lunes, 17 de noviembre de 2008

Oblique Strategies





Tercera edición:
8. Ask your body.


Cartas anteriores:

2006
Primera edición:
46. Make a sudden, destructive unpredictable action; incorporate.

2007
Segunda edición:
114. What mistakes did you make last time?

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La historia de Venus y Tannhäuser, de Aubrey Beardsley





Decía Oscar Wilde: “A mí dadme lo superfluo, que lo necesario todo el mundo puede tenerlo”. De eso, básicamente, se alimenta lo que le dio tiempo a escribir a Aubrey Beardsley, esa novela inacabada convertida en piedra filosofal del Aesthetic Movement, corriente artística británica de la segunda mitad del siglo XIX que simbolizó tan fervientemente el autor de Teleny. Beardsley, socio puntual de Wilde, fue el ‘enfant terrible’ de aquellos cambiantes y tumultuosos tiempos. Dibujante, ilustrador, agitador y sobre todo ‘gentleman’, se convirtió a su corta edad en referencia y revolución inexcusable del panorama estético de fin de siglo y principios del siguiente.



“La historia de Venus y Tannhäuser”, su única obra literaria, clava los cimientos en la leyenda medieval alemana e involuntariamente en la adaptación wagneriana, pero desde un punto de vista disoluto y provocador, modernista y profanador. Poco importa de qué trata el texto, e incluso en qué consiste su adaptación o qué cambios se producen con respecto a sus precedentes. Lo esencial no es qué cuenta, sino cómo lo cuenta. Porque “Venus y Tannhäuser” (la hermana concentrada del "À rebours" de Huysmans) es puro detalle, incansable filigrana, descripción extenuante. La experiencia de los sentidos llevada a sus últimas consecuencias, menospreciando rigores morales y preocupaciones argumentales. El bardo Tannhäuser llega a Venusberg (especie de parque temático de la escatología discreta pero impune y de lo sexualmente implícito) donde la diosa titular, especie de hembra desorbitada con la que compartirá placeres y destripará sensaciones, tutela con pulso firme pero grato. Ahí acaban las premisas. Beardsley se abandona por demás en frases rebosantes de orfebrería pormenorizada, acción casi inexistente, y un séquito de secundarios tan multiforme y exótico como fascinante. Por el contrario, recurre a un erotismo certero que nunca se regodea en el mecanicismo, plantando un espeso bosque de insinuaciones y guiños exclusivos. Un tupido -y ensimismado- jardín de pliegues delicados y mordaces. En cada frase, un mundo.



Venus y Tannhaäuser es, ante todo, objeto. Por ello Hiperión pone dicho concepto a buen recaudo, acompañando al texto una desmedida colección de dibujos propios y ajenos a la edición original, la que imaginó Beardsley, ya fueran acordes al paisaje de la novela, o extraídos de otros trabajos del autor.
En definitiva, una joya en sí misma donde el arsenal incluido, ya sea escrito o trazado, forma un todo inamovible y perfecto. Una obra maestra escondida en un cofre de diseño magistral que navega con rotundidad en el mar enrarecido y apelmazado de la literatura. Una inversión –e inmersión- inmejorable. Son buenos tiempos.

lunes, 27 de octubre de 2008

Legião Urbana, um e dois




Renato Russo, parapetado tras esas gafas que le daban aspecto de eterno (y despistado) profesor de secundaria, fue posiblemente el escritor de canciones más lúcido y ajustadamente heterogéneo del rock brasileño de la década de los ochenta. Primero al frente de Aborto Elétrico, la primera semilla punk de aquellas latitudes, convertidos en leyenda gracias a proclamas del tipo “Que país é este” (algo así como el “God save the queen” de Brasil), después, y tras un breve lapso de tiempo, reconvertido en cantante folk a la manera de los cantautores norteamericanos, y finalmente como lider de Legião Urbana, paradigma del pop latinoamericano más rico, personal y refinado. Una trayectoria, por tanto, tejida a imagen y semejanza de Russo a través de sus diferentes proyectos, envoltorios dispares sobre los que desarrollar la faceta expresiva y el carisma de su principal autor.
Con Legião Urbana fragua, durante algo más de una década, la que será una de las discografías más importantes de su país, aquilatada tanto artística como comercialmente en base a sus dos primeros discos, verdaderas obras cumbres del pop de cualquier tiempo y en cualquier lugar.



Su primer lp va a estar repleto de canciones inmediatas, urgentes, empezando por “Sera”, canción de desamor y dardo metafórico sobre la realidad política y social que anda dinamitando y transformando el país (mediados de los ochenta), recién salido de la dictadura:

“Nos perderemos entre monstros
Da nossa própria criação?
Serão noites inteiras
Talvez por medo da escuridão
Ficaremos acordados
Imaginando alguma solução
Pra que esse nosso egoísmo
Não destrua nosso coração”

Por su impacto, frescura y esa guitarra prácticamente acústica que domina la canción, podríamos decir que se trata de un hipotético “Boys don’t cry” particular. La referencia no es gratuita, puesto que The Cure y Joy Division son dos de los puntales más influyentes dentro de este disco, y de buena parte de su discografía. La siguiente canción también tiene una relación de dependencia clara pero solucionada con efectividad. En “A Dança” el patrón serán los Gang Of Four, pero los de “Songs of the free”, es decir, los mismos sobre los que luego desarrollarían todo su sonido bandas como Radio 4. La letra es una afrenta hacia el poder publicitario de la moda y la asfixiante influencia en la vida moderna, incluso entre quienes piensan que nunca podrían caer en sus garras:

“Você é tão esperto
Você está tão certo
Que você nunca vai errar
Mas a vida deixa marcas
Tenha cuidado
Se um dia você dançar.”


“Petróleo do futuro” es puro punk nuevaolero, mientras “Ainda é cedo” tira de subconsciente: buena parte de sus acordes nos remiten a los Joy Division de “Transmission” para contarnos, con esa inconfundible retórica que desmonta los tópicos sobre las relaciones humanas y desde un existencialismo empeñado en confundir sacudiendo, lo que puede dar de si una relación de dependencia condenada al absurdo:

“Quase tudo que eu sei
Era quase escravidão
Mas ela me tratava como um rei
Ela fazia muitos planos
Eu só queria estar ali
Sempre ao lado dela
Eu não tinha aonde ir
Mas, egoísta que eu sou,
Me esqueci de ajudar
A ela como ela me ajudou
E não quis me separar
Ela também estava perdida
E por isso se agarrava a mim também
E eu me agarrava a ela
Porque eu não tinha mais ninguém
E eu dizia: - Ainda é cedo
cedo, cedo, cedo, cedo”

Las letras de Renato Russo son directas, muchas veces hasta la obscenidad, con ese tono perverso en sus reflexiones que le auparon hasta el papel de líder espiritual de la escena brasileña.

“Geração Coca-Cola” tiene desde la primera escucha madera de clásico: una canción apretada de folk-punk de temática tan clara como convincente. Hija del “I’m so bored with the U.S.A.”. Hablando de The Clash, “O Reagge”, la siguiente, conecta también con los de Joe Strummer, aquí sobre todo musicalmente, con esa forma de acometer el género que tan bien dominaban los ingleses entre “London Calling” y “Sandinista!”. Igual de acerada que la de los Clash, era la escritura de “Baader-Meinhof Blues”, la siguiente en la secuencia.
“Soldados” es quizá una de las primeras canciones donde atisbar la futura evolución en Legião Urbana, gracias a esos desarrollos más plúmbeos que van a ser norma cuando el grupo se haga más mayor.
Y tras la igualmente ‘clashista’ “Teorema”, el disco se cierra con una de las canciones más hermosas y definitorias del grupo, y me atrevería a decir que del idioma portugués. “Por enquanto” rompe estilísticamente con el resto del álbum, que se movía en terrenos dominados por las guitarras más o menos aceradas, para surgir como la canción más emotiva del lote, la más especial por tanto, amparada en una instrumentación cercana al tecno-pop de la época, con un desarrollo más ensoñador. Su particular “Parade” (o “Permafrost”), seguramente.




“Dois”, el segundo de su carrera, podríamos catalogarlo de álbum de “indie-pop”. Así lo atestigua el arranque del disco: la poética “Daniel na Cova dos Leões” tiene ese tratamiento de las canciones más pop de The Cure y “Quase sem Querer” ya les sitúa en unas coordenadas muy similares a The Smiths.
“Acrilic on Canvas” retorna a ambientes más sombríos musicalmente, y es una tremenda joya post-punk, donde Renato da rienda suelta a sus fraseos arrastrados, tan Robert Smith, pero con voz propia, la de los estragos sentimentales y el abandono confuso que tan intransferiblemente dibujó siempre Russo.
”Eduardo e Monica” es un delicioso tema electro-acústico (con un trote a lo “Frankly, Mr. Shankly”) bien surtido de regocijantes referencias ‘artísticas’:

“Eduardo e Mônica trocaram telefone
Depois telefonaram e decidiram se encontrar
O Eduardo sugeriu uma lanchonete
Mas a Mônica queria ver o filme do Godard(…)

(…) Ela fazia Medicina e falava alemão
E ele ainda nas aulinhas de inglês
Ela gostava do Bandeira e do Bauhaus
De Van Gogh e dos Mutantes
Do Caetano e de Rimbaud”

Acunada entre unos preciosos interludios instrumentales -y ligeramente ‘seventies’- llegamos a “Tempo Perdido”, otra de esas gemas indestructibles y definitivamente brillantes: el “There Is a Light That Never Goes Out” de Legião Urbana. El alegato generacional contra las oportunidades desaprovechadas:

“Veja o sol dessa manhã tão cinza
A tempestade que chega é da cor dos teus
Olhos castanhos
Então me abraça forte
E diz mais uma vez
Que já estamos distantes de tudo
Temos nosso próprio tempo.”

“Metropole” y “Plantas embaixo do aquário” retrotraen al lado más belicoso del grupo. Punk apremiante que da paso a la anecdótica “Música urbana”, un blues acústico sin mayor importancia melódica.
“Andrea Doria” es otro de los momentos álgidos de “Dois”, otra de las cumbres expresivas de Russo, tanto textual como musicalmente. Todo un tratado frío e inmisericorde sobre el desengaño:

“Às vezes parecia
Que, de tanto acreditar
Em tudo que achávamos tão certo
Teríamos o mundo inteiro e até um pouco mais
Faríamos floresta do deserto
E diamantes de pedaços de vidro
Mas percebo agora
Que o teu sorriso
Vem diferente
Quase parecendo te ferir

Não queria te ver assim
Quero a tua força como era antes.
O que tens é só teu
E de nada vale fugir
E não sentir mais nada”

El disco se cierra con “Indios”, otra licencia de pop electrónico que rubrica lo que debería ser considerado el mejor disco del grupo y uno de los más esenciales del pop de habla no inglesa.

Después vendrían una serie de discos más maduros (recomendable buena parte de “As Quatro Estações”), pero ni de lejos tan redondos como estos dos que, de haber sido descubiertos en su momento, habrían causado verdadero impacto en muchos –como de hecho lo hicieron en su país para convertirse en verdaderos éxitos de superventas- y que, no obstante el tiempo pasado por ellos, no han perdido un ápice de grandeza y emoción.

lunes, 20 de octubre de 2008

Valmouth, de Ronald Firbank



Los balnearios, como los monasterios, son el futuro. Bien lo saben los verdaderos maestros. En tiempos de hartazgo informativo y podredumbre ornamental, de superficialidad publicitaria y atracón estético, funcionan como reducto ascético, ya sea desde un punto de vista espiritual o físico. Por eso el mundo que imaginó, o mejor dicho, maleó Ronald Firbank hace casi un siglo es tan posible: personajes de edades bíblicas, macerando su existencia en lugares de retiro que funcionan como microcosmos regidos por sus propias leyes. La nostalgia, la pulsión sexual, las convenciones sociales, los conflictos raciales… todo ello se da cita en un entorno apacible y deterioradamente paradisíaco, a medio camino entre la estética de Aubrey Beardsley y la de Arthur Rackham, osea, entre la línea firme pero delicada y la borrachera de colores desvaídos y gestos cruzados. Dicho de otra manera: inmersión en el paradigmático decadentismo inglés.

En Valmouth todas las historias, finamente intrincadas, se presentan, pero jamás se terminan de consumar. Funcionan como flashes, como los fugaces requiebros de una cámara invisible que nunca llegase a encuadrar definitivamente. Como un telón que sube y baja constantemente, con el principal propósito de dejar constancia de una sociedad fatigada, empeñada en subvertir los roles, pero dejándolos descansar a menudo en fútil palabrería. Por ello su estructura corre a medio camino entre el teatro (no en vano se ha representado en numerosas ocasiones tras su publicación) y la novela costumbrista.






No es nada descabellado distinguir la influencia en Buñuel en muchas de las páginas de Valmouth. “La edad de oro” o “El ángel exterminador” tienen ese aire refinado, apócrifo, contaminante y encerrado en sí mismo, como en el que hunde sus raíces la obra de Firbank.

Los diálogos son, junto con las descripciones, un punto importante. Cardinal, diríamos:

“-¿Es Sodoma? –preguntó en su voz ronca y dominante, entrando en la habitación.

Llevaba un vestido suelto, deforme y con contrastes de colores chillones; una de las más resistentes inspiraciones de Zenobia Zooker en caída desde la cabeza ‘á Evangile’.

Lady Parvula se rió disimuladamente.

-Sálveme, no –dijo.

-Porque el Padre Mahoney no quiere ni oír hablar de ello antes del postre.”

Son constantes las insinuaciones solapadas, llenas de humor sutil, eludiendo el trazo grueso y el recurso malsonante.

“-Mi querida madre era igual –susurró-. Cuando tronaba se solía meter bajo la cama y hacía que los criados vinieran y se tumbaran encima (era el siglo XVIII, por supuesto) para que si estallaba el azufre sus prístinos poderes cayeran sobre ellos. ¡Pobre inocente! Fue durante una terrible tormenta en Brighton, Brighthelm-stone como lo llamaban entonces, cuando varios de los sirvientes cayeron sobre su cabeza… Y los frutos de esa tormenta, como creo que ya te he contado antes, Eulalia, están en el mundo hoy.”



A pesar de tratarse de una obra coral, en el fondo todo bascula alrededor de Yajñavalkya, negra curandera, pilar confesional de la alta (y purulenta) sociedad y entrenadora sexual. Exótica, misteriosa y entrañable. Tendrá que bregar entre hermafroditas, curas pervertidos, damas afines a la pederastia, perpetuamente insatisfechas, que intentan estirar un erotismo moribundo. Acometiendo intrigas ociosas, chismes no exentos de quedar reducidos por los grilletes de la espuria moral, como truenos que anuncian tormenta, se desvanecen al instante y vuelven a surgir grotescamente. Una y otra vez.

Nada extraño a los tiempos que corren, y muy parecido a todo lo que vendrá.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Ignacio María Gasca Ajuria





Cuando uno se va a pasar unos días a San Sebastián, es parada imprescindible tumbarse un rato en la arena de la playa de Gros (oficialmente conocida como playa de Zurriola), en la margen derecha de Donosti. Es, aparentemente, la playa pobre de la zona más turística de aquella ciudad, pero sin lugar a dudas, la de más encanto. La Concha es previsible, de postal. Sin embargo, Gros alberga aún hoy cierto temperamento intratable y, hasta cierto punto, postergado. Sobre todo gracias a la pléyade de surfistas que, independientemente de las inclemencias del tiempo, desafían el oleaje de manera desordenada, en el extremo más oriental de la costa. Pero si por algo ya ha pasado a la historia contemporánea, a la guía de lugares inexcusables para cualquier amante del guiño post-punk, es por ser la playa fetiche de una de las referencias del pop español de los últimos, ya, treinta años: Poch Pinza.



De todas las desapariciones de ídolos a las que uno, desgraciadamente, ha tenido oportunidad de asistir, la de Poch seguramente haya sido la más triste de todas. A pesar de que, desde hacía ya mucho tiempo, se sabía de su irremediable final y destino, no fue óbice en su momento para desgarrarse contra la injusticia, ampararse en la rabia que suponía no presenciar una resurrección imposible por prescripción facultativa. Lloramos de una manera casi surrealista.
La enfermedad genética (de Huntington) que arrastraba como mínimo desde la cumbre de su trayectoria artística (coincidiendo con el final de Derribos Arias y el comienzo de su infructuosa carrera en solitario) fue, sin discusión, el principal obstáculo para disfrutar de una obra mayúscula e incomparable que se nos fue negada mucho más pronto de lo previsto. El carácter anárquico, errático y desastroso que lució Ignacio Gasca durante buena parte de su carrera no fue, como algunos inconscientemente todavía creen, la clave de su genio y la puerta principal hacia la posteridad que hoy venimos a recordar, sino precisamente el principal problema –aunque no deje de sonar a perogrullo, es conveniente subrayarlo- y la máxima traición a su inconfundible personalidad y talento.
Aun con todo ello, Poch nos legó incontables momentos efervescentes, delirantes y mágicos en su turbulenta y desaliñada existencia. Esta vez nos saltaremos a Derribos Arias, su grupo estandarte, y nos zambulliremos en su desconcertante travesía en solitario.



Todo en la vida de Poch fue de manera acelerada, quizá acompañado por la autoconsciencia del inevitable desenlace que, tarde o temprano, le iba a tocar sufrir. Así, el final de Derribos Arias, entre más que coqueteos con las drogas y la desenfrenada vida nocturna, se confunde con el comienzo de los discos ya bajo su exclusivo nombre. “Poch se ha vuelto a equivocar” fue el exótico debut para una multinacional (CBS), donde todo sonaba peligrosamente limpio y comercial (cortesía de los nefastos Teo Cardalda y el feudalista Teddy Canarios) para las atrocidades a las que nos tenía acostumbrados el bueno de Poch. En realidad el álbum gravitaba alrededor de “La playa”, frustrado intento del donostiarra de colarse en las más desalmadas listas de éxitos con la excusa de convertirse ni más ni menos que en el Nuevo Rey del Verano. Además de esta indescriptible pieza de pop tropical, se incluían otras joyas que deberían haber tenido mejor suerte en otras manos, como “El Party”, “Como uña y carne”, “Club de herpesviríticos” o “Dagas hambrientas”. ¿El resto?, duele reconocer que se trataba de puro relleno, humorada inocua a años luz del aberrante sentido iconoclasta de su protagonista.

Sin embargo, y tras este traspiés, cuando parecía todo perdido (los signos de la enfermedad empezaban a ser ya más que evidentes), Poch nos regaló su disco más completo, incomprendido o sencillamente arrinconado: “Nuevos sistemas para viajar”. Retorno a su verdadera casa, Grabaciones Accidentales, con un buen puñado de colaboradores que ayudarían lo suyo para conseguir que un mermado Rey del Aftersun lograse terminar la que, a la postre, acabaría siendo su última grabación oficial. Un particularísimo tour de force conceptual donde el paso del tiempo y la obsesión por las agencias domésticas iban a darse de la mano.



El disco se abre con “Viaje por países pequeños”, genial síntesis de la oscuridad de Derribos Arias y la agitación ska de sus tiempos como componente de Ejecutivos Agresivos, acompañado acertadamente de Coral, cantante de Aerolíneas Federales.
“No tienes ni idea de qué hora es” está repescada de su otro grupo, La Banda Sin Futuro, aquella epifanía maldita que compartiría con su mano derecha, también en Derribos, Alejo Alberdi, y es un himno en sí misma.
“Hacia el mar” y “Jurelandia” son dos lienzos dedicados a su pasión por los juguetes de fabricación propia, bien sazonados de salitre. “Gun club” es uno de los momentos, junto a “Navidad en el almacén”, más aguerridos del disco, y más Banda Sin Futuro indefectiblemente.
Para la parte final del disco quedan dos de los momentos más emotivos y portentosos de toda la obra pochiana: “Buscando relojes”, una especie de bolero hawaiano de melodía naif donde impresiona comprobar la capacidad compositora de Poch, en pleno derrumbe físico. Para terminar, una de las mejores baladas del pop español de todos los tiempos, una despedida formidable, “Un poco shiego”, con esa escritura sencilla, certera y grandiosa en sí misma: “perdóname, por favor, si ayer te dije cosas muy bonitas, y hoy no las puedo repetir”. La nota honda en un currículum formado por cientos de esbozos a menudo inaprensibles. Genio y figura.


Hoy se cumplen diez años de la muerte de Poch. Dios te salve, Marqués del Tendedero Alto y Bajo.

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