sábado, 27 de diciembre de 2014

Tabanka Djaz






“El grupo más carismático de Guinea-Bissau”  ha sido noticia durante estos últimos meses por partida doble: primero gracias a su vuelta a los escenarios y al estudio de grabación después de más de una década alejados de él (de ahí el título de su último álbum, “Depois do Silêncio”) y, en segundo lugar, por haber firmado el que casi con toda seguridad sea el mejor disco de toda su carrera.

Formados a finales de los ochenta, se han convertido con el paso de los años en uno de los máximos representantes del gumbé, un género musical eminentemente urbano procedente de su país con influencias autóctonas mezcladas cabalmente con el zouk antillano, el reggae jamaicano y el pop internacional. Ya desde el propio nombre del grupo se sugiere un mestizaje sin rodeos: juntar el tabanca (género caboverdiano muy practicado en carnaval e importado a su propia idiosincrasia) con el jazz, aquí transcrito a la manera criolla de Haití.






A pesar de haber sido grupo revelación a tener muy en cuenta desde su primer lp (“Tabanka”, de 1990), paradójicamente les ha costado siempre ser profetas en su propia tierra, teniendo mucho más éxito en otros países como Angola, Cabo Verde, Portugal, Mozambique y, de manera residual, hasta en Estados Unidos que entre los suyos. Formados originalmente por los hermanos Cabral -Micas, Juvenal y José Carlos-, TJ se distinguió desde el principio por la aguardentosa y sentida voz de Micas y, ya en ese primer disco, por los teclados y cajas de ritmo de suplían una instrumentación más “naturalizada” pero que, a cambio, otorgaba a sus canciones una sonoridad refrescante y liviana, tan al modo de tantos otros artistas africanos de aquel momento acuciados por la falta de presupuesto. También estaban ahí otras constantes en las que profundizarían en el resto de su discografía: los muy imaginativos y pimpantes arreglos de teclados –culpa de Caló Barbosa-, sus progresiones melódicas –que les llevan a gestionar en una misma canción diferentes partes que se van solapando de manera intuitiva y sorprendente- y los agradecidos y rotundos coros femeninos, aportando finalmente una riqueza armónica fuera de toda duda.






Canciones más intimistas como “Caçabi Di Mundo” o “Padass Di Minino” (esta segunda incluida en su segundo álbum “Indimigo” de 1993) empiezan a dar cuenta de la sensibilidad del combo siempre, además, con una considerable carga combativa en casi todas sus letras. Tabanka Djaz tiene formalmente mucho de grupo romántico, aunque sus textos no se correspondan las más de las veces con el embelesamiento gratuito que premeditadamente cabría esperar.

Otras, desde un prisma afro-pop realmente irresistible como “Bácu”, focalizan sus palabras de historias de líos amorosos desde una óptica más costumbrista y liberada. También en “Indimigo”, que guarda muchas concomitancias sonoras con el debut pero donde ya se percibe una evolución considerable, recuperan el clásico popular “Tira Mão Da Minha Xuxa”, que también traería a colación su (por otra parte) buen amigo el brasileño Martinho Da Vila.





Hasta la aparición de “Depois do Silêncio” era “Sperança”, de 1996, el considerado como su cumbre creativa. No era para menos: una instrumentación más sólida (cercana a lo que son actualmente), más rigurosidad y madurez en los ritmos y una colección de canciones en definitiva más compensada que en sus dos entregas previas. Guitarras soukous (“Brincadera D'Aós”) mezcladas con soluciones electrónicas (“Lisa Cherry”) y una inmediatez melódica más sofisticada de lo que pudiera parecer a primera vista. Impagables y muy tácticos detalles con las teclas marca de la casa (“Rusga Di 7.30h”) sazonados con certeros apuntes de saxo, sin olvidarse jamás de los tempos más lentos y melosos.

“Sintiminto” (2002) quizá supuso un paso atrás en su ascensión. “Paixão Criola”, por ejemplo, se escora de manera no especialmente brillante ni significativa hacia el soul y, mayormente, las canciones no tienen el gancho de anteriores capítulos, dejando en el aire una sensación de transición y agotamiento de ideas. Tan sólo “Gardicimente” mantiene algo la temperatura a nivel rítmico –esos caracoleos de Barbosa- y dialéctico.






Un Barbosa que, precisamente, se convierte tras este disco en la ostensible baja por defunción dentro del grupo, lo cual, sumado a la preocupante y desestabilizada situación política y social en la primera década del siglo XXI en Guinea-Bissau hace que Tabanka Djaz entre en una particular travesía en el desierto que durará 11 años, con idas y venidas intermitentes a su patria. A finales de 2013 se anuncia el retorno, “Depois do Silêncio”, que supone no sólo un revulsivo necesario en su carrera, sino el disco definitivo por el que se deslizan materiales quizá no especialmente renovados, pero sí contundentes y muy inspirados.


Trompetas bruñidas en su punto justo de cocción (“Silêncio”) y un Micas Cabral controlando a la perfección su papel de frontman expresivo y sin red. Grandiosos coros (“Foi Assim”) siempre protagonistas, influencias brasileñas –sobre todo del Carlinhos Brown de “Alfagamabetizado” (1996), gracias a perfecta simbiosis de electrónica y samba global-, medios tempos muy emocionantes (“Bo D'zem”, “Mancebo”) y, en todo momento, un despliegue fabuloso de arreglos nutritivos y edificantes. Una colección completísima, ultracomercial, altamente sensual y bailable. Una fiesta sincera y apabullante: lo mejor de este año confuso y convulso que ya nos va diciendo adiós.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Historias tenebrosas (Richard Oswald, 1919)






Tres cuadros que cobran vida: Reinhold Schünzel (un híbrido entre Peter Lorre, Charles Laughton y Bela Lugoshi) en la piel del Diablo; Anita Berber haciendo de prostituta; y el gran Conrad Veidt representando a La Muerte. Todos ellos decoran las paredes de una biblioteca atestada de relatos equívocos e inquietantes.

La imagen nos recuerda el fantástico inicio de la primera de las tres historias de “3 Casos de Asesinato” (Varios directores, 1955), aquella llamada “In the Picture” donde el pintor de un cuadro inacabado traspasa desde dentro el cristal de su obra en un museo londinense.

Como aquélla, “Unheimliche Geschichten” se sustenta en la recreación de diversos episodios en principio sin aparentes vínculos narrativos entre sí (en todo acaso en la concentración interpretativa de los tres actores indicados al principio que, por otra parte, aparecen leyendo cada relato al principio de los mismos), algunos de ellos clásicos (“El gato negro” o “El club de los suicidas”) y otros escritos para la ocasión por los propios guionistas de la obra conjunta, como la escritora Anselma Heine, Robert Liebmann (conocido por su labor en “El ángel azul”) o el propio director Richard Oswald, prolífico cineasta especializado en adaptaciones literarias para la gran pantalla (Ibsen, Hoffman o Wilde).






Son cuatro de las cinco historias otras tantas oportunidades para desarrollar el triángulo amoroso desde diferentes prismas. En “La aparición” de Heine, Schünzel hace de maltratador patológico, preconizando en gestualidad (¡y peinado!) al Lorre de “M. El vampiro de Dussëldorf”. La mujer es rescatada por un galante Weidt, que a su vez cree sufrir alucinaciones tras el consiguiente cortejo.

Quizá sea “La mano” de Robert Liebmann el capítulo más interesante a la hora de valorar los hallazgos estilísticos de la película. Sobre todo en la escena de los pasos en la arena de uno de los dos pretendientes de una dama –que ha muerto estrangulado por el otro-, que se adelanta en casi quince años a la famosa escena de la nieve en “El hombre invisible” de James Whale. En “La mano” hay también avanzadas escenas de una sesión de espiritismo (que le da un plus casi siempre a cualquier película) y las inevitables referencias de “Las manos de Orlac”.







“El gato negro”, el inmortal y archiconocido título de Poe, echa mano del consustancial sentido de la fatalidad que sugiere el color del felino para acabar delatando a un alcohólico desatado y bestial (otra vez Schünzel, bordándolo nuevamente) que la toma con su sufrida esposa.

“El fantasma” de Richard Oswald tiene más de metaliteratura y comedia que las anteriores, en una historia presuntamente dieciochesca de abandono, celos y juego amoroso donde esta vez Veidt hace de marido, incomodando constantemente a su contrincante con una prosodia poética de lo más afectada.

“El club de los suicidas”, originalmente de Stevenson, se centra en el capítulo de “La aventura de los coches de punto” de éste para explayarse en el juego de la dominación, de la tensión irresuelta y la intimidación de una comunidad secreta y su principal valedor (con guiños a Dante incluidos) quedando para la historia de este interesantísimo film como la imagen icónica del mismo, ya que uno de sus fotogramas suele ser la portada de cualquier cartel o reedición que se precie.






Sobre Conrad Veidt, uno de los tres mejores actores de todos los tiempos, poco que decir a estas alturas: personalidad total, gestualidad suprema, presencia apabullante y versatilidad contrastada. En definitiva: capacidad de interpretación fuera de toda duda. No en vano con estas “Historias tenebrosas” estaba preparándose para el salto a la leyenda definitiva, que se estrenaría cinco meses después que “Unheimliche Geschichten”: “El gabinete del Doctor Caligari”.


Oswald volvería con más historias “tenebrosas” unos cuantos años después, ya en el sonoro, insistiendo en similares obsesiones intelectuales y con otro grande como protagonista principal: Paul Wegener.