martes, 23 de julio de 2019

Anarquía científica. La fascinante revolución tecno del Aviador Dro, de VVAA





“Después de un casi calamitoso (!!!), a nivel creativo, “Cromosomas salvajes”, y casi dos años de reponer fuerzas, aquí están los reyes del tecno-chochi post-industrial. ¿Y cómo es el nuevo disco?. Pues es, digamos, un cúmulo de errores y aciertos: el repertorio es muy bueno, las canciones están muy bien compuestas y son bastante originales, pero el sonido es horroroso y nadie sensato puede comprender cómo el mítico Fernando Arbex graba tan mal.

También es mala la voz del cantante: lo que él hace no tiene nada que ver con lo que se llama cantar, pero es absolutamente expresivo, da la impresión de creerse absolutamente lo que hace y así logra dar veracidad a las, de otro modo, inverosímiles temáticas de las letras. Una de cal y otra de arena, una balanza perfectamente compensada en todos sus aspectos: hasta el conceptualismo habitual del grupo ha llegado a extremos de rizar el rizo. “La única solución es la venganza”, el tema más escuchado del álbum, rebosa furia y es salvajemente interpretado por el grupo con una convicción de la que no se puede dudar, pero, ¿qué han querido decir en la letra?, ¿de qué habla “Ella caza de noche”?.

Así podríamos seguir durante horas y horas, la portada, medio ñoña, medio atroz (por culpa de la presencia del insoportable Ken, el ser más odioso del universo), sus incursiones en el guitarreo roquero, su nostalgia del año 77, su miedo a dejar ver que se han hecho adultos al fin… Todo lo que hay en el disco tiene su lado aceptable y su lado oscuro, pero yo, como fan-desde-la-primera-octavilla-que-leí-en-el-Rastro, creo comprender que, en un grupo tan inquieto y poco espontáneo como Dro, esas simbiosis de cosas que te gustan y cosas que te repelen es sencillamente la prueba definitiva de que el grupo es una realidad de la que forman parte inevitablemente todos los elementos que sus ideólogos quieren que tenga. Al oyente no le quedan más que dos opciones: lo tomas o lo dejas. Yo, sinceramente, lo tomo. (Crítica de “Ciudadanos del Imperio” de Aviador Dro, por Patricia Godes. Incluida en el nº de marzo de 1987 de la revista Rockdelux).


Una lástima que las cintas de recuerdo descargadas en “Anarquía científica. La fascinante revolución tecno del Aviador Dro” (VVAA. La Felguera, 2019) no incluyan muestras de –sano- gamberrismo crítico al estilo de esta reseña con la que ilustramos el comienzo de nuestra entrada y que escribiera tiempo ha precisamente la coordinadora de este mismo libro. Quizá es uno de los motivos por los cuales muy pocas veces me lanzo a comentar libros musicales: porque al final suponen un constante embellecimiento del artista, grupo o escena que toque, muchas veces rayano en el empalago más insufrible. Y también porque la mayor parte de los títulos que, en los últimos tiempos y en masa, han inundado las estanterías de librerías y cadenas en lo que supone una casi vergonzante burbuja editorial se basan en (auto)biografías onanistas sin interés –para compensar la bajada fulminante de venta de discos- y en ensayos de cualquier cosa que se nos ocurra después de hincar los codos en cualquier barra de bar. Pero, aun con sus altibajos, no es el caso de “Anarquía científica”, voluminoso compendio que cuenta y la vida y milagros de una de las trayectorias más longevas y ocurrentes de la historia del pop español.




Escrita a un montón de manos (que incluyen los propios miembros -pasados y presentes- del grupo protagónico, Aviador Dro, así como amigos, fans y periodistas), “Anarquía científica” (extraño envoltorio) se hace coincidir nada menos que con el 40 aniversario de la fundación de los inventores –nominales- del tecno pop, para ir desarrollando a través de un guión a menudo algo atropellado las motivaciones sonoras, literarias, ideológicas y empresariales de Servando Carballar (único miembro fundador en activo que ha sostenido la marca en todo este tiempo, aunque Alejandro Sacristán, alias CTA 102, otro de los más históricos, se haya reincorporado en fechas recientes), Marta Cervera y compañía. Como es previsible en un combo con tantas inquietudes y tacticismo a lo largo de los años, “Anarquía científica” nos invita a un viaje a través del principio de la era electrónica –con sus sintes, cajas de ritmos e influencias foráneas ad hoc-, al punk –imprescindible también para entender la música del Aviador- a la literatura pulp que dio marco expresivo a sus canciones, a la retórica ideológica fundamentada en una apuesta por el futurismo libertario –Dro quizá fueron los únicos dentro de la nueva ola madrileña que tuvieron una consciente convicción política; como mucho, y en el otro extremo, estaría Fernando Márquez, al que imagino en la actualidad entusiasmado con los gremlins sarnosos de Vox-, a la estética por medio de la moda post-industrial estandarizada y de sci-fi que sustentó sus actuaciones y fotos promocionales, a la contribución femenina al proyecto y a las reflexiones de sus componentes tras levantar literalmente y desde lo más abajo los cimientos de la industria musical independiente en nuestro país, a través primero de su sello discográfico DRO y posteriormente en una segunda aventura con La Fábrica Magnética.


“Robots guerrilleros apuntan a la sede del Dominio Universal (…)
Nuestras manos enguantadas alzan sus herramientas contra los edificios públicos.
La policía carga hacia el vacío sin poder impedir lo irremediable
y la televisión emite un comunicado de lucha universal”
(“El último asalto a La Bastilla”)




Decididamente un libro para iniciados, y de entre ellos, sobre todo para los que un buen día certificaron con su entusiasmo un férreo juramento de fidelidad. Y es que Aviador Dro y Sus Obreros Especializados, si por algo se han distinguido a lo largo del tiempo, es precisamente por dar más que nadie y alimentar puntualmente a sus seguidores con una obra kilométrica llena de recovecos y sazonada con una oratoria que arenga el conocimiento a través del guiño cómplice y la acumulación sistematizada de datos e impresiones: Aviador Dro como el grupo nerd español por antonomasia.


“Gritan vítores a las fotos de los muertos,
el clamor hipócrita de la oligarquía.
Enemigos del progreso preparando la nueva Santa Alianza,
han probado el sabor del dominio”
(“Ruido de sables”)




El interés de “Anarquía científica” y sus giros concéntricos alrededor de los estatutos mutantes de la revolución dinámica es desigual –dicho de otro modo: hay de todo, como en (ro)botica-, y de entre los varios motivos para pensar así, hay uno muy a tener en cuenta: en el libro se ha intentado monitorizar prácticamente toda su carrera, pero la cruda realidad es que Aviador Dro es un grupo que hace ya casi tres décadas que no ofrece material discográfico de cierto nivel –en concreto desde “Trance” (La Fábrica Magnética, 1991)-, con lo cual es normal que algunas partes ahí reflejadas –centradas en sus últimos proyectos- se resientan por la inevitable falta de persuasión, principalmente para los que no comulgan con cualquier excusa en forma de lanzamiento. Digámoslo de nuevo de otro modo: el corpus principal de Aviador se agrupa fundamentalmente en las siguientes referencias: “Alas sobre el mundo” (1982), “Síntesis: la producción al poder” (1983), “Cromosomas salvajes” (1985) –estos tres bajo el paraguas de Discos Radioactivos Organizados-, el citado “Trance” y el maxi “La chica de plexiglás/La Visión” (1983) -de la era Movieplay- que, como acertadamente indicara el crítico Jesús Rodríguez “Lenin” hace años, de haberse publicado íntegramente en el momento en el que debería haberlo hecho originalmente -1981- habría supuesto un hito incuestionable dentro de la entonces incipiente escena electrónica del Estado. Grabación esta última clave para entender gran parte de la evolución del Aviador, ya que después de su registro se produciría la famosa escisión de varios de sus fundadores para formar los anecdóticos Esplendor Geométrico: esa recurrente bufonada disfrazada de vanguardismo supuestamente epatante que, incomprensiblemente, perdura en la actualidad. Consecuentemente, el alma máter de Esplendor –Arturo Lanz, alias Sincotrón- apenas participa en el libro: los que hemos tenido la oportunidad de asomarnos a sus entrevistas en las revistas o webs que dan pábulo a sus casuales psicofonías sabemos de sobra que nunca ha tenido mucho que contar, sobre todo musicalmente.




Los mejores capítulos son los que tratan la materia oscura con el máximo rigor y se centran en los tiempos o temáticas de mayor heroicidad y relevancia: “La forja del mutante”, con buen pulso a cargo de Elena Cabrera, nos pone en situación sobre los inicios de la federación, en un terreno muy controlado con la autora –el ateneo libertario de Prosperidad, barrio madrileño donde nace Dro-. De ahí y de las cintas personales de Carballar subyace quizá el cariz más significativo de todo el libro: una sensación agridulce de adolescencia perdida en la persona de su principal motor, “tocado” por diferentes deserciones, traiciones y demás avatares, una disimulada –pero reconocible- añoranza de los empeños conseguidos pero finalmente frustrados o abandonados por el curso de los acontecimientos.
Otro momento destacable es “Libertad, igualdad, electricidad”, escrito por el citado anteriormente Jesús Rodríguez (del círculo más cercano de Biovac N y Arcoiris), sobre las motivaciones tecno-políticas de los Obreros Especializados. “Performances, vestuario, música y estética. El legado de las vanguardias”, responsabilidad de Victoria Hurtado, disecciona las estrechas conexiones del Aviador con disciplinas artísticas de principios del siglo XX como el Dadaísmo o la moda mecánica. La propia historia oral de los principales protagonistas también nos da plancton más que vitaminado. Igualmente es de destacar el apartado predictivo del Aviador Dro, ya que ellos vaticinaron varios acontecimientos  notorios antes de producirse –ya fueran meramente políticos o también tecnológicos- bien a través de sus declaraciones públicas, bien plasmadas en sus manifiestos. Todo ello siempre acicalado con su incombustible ironía y humor post-humano.


“Las iglesias caerán
carcomidas por el peso del silencio,
y edificaremos escuelas de aluminio
en los solares de los antiguos ministerios.

Recogemos la antorcha del verdadero socialismo.
Ha llegado el momento de la anarquía eléctrica.”
(“Camarada Bakunin”)



  
A la vez que se insertan aportaciones previsibles como las de locutores y críticos cercanos al Aviador Dro como Jesús Ordovás o José Manuel Costa, se agradecen ausencias como las de otros personajes incrustados en la biografía del grupo: pienso por ejemplo en el prestigioso cantamañanas de Julián Ruíz –productor de algunas de las canciones de los de Biovac N con más posibilidades comerciales-, un personaje enfundado en su ridículo ego de Rey Midas de la técnica castiza, pseudo-periodista que a través de su web de “Plásticos y Decibelios” parece que sigue demostrando sus absolutas carencias en las nobles artes de la sintaxis o de la puntuación, y donde cuelga cualquier tontería megalómana que parece escrita por el traductor de google en manifiesto estado de embriaguez.

También hay pequeñas imprecisiones –el sub-sello Virus no arrancó ni en 1992 ni en 1993, sino en 1991; además hay una inexactitud en uno de los cómic-homenaje ambientado en 1982 donde se hace referencia en tiempo real a la revista Disco-Express, publicación desaparecida poco antes: 1980- que se disculpan por lo ingente de la información seleccionada, pero sobre las que, modestamente, queremos dejar constancia.




Se echa en falta un análisis informativo más detenido en su discografía –repleta de referencias cinéfilas, científicas, musicales, gráficas, etc.-, que tan solo aparece enumerada sin más (por la propia Patricia Godes), para destacar después un puñado de piezas y sus correspondientes temáticas. Objeciones todas ellas que no impiden por otro lado valorar su adecuado diseño –al modo de recopilatorio fanzinero, algo habitual en las ediciones de La Felguera, por otra parte-, la concreción en los sucesivos contextos donde se ha movido un grupo y una forma de entender el mundo que, a medida que aflojaba su interés puramente creativo exclusivamente en los aspectos musicales, volvían a ganar terreno en su reconversión comercial –la cadena de tiendas de cómics Generación X-; que mientras perdían impronta en el panorama pop se destapaban más obsesionados con el juego de rol y sus posibilidades y conseguían reciclarse en el a menudo viscoso sub-mundo de lo tecno-gótico o recogían los frutos de tantos años allende los mares con una hinchada hispanoamericana enfervorecida con el proyecto aún en marcha. Pura historia.


“La realidad de la corrupción del estado
y la parálisis del poder
toman otra vez forma en nuestras voces.”

(“La arenga de los sindicatos futuristas”)