jueves, 5 de noviembre de 2015

Oblique Strategies






Segunda edición:

Decorate, decorate



Cartas anteriores:

2014
Primera edición:
44. Feedback recordings into an acoustic situation

2013
Cuarta edición:
Change ambiguities to specifics

2012
Tercera edición:
Don't be frightened of cliches

2011
Segunda edición:
91. Repetition is a form of change

2010
Primera edición:
70. Reverse

2009
Cuarta edición:
40. Go outside. Shut the door.

2008
Tercera edición:
8. Ask your body

2007
Segunda edición:
114. What mistakes did you make last time?

2006
Primera edición:
46. Make a sudden, destructive unpredictable action; incorporate.

jueves, 8 de octubre de 2015

Nada hay donde la palabra quiebra, de Stefan George







“Vuestro es lo dulce, lo sublime es mío”


CONSEJO PARA CREADORES

                                                          Qui si parrà la tua nobilitate (Dante)

“¿Por qué emplear las fórmulas habituales adversas a la belleza: “Sí, dijo X”, “No, repuso Y”, “fue en…”, etc. para verter tu interior?. ¿Porque eso es lo que quieres?, ¿no puedes poner todos tus quedos anhelos en el susurro de las flores o en una ligera lluvia de mayo?, ¿todos tus deseos indómitos en una noche tormentosa, en el bramido del mar batiendo la costa, un aullido que resuena desde los bosques desiluminados?, ¿llevar la lucha por lo imposible a las cumbres vertiginosas de montañas remotas aún desde las nubes?, ¿lo vano del ser, y procrear a esa calle de niebla gris sin término, y la desesperación inevitable orgullosa a la sangre y púrpura de un ocaso?.”






Stefan George (1868-1933), gurú y esteta incurable, se acerca más en cuanto a método de trabajo y cosmovisión orgánica a su amigo Rilke -con el que intercambió una anecdótica correspondencia, incluida en este volumen- que a su adorado Mallarmé. Le emparenta con el primero una estimable productividad, diseminada en cuantiosos volúmenes de poemas, de los cuales la edición de Trotta ha hecho selección a modo de antología no solo poética, sino también prosística, incluyendo proemios y exhortaciones varias.

George se entregó casi por completo a la poesía, de tal manera que llegó a sobrepasar su propio trabajo sumando el objetivo de formar una prole que concitara una raza de líricos apegados a una percepción espiritual y armónica alejada del naturalismo predominante en aquella época. Propició una revista poética como Hojas para el arte, donde reflexionó y azuzó a una minoría con modus -vivendi y operandi- extremos, inviolables e insobornables lo que, unido al desarrollo de la especulación teórica sobre su propio país -Alemania- determinó trágicamente que el nacional-socialismo se quisiera apropiar pocos años después del aparato discursivo para su propaganda bestial e insalubre.

Stefan George llevó hasta sus últimas consecuencias el simbolismo, más allá de lo que lo pudieran hacer precedentes como Dante Gabriel Rossetti o Rimbaud, y muy en consonancia con el citado Rilke, con parecida entrega y virtuosismo. Con Mallarmé, además de compartir horas de tertulia en casa de éste, participó de un hermetismo tanto o más formal que en el caso del francés, promulgando una nueva forma de puntuar -o directamente de no hacerlo- y de deconstruir oraciones.

Respecto a esta última estimación, he procedido a puntuar los versos que vienen a continuación, tomándome la libertad de hacerlo partiendo -por descontado- de la labor de la traductora de esta edición, Carmen Gómez García. Espero que semejante osadía no empañe su elogiosa iniciativa. El propósito ha sido exclusivamente el de "normalizar" a George, probando con ello a pausarlo. Mis disculpas anticipadas si con ello he arruinado o frivolizado sobre su obra y la correspondiente traslación al castellano.




ROSA AMARILLA

En la atmósfera cálida tremulante de olores,
En la luz argéntea de un día falaz,
Respiraba circundada de fulgor amarillo,
Envuelta toda en seda amarilla.
Sólo deja adivinar ciertas formas
Cuando su boca se contrae en sonrisa moribunda
Y sus hombros, su pecho, en sobresalto leve.
Diosa misteriosa de Brahmaputra del Ganges,
Parecías creada de cera e inanimada,
Sin tus ojos densamente ensombrecidos
Cuando, cansados del reposo súbito, se elevaron.






LA IMAGEN

Sobrecogido despierto en la noche…
Veo nubes negras e inmensas
Que, sin cesar, se desgarran y mezclan.
Y, mientras, una grey de larvas
Invisible, más bien perceptible
Hace temblar mis labios excitados.
Se me aparece la imagen:
Hoy la he rozado entre muchas…
Al instante, tan hondo, me ha conmovido,
Traspasado me ha dejado de deseo.
Al cabo la olvidé… los mismos sueños
No pudieron resucitarla.
Vengándose su derecho, exigiendo
En los pavores de la noche ha venido,
Poderosa, imponiéndose de nuevo.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El tercer secreto (Charles Crichton, 1964)






“¿Qué tiene de especial la locura?
¿qué tiene de especial el asesinato?”

Charles Crichton fue un director todoterreno con cincuenta años a sus espaldas tras la cámara, lo que le permitió dirigir cosas tan dispares como la memorable película coral “Al morir la noche” (1945, varios directores) o aquella broma de “Un pez llamado Wanda” (1988). Especializado mayormente en comedia, hacia la mitad de su trayectoria filmó esta interesante película que mezclaba misterio, enfermedades mentales, thriller y drama. Es por tanto, una rareza dentro de su filmografía, la cual acabó escorándose hacia el mundo de la televisión con telefilmes y series diversas (varias de ellas internadas en la ciencia-ficción).


“El primer secreto es lo que no le decimos a nadie,
el segundo lo que no nos decimos a nosotros.”







Un reputado psiquiatra es encontrado moribundo en su despacho: aparentemente es un suicidio (varias pistas, entre ellas una pistola con sus huellas, parecen dejarlo claro), ratificado por unas frases autoinculpándose, dejando en el momento de expirar definitivamente pocas dudas sobre el veredicto. Sin embargo su hija (de apenas catorce años) está convencida de que a su padre lo mató alguno de sus pacientes. Con la ayuda de uno de ellos, un famoso presentador de televisión, y una lista con los nombres de los últimos clientes que tuvieron un trato estrecho con el doctor, intentarán hacer ver a las autoridades (y sobre todo, a sí mismos) que no se trató de lo que aparentemente fue a todas luces.

“The third secret” combina elementos del whodunit, de thriller psicológico de los años cuarenta y de la penúltima ola de películas que habían empezado a diseccionar con menos prejuicios, menos remilgos y más arrojo psicopatías, neurosis y psicoterapias varias. Películas como “De repente el último verano” de Mankiewicz, “La tela de araña” de Minelli o ya desde un punto de vista más grotesco “Los guardianes” de Bartlett, entre otras muchas.

Con guión de Robert L. Joseph –que también escribiera “El autoestopista” de Ida Lupino-, destaca por su virtuosa fotografía, su maestría para dosificar la tensión, su habilidad para generar una convincente ambigüedad en todo momento y unas interpretaciones persuasivas, entre ellas la del Peter Lorre británico, Richard Attenborough, en un papel secundario pero siempre inquietante, con una ambivalencia muy lograda en el carácter, un poco en la línea de lo que justo estaba haciendo ese mismo año –ya como co-protagonista- en la obra maestra de Forbes “Plan siniestro”.





Casi imperceptibles dosis de humor (acercándose a una estantería personal de libros: “¿los leíste todos?. No, pero los cuento todo el tiempo.”) y un desarrollo donde aprovechan las posibilidades de la esquizofrenia –racionalidad no exenta de una ausencia de impresión de parte de la realidad; arrebato violento y fría planificación yendo de la mano- para entretejer una historia de desórdenes químicos en una sociedad flemática, calculadora y poco dada a comprender a sus perturbados.

Guiños literarios aparte -la estatua de un Hans Christian Andersen, alusión a una niñez que, como la casa donde todo ocurrió, cambia y se va transformando en otra cosa; un histórico vecino como Horace Walpole observa en espíritu, terminando de dar el porte gótico que requiere la película-, “The third secret” es otra de esas joyas a seguir reivindicando del cine británico de los sesenta –comparte con la mítica y contemporánea “El rapto de Bunny Lake” de Preminger análisis y giros inesperados realmente conseguidos-, ese cine visceral y latente que poco a poco iba sacando los miedos y frustraciones más embarazosas a la luz del día, inestables e insondables como la transcripción a tiza que recorre sus aristas.


“El tercer secreto es la verdad”


viernes, 18 de septiembre de 2015

Franco Battiato, “Mondi Lontanissimi” (1985)






Por estas mismas fechas se cumplen treinta años de la primera vez que escuché a Franco Battiato. Fue en septiembre de 1985, y la canción era “La estación de los amores”, incluida originalmente –en italiano- en el álbum “Orizzonti perduti”, publicado un par de años antes. La adaptación al castellano de “La stagione dell'amore” volvía a estar de plena actualidad al final de aquel verano por haber sido extraída como single de su recopilatorio para el mercado español “Ecos de danzas sufí”. Una bendita rareza. En una época de artistas y grupos rutilantes –compitiendo en juventud, modernidad y pose supuestamente novedosa- esta canción –y, por extensión, el solista que la interpretaba- descolocaba por su –aparentemente- improvisada vocación anacrónica y su desorientada sonoridad. Ya por entonces, perfilando la imagen que muchos desde entonces tenemos del siciliano, nos preguntábamos: ¿de dónde ha salido este tipo, que parece un rector seminarista, haciendo esas canciones  de raras melodías y tecnología de bajo presupuesto?.
Fenómenos como Battiato eran en los ochenta más habituales que hoy en día: en un momento actual donde todo está absolutamente compartimentado y el crossover generacional o estilístico apenas es una gracieta de frikis de fin de semana, y donde apenas hay sorpresa más allá de los férreos dictados de las agencias de márketing y publicidad de las multinacionales que aún se reparten el pastel mediático, aquella década casi resulta impensable. Todo estaba mezclado sin apenas criterio en las listas de éxito: impenitentes canciones del verano, grupos new wave, viejas glorias de la black music, cantantes melódicos, hits italo disco, progresivos reciclados, folclóricas, superestrellas pop-rock y experimentos varios entre lo prefabricado y la canción de autor remozada.
Normal por tanto que en medio de tanto popurrí disparatado nuestro hombre encontrara acomodo, previa adaptación al castellano de algunas de sus más reconocidas creaciones.





La historia es de sobra conocida: Battiato empezó en los sesenta presentándose a todo festival de la canción que fuese necesario, introduciéndose después de lleno en la psicodelia y el rock progresivo (firmando algunos incunables de este último género en el mercado italiano) y sufriendo una transformación -muy de agradecer- a la altura de 1979 con el álbum “L'era del cinghiale bianco” donde, de manera más o menos clara, se internaba en contextos nuevaola y canciones inmediatas siempre, eso sí, con el marchamo propio del autor de “Il re del mondo”, esto es: pespuntes sinfónicos, guiños a la música barroca y unas letras laberínticas que se mueven entre la alusión erudita, el ripio autoconsciente y la escritura automática. Si añadimos, entre otras muchas cosas –sus referencias orientalistas, por ejemplo- la asunción de la electrónica pop como sustento de muchas de sus composiciones, tendremos el periodo 1979-1988 (que comprende desde el ya citado “L'era del cinghiale bianco” hasta el intimista “Fisiognomica”) como el más fértil y memorable de su carrera, demostrando una pasmosa facilidad para fusionar el hit iconoclasta con la restaurada ‘canción italiana’, muy acorde con aquellos vertiginosos años.






“Mondi lontanissimi” (publicado en el mismo año que “Ecos de danzas sufí”) es, junto con “La voce del padrone” (1981), el mejor disco de Franco Battiato de ese periodo, que abarca un total de 8 lp’s y donde no se incluyen los discos realizados en español o inglés que no eran otra cosa sino compilaciones de algunas de sus mejores canciones, adaptadas a aquellos idiomas con el objeto de internarse en sus respectivos mercados: desde luego en el español –mucho más cercano culturalmente a este tipo de proposiciones mediterráneas- consiguió de manera holgada su objetivo: en el periodo 85-87 Battiato se convirtió en un meteorito imparable que no paraba de sonar en FM’s y programas de variedades de la televisión de la época.
Me atrevería a decir que “Mondi lontanissimi” es incluso más completo que “La voce”: por lo menos no tiene, como éste, una canción rockera tan sobrepasada por el tiempo –incluidas sus manifiestas referencias- como “Cucurucucú”. Ya desde la portada –y título- de “Mondi” se advierten muchas de las constantes que se verán reflejadas en el interior del disco: la pasión por la astronomía, por lo trascendental y por la insignificancia humana –aparece Battiato en penumbra como un anónimo chamán, con el exclusivo cometido de servir apenas de correa de transmisión con el infinito- en un escenario muy de andar por casa –ese tecno-pop casero representado en un planeta de mentira en plena era pre-climalit-.





Los títulos de las canciones y gran parte de los textos que de ellos penden se involucran en dar empaque a su propuesta conceptual. “Via Lattea” oficia de proposición introductoria –el arranque del viaje-, tanto a nivel meramente cósmico y naturalista como metafóricamente amatorio. En “Risveglio di primavera” traza un par de frescos donde inserta costumbrismo histórico en medio de proclamas anti-imperialistas. En “No time no space” se incluye en una de sus líneas el título genérico del álbum (“háblame de la existencia de mundos lejanísimos”) y redunda en conflictos cosmogónicos y dualidades alegóricas entre los avances científicos y la pulsión sentimental.
En “Personal computer” anticipa la normalidad cibernética actual con el habitual batiburrillo místico tanto en lo musical –ese tecno “arábigo”- como en lo específicamente lírico, azuzado por una narración intelectualoide presta a mezclar nociones de manera arbitraria.
“Temporary road”, entre arrebatos dodecafónicos y electrónica de mercadillo, insiste en la extrañeza diaria bajo con el habitual gracejo existencialista de Franco.
“Il re del mondo” tiene uno de los más irresistibles arreglos sintetizados del disco, mientras proclama su reticencias sobre los conflictos de los señores de la guerra.
“Chanson egocentrique” aprovecha, sobre una reflexión existencial-mercantilista, para hacer un autorretrato fidedigno (“I sing for EMI Records”) y “I treni di Tozeur”, cuya solución musical, no nos engañemos, parece sacada del por entonces casi contemporáneo “Capriccio russo” de Luis Cobos, dispone de recursos operísticos en forma de añadidos y funde en la letra acontecimientos históricos con la “nostalgia” lírica espacial que recorre todo el disco.
“L'animale”, que cierra esta obra maestra, es uno de los momentos clave del disco y en general del repertorio de Battiato (siempre aclamada en sus conciertos). El lado más íntimo y paradójicamente virulento del siciliano.  Todo un tratado sobre la complejidad interior y los desajustes del ser humano.


Mundos lejanos, afectos profundos: la diana más certera de don Franco Battiato.