miércoles, 5 de noviembre de 2008

La historia de Venus y Tannhäuser, de Aubrey Beardsley





Decía Oscar Wilde: “A mí dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo”. De eso, básicamente, se alimenta lo que le dio tiempo a escribir a Aubrey Beardsley, esa novela inacabada convertida en piedra filosofal del Aesthetic Movement, corriente artística británica de la segunda mitad del siglo XIX que simbolizó tan fervientemente el autor de Teleny. Beardsley, socio puntual de Wilde, fue el ‘enfant terrible’ de aquellos cambiantes y tumultuosos tiempos. Dibujante, ilustrador, agitador y sobre todo ‘gentleman’, se convirtió a su corta edad en referencia y revolución inexcusable del panorama estético de fin de siglo y principios del siguiente.



“La historia de Venus y Tannhäuser”, su única obra literaria, clava los cimientos en la leyenda medieval alemana e involuntariamente en la adaptación wagneriana, pero desde un punto de vista disoluto y provocador, modernista y profanador. Poco importa de qué trata el texto, e incluso en qué consiste su adaptación o qué cambios se producen con respecto a sus precedentes. Lo esencial no es qué cuenta, sino cómo lo cuenta. Porque “Venus y Tannhäuser” (la hermana concentrada del "À rebours" de Huysmans) es puro detalle, incansable filigrana, descripción extenuante. La experiencia de los sentidos llevada a sus últimas consecuencias, menospreciando rigores morales y preocupaciones argumentales. El bardo Tannhäuser llega a Venusberg (especie de parque temático de la escatología discreta pero impune y de lo sexualmente implícito) donde la diosa titular, especie de hembra desorbitada con la que compartirá placeres y destripará sensaciones, tutela con pulso firme pero grato. Ahí acaban las premisas. Beardsley se abandona por demás en frases rebosantes de orfebrería pormenorizada, acción casi inexistente, y un séquito de secundarios tan multiforme y exótico como fascinante. Por el contrario, recurre a un erotismo certero que nunca se regodea en el mecanicismo, plantando un espeso bosque de insinuaciones y guiños exclusivos. Un tupido -y ensimismado- jardín de pliegues delicados y mordaces. En cada frase, un mundo.



Venus y Tannhaäuser es, ante todo, objeto. Por ello Hiperión pone dicho concepto a buen recaudo, acompañando al texto una desmedida colección de dibujos propios y ajenos a la edición original, la que imaginó Beardsley, ya fueran acordes al paisaje de la novela, o extraídos de otros trabajos del autor.
En definitiva, una joya en sí misma donde el arsenal incluido, ya sea escrito o trazado, forma un todo inamovible y perfecto. Una obra maestra escondida en un cofre de diseño magistral que navega con rotundidad en el mar enrarecido y apelmazado de la literatura. Una inversión –e inmersión- inmejorable. Son buenos tiempos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Anda que... Yo pensaba que eras un hombre serio y formal y te encuentro pervirtiendo a tus lectores...

Un detalle sobre 'Venus y Tanhauser': no es sólo un estupendo texto erótico, sino el mayor muestrario de fetichismos jamás escrito antes de la 'Psychopatia' de Kraft-Ebing. Cada afecto morboso del varón hacia el cuerpo femenino está representado en la novela, abundando el catálogo de tal manera que uno se pregunta cuánto tiene éste de fantasía y cuánto de experiencia directa del propio Beardsley, que se movía entre personajes de alivio.

A seguir bien. Un abrazo.

Edgar Ducasse dijo...

Como siempre, interesante apunte, Pickman. Ya sabes que a veces las apariencias engañan, pero ya sabes que aquí en el fondo manda la forma. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Es lo que tiene el esteticismo...

Anónimo dijo...

pues no le he leido...lo apunto
8comienzas nombrando a Wilde, del que se manejan tantas citas, y resulta que lo bueno es leerlo )
me gusta tu blog
abrazos

forcas.