consecuencias trágicas… pero bellas en su consumación.
“Two Weeks in Another Town” empieza en un psiquiátrico –escenario sustituido en los diálogos por el eufemismo pijo muy de entonces de ‘casa de retiro’-, justamente como en la citada “The Cobweb”. El actor Jack Andrus (Douglas) es liberado de ahí para aprovechar una última oportunidad de reenganche en el mundo del celuloide gracias a la llamada de uno de sus directores fetiche, Maurice Kruger (el incontestable Edward G. Robinson, haciendo indisimuladamente del propio Minnelli). Pero las cosas no son (o no parecen) como en el pasado: las vidas se han encallecido, los cantos de sirena recrudecido, y los cambios de paradigma en la industria amenazaban con el prestigio de los que lo fueron todo y se ven reducidos a dar manotazos torpes al presente. Andrus intentará resurgir como el ave Fénix (aceptando paradójicamente el puesto que había interpretado en “The Bad”, el de dirección de actores), tratando de recuperar incluso el sex-appeal y la inocencia destructiva de los buenos tiempos. Pero todo ha cambiado, y se encuentra que los productores no buscan la épica de la gracia y el glamour, sino el beneficio inmediato del producto comercial puro y duro.
En este tour de force de Minnelli, como suele ocurrir por otra parte en casi todos sus dramas, abundan los comportamientos desquiciados –insoportablemente visceral e histriónica pero divina está Claire Trevor-, orgullosos –Robinson- y tercos –Douglas-. Todos ellos han acumulados frustraciones, decepciones y demás taras del destino a lo largo del tiempo, lo que emponzoña la cinta de una atmósfera marcadamente viciada, victimista por los cuatro costados, siempre a punto de saltar por los aires.
Hay guiños directos a “The Bad and the Beautiful” -se utilizan fragmentos reales de la propia película (auto-homenaje) sobre los que se comenta por encima- y otros recreados y superados en esta segunda cinta –la escena casi final, catártica y excesiva del coche descontrolado supera en impacto a la por otra parte estimable –y reconocible conceptualmente- de Lana Turner en “The Bad”. Y no deja de haberlos respecto a la citada “The Cobweb”: tanto en esta como en “Two Weeks” es reseñable la figura del adolescente atolondrado y confuso con problemas de autoestima, encarnado en “Two Weeks” en el papel de David Drew (un George Hamilton aún por hacer cinematográficamente hablando) como actor principal en la película que ha empezado a rodar Kruger. Hay constante psicoanálisis –como por otra parte ocurría previsiblemente en “The Cobweb”- a causa de la profesión –la escena de la playa entre Veronica y Andrus-, y una sensación constante de efecto boomerang: Andrus -que, por cierto, se permite frivolizar con el maltrato machista en una de las secuencias- acabará sufriendo el mismo desengaño amoroso, la misma traición y la misma sensación de humillación y utilización de sus amigos y amantes que él había propinado tiempo atrás, bien encima de un plató, bien tras las bambalinas. Todo un tratado sobre el karma. En definitiva, sobre algo tan dolorosamente contradictorio y recurrente como la vida misma.
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