lunes, 15 de mayo de 2017

La necesidad del ateísmo y otros escritos de combate, de P. B. Shelley






Nunca conceptos y asuntos como la política, los derechos humanos, la democracia o el incipiente vegetarianismo militante estuvieron disociados de la obra poética y filosófica del autor del “Himno a la Belleza intelectual”. Como bien señalaban Alejandro Valero y Juan Abeleira en el prólogo de la antología poética de Shelley publicada en la editorial Hiperión en los años noventa, para el autor de “Ozymandias” todo era Uno (pensamiento, cuerpo, espíritu o Naturaleza), pero él “necesitaba descubrirlo por sí mismo, palparlo con urgencia en su propia carne”. Así, poética y denuncia, reflexión y urgencia fueron siempre de la mano, imbricadas en todos sus escritos, ya fuesen eminentemente líricos o ajustadamente contestatarios.

Amante del progreso, entendido como liberación no solo material sino también espiritual, se convirtió en un pionero de la negación de Dios en el pasquín “La necesidad del ateísmo” que da título genérico a este volumen publicado por Pepitas de Calabaza (otro tanto, señores) pero que no debe ser tomado como leiv motiv de esta recopilación de textos ensayísticos donde también se dan cita la denuncia de la pena de muerte, la  defensa de la dieta natural, la liberación española del yugo francés, el rechazo a Napoleón o la defensa de la poesía.





“Un Dios hecho por el hombre tiene necesidad del hombre para darse a conocer entre los hombres”


Como sucede con todo precursor, muchas veces el concepto que arranca sirve para abrir camino pero no tanto para abarcar todo su recorrido. Así Shelley, como otros muchos ateos, comete el mismo error de partida: darle al concepto de Dios la importancia que no tiene, asignar un rol que por definición es inexistente: proporcionarle un espacio que no ocupa, pero que ha acabado invadiendo artificiosamente para tratar de traducir el miedo y de representarlo en medio de la incertidumbre y la oscuridad. “Está en la esencia misma de la ignorancia conceder importancia a lo que no se comprende”, dice Percy Byshee, y ahí está el error de cálculo: tratar de comprender una versión de por sí incoherente de la existencia y elevarla a categoría (y categoría totalizadora, lo que es aún más risible). Pero no es un mal punto de partida, que conste, solo que insuficiente.


“Toda ley supone la criminalidad en la posibilidad de su infracción”


Tan atinada consigna oficia de corolario sobre otra de las instituciones a las que Shelley lanzó sus dardos con inusitada firmeza. Hablamos del matrimonio, sobre el que inyecta toda su bilis con una intención muy clara: desmontar el papel de dicho organismo, que no es otro que el referente al control y a la propiedad en pequeñas células que no obstante ofician (porque lo siguen haciendo) de soporte a otras de más grandes dimensiones, como son el Estado o el transnacionalismo y su aberrante ideología globalizante.




Pero si hay un texto ejemplar y rotundo dentro de la producción panfletaria de uno de los románticos más activistas y radicales, cuya obra ayuda tanto al enaltecimiento del sentimentalismo paisajista como a la rebelión obrera y la denuncia de la opresión desde sus diferentes ángulos, este es “Defensa de la poesía”. Razón e imaginación como conceptos complementarios y no divergentes “La razón es la enumeración de las cualidades que se conocen; imaginación es la percepción del valor de estas cualidades, tanto separadas como en conjunto. La razón atañe a las diferencias, la imaginación a las semejanzas” , el poeta como “bien que habita en la relación que existe (…) entre existencia y percepción, (…) entre percepción y expresión” y el poema como “imagen de la vida expresada a través de la verdad eterna” además de “creación de acciones acordes a las formas imperecederas de la naturaleza humana” son algunos de los aforismos imprescindibles de este vidente que acertadamente sentenció: “la poesía levanta el velo de la belleza escondida del mundo, y hace que los objetos familiares se vuelvan desconocidos para nosotros”, para acabar contribuyendo “al logro del efecto actuando sobre la causa”. Defensor de la poesía más allá del corsé temporal y de las convenciones del momento (“no circunscribamos los efectos de la poesía (…) a los límites de la sensibilidad de aquellos a los que iba dirigida”), para Shelley la poesía “nos obliga a sentir lo que percibimos, y a imaginar lo que conocemos”. Ni más ni menos.