sábado, 23 de mayo de 2009

Entrevista a Claustrofobia




Segunda parte de la charla con Pedro Burruezo. No podíamos irnos sin indagar algo más sobre Claustrofobia, el heterodoxo mito que no dejaba a nadie indiferente en aquellas noches de terciopelo, y aquí pudimos contar, además, con la valiosa aportación de otro de sus componentes, Antoni Baltar.


¿Cuál fue la razón –confesable- por la cual se terminó Claustrofobia? ¿Cansancio, incomprensión o simplemente que sentisteis que se había terminado una fase artística?

(Pedro Burruezo) Una fase artística había concluido. Para que se abran algunas puertas tienen que cerrarse otras. Pero nada de discusiones, ni de peleas, ni nada parecido. Y tampoco el sentirnos incomprendidos. Creo que yo me sentiré incomprendido toda mi vida y no por eso voy a dejar de componer, de cantar, de hacer cosas. Simplemente, terminación de una fase artística, y ya está. No busques cosas raras.

Volviendo a “El sudor de las minas”, en la que citabais a algunos de vuestros ídolos –o referencias- indiscutibles de vuestra cultura musical: Camarón, Ian Curtis, James Brown o Germán Coppini. Imagino que todos siguen siendo para ti artistas admirables, o quizá alguna de estas referencias las veas ahora como un desliz adolescente…

(Pedro) Todos ellos han dicho cosas importantes en la historia de la música popular. Todos han sido y son, al menos para ciertos grupúsculos, artistas de gran interés creativo. No tengo nada que desdecir al respecto. De ahí a volver a hacer lo que hicimos en El sudor de las minas… pues no sé. Ahora mismo no creo que lo volviera a hacer. Pero eso no quita que sigan siendo artistas de renombre justificado.

¿Qué pensarías si de pronto un día escucharas otra canción en la que –como ocurría en aquella- otro grupo o solista te citase a voz en grito?

(Pedro) A través de Internet, en los conciertos, en los foros, en las críticas, veo que últimamente hay mucha gente reivindicando el papel de Claustrofobia, y también de la Bohemia Camerata, de todas las edades, de todos los lugares. En Mondo Sonoro se ha escrito un artículo recientemente que, vamos, ni es que estuviéramos muertos. Y un chico tiene una página dedicada al grupo, un chico que ni siquiera llegó a vernos nunca: http://www.claustrofobia.tk En México, por decir algo, hay un chico que me escribe cada dos por tres y que tiene toda mi discografía con todas las rarezas editadas y su padre es un gran autor de boleros y nos carteamos mucho. Con muchos de los fans que tiene el grupo siempre he intentado borrar la imagen que tienen de mí de ser una persona muy volcada en la bohemia, en el consumo de estupefacientes, de estar muy loco, de ser una persona asocial, solitaria… La prueba más evidente es esta entrevista. Yo… lo único que pido es que los seguidores escuchen, que vean más allá, que indaguen, y que abran sus corazones a la emoción. Personalmente, huyo de la vanidad como del demonio. Me interesan muy poco ciertas cosas relacionadas con el orgullo, la vanidad y todo eso. Yo sólo estoy entregado a la emoción. Porque la emoción me conecta con algo misterioso y muy sanador para mí y para otros.



Una vez comentando con un amigo al que le pasé algunas de las –primeras- canciones de Claustrofobia, me confesó que les parecíais el colmo de la post-modernidad. ¿Llegasteis a sentiros en algún momento cercanos a ese ambiguo y desasosegante concepto?

(Pedro) No. A nuestro alrededor siempre había mucha gente muy dada a teorizar sobre estos aspectos. Nosotros nos reíamos un poco de todo eso y simplemente estábamos juntos para tocar, para crear. No para ser más vanguardistas que nadie. Nuestro estilo nunca fue nada premeditado, sólo algo natural.

Algunos de vuestros fans os descubrimos ya muy tarde, cuando habíais dejado de funcionar (bueno, yo cuando todavía funcionabais os conocía de leer algo, vagas referencias…) y por tanto desconocemos algunos acontecimientos importantes en la vida del grupo. Por ejemplo, la salida de Antoni Baltar (miembro importante del grupo desde los inicios hasta “Repulsión”, tercer vértice del universo Claustrofobia). ¿Cuál fue el motivo -también confesable-?, ¿discrepancias musicales?, ¿diferencias personales?...

(Antoni Baltar) Gracias por lo de miembro importante! La razón oficial que dí, y me repetí tanto que me la he acabado creyendo, es que en aquel momento sentía que Claustrofobia ya “iba en serio”, iba camino de la profesionalización, pero en cambio no me ofrecía ingresos suficientes, y yo en aquel momento no me identificaba del todo con el proyecto musical; si se hubiese cumplido una de las dos condiciones no me hubiese ido. Hice luego varios intentos artísticos por mi cuenta, y conseguí algunos modestos logros que sólo fueron y serán apreciados por cuatro amiguetes. Supongo que quería seguir mi propio camino, porque en el fondo pensaba que Claustrofobia era Pedro, y yo tenía que “matar al padre”. Casi siempre me consideré un invitado de lujo, con derecho a voz, voto, influencia mutua... Pero no acababa de ser algo “mío”. Eso sí, siempre me he considerado un “claustrofóbico”, es un gran orgullo para mí haber formado parte de esa fascinante aventura.

Sea como sea veo que seguís teniendo una excelente relación: ¿Nunca habéis hablado de volver a hacer alguna cosa juntos?

(Antoni) Para mí fue una gran alegría la reunión para sacar “Les Tresors” en 1999. Después de tanto tiempo, fue un placer volver a hacer música “en serio”. Me siento un privilegiado por haber podido participar en piezas nuevas como ”Escalofrío”, canción que ya en su momento me erizaba el vello mientras grabábamos en aquel pequeño estudio del barrio de Gràcia y que mucha gente considera la mejor canción de Claustrofobia. Algo haremos… A Pedro le iré convenciendo poco a poco para que rindamos homenaje a canciones que, en mi opinión, nunca quedaron “redondas” en ninguna grabación, y que “merecen” quedar retratadas mucho más guapas y mejor vestidas; es decir, interpretadas y grabadas como es debido. Estoy hablando de París Nostàlgic, por ejemplo. Pero no hay prisa, somos jóvenes, nos falta mucho aún para cumplir los 50!



Aunque de manera tímida –entre otras cosas porque se trata de una generación de músicos que, de manera casi generalizada, provienen del más riguroso underground-, últimamente el nombre de Claustrofobia se maneja como influencia –o llanamente como grupo admirado- entre algunos de los grupos actuales: Extraperlo o Veracruz entre los más activos. ¿Cómo se siente uno viéndose reivindicado después de tantos años de aparente ostracismo?

(Pedro) Vuelvo a insistir en que yo sólo busco la emoción, la mía y la de los demás, y me importa muy poco todo lo que gira en torno a la vanidad y otras cosas del mundo mundano. El otro día me pasó una cosa curiosa. Un amigo joven de la familia me contó que, durante tiempo, adoraba a Claustrofobia. Escuchaba los discos pirateados y, como no conocía los créditos, no sabía que yo formaba parte del grupo. Hasta que se dio cuenta porque, en casa de un amigo, accedió a uno de los viejos vinilos, que el amigo lo había comprado en el mercado de la red. Se sorprendió mucho de que yo fuera de Claustrofobia porque no tenía la pinta. Esto me encanta. La gente se hace una imagen que no corresponde a la realidad. Supongo que ese muchacho se había imaginado a un creador torturado, paranoico, esquizoide… Yo quiero estar muy despierto y muy vivo para poder captar todo aquello que me emociona y transcribirlo a un lenguaje artístico y, así, poder compartir esa emoción. Nada más. Y pienso siempre mucho más en el futuro que en el pasado, sin tener en cuenta lo que se vaya a decir de mí, tanto si es bueno como si es malo (me refiero exclusivamente a lo artístico).

Y aprovechando la coyuntura, ¿estás de alguna manera al tanto de lo que están haciendo algunos de estos grupos actuales?

(Pedro) No estoy muy al tanto, la verdad, porque, entre otras cosas, mi actividad artística, mi labor de investigación medioambiental y el tener una familia muy amplia (con sus problemas, ja ja, y sus maravillas) me dejan poco tiempo. Ahora bien, sí te digo que yo no soy una persona cerrada a nada. Escuchar nuevas bandas con nuevas propuestas puede resultar siempre sorprendente, si es que esos artistas tienen algo nuevo que decir. A mí, como ya sabes, me gusta huir de los tópicos. Pero no lo hago de una forma consciente. Mi corazón siempre me lleva. Últimamente, algunas cosas de Arvö Part me han gustado mucho.



Se escribió hace algún tiempo, a propósito de Claustrofobia, que una de las posibles razones por las que no fuisteis un grupo con más suerte fue que la gente de Madrid -y su “movida”- os veían como al “típico” grupo barcelonés lleno de malditismo, de vocación ‘outsider’, o sea, demasiado raros para el gusto común de aquel entorno, y que, por otro lado, y para más inri, en vuestro propio ambiente, Barcelona, os tenían paradójicamente por un grupo más ‘madrileño’ o como mínimo de esas otras movidas (afinidades con La Mode o Golpes Bajos). ¿Estuvisteis en el sitio y momento equivocado?

(Pedro) Ha sido nuestro dilema siempre y lo seguirá siendo de por vida. No somos fácilmente clasificables. Demasiado catalanes para Madrid, demasiado castellanos para Catalunya. Demasiado pop para el flamenco, demasiado “racial” para el pop. Demasiado espiritual para la industria, demasiado libre para gente del “gremio” espiritual. El otro día, hablando con Rodrigo Rodero, que está llevando a cabo el rodaje de la película basada en la tercera novela (El idioma imposible) de la trilogía del Watusi, obra que fuera mi gran amigo Francis Casavella, me decía que “la movida” dio una imagen al mundo de que toda la música pop que se hacía en ese momento era una música frívola, juguetona, superficial… pero que en Barcelona, en los mismos años de la “movida madrileña”, funcionaban cosas más interesantes, más vanguardistas, y que el tiempo nos dará la razón. Creo que es un juicio bastante acertado.

(Antoni) ¡Firmo todas esas palabras! Recuerdo que me gustaba decir: “Algún día se nos conocerá como la Velvet Underground de Barcelona”. Por varios motivos: seguir nuestro propio camino ajeno a las modas, no ser del todo valorados en nuestra propia época… La existencia actual de bandas tan distintas, pero de alguna manera influidas por nosotros, como Ojos de Brujo o Extraperlo, me da la razón. Sólo falta que la gente se dé cuenta de que Pedro es el Lou Reed del Mediterráneo, uno de los mayores artistas de Europa… El problema es que Pedro siempre se ha identificado más con John Cale!

Creo que el punto más débil que impidió que Claustrofobia pudiese haber llegado a un público más amplio fueron varias de vuestras producciones. Es muy llamativa la del primer disco, “Arrebato” (1984), con esa segunda cara grabada en directo llena de imperfecciones. Hasta cierto punto incluso tiene su gracia por lo bizarro de sus incidencias, con ese presentador que lanza una perorata y le empiezan a abuchear para que se calle, esa caja de ritmos que parece no querer arrancar… ¿Cómo os planteasteis todo aquello? ¿Lo sacasteis así sólo por falta de medios o había incluso un punto de provocación adolescente?

(Pedro) No planteábamos nada. Todo era improvisación, echar hacia delante como fuera, conseguir lo que se pudiese… Siempre tuvimos muy pocos medios. Siempre nos ayudaron productores que no tenían ni un duro. Cualquier plan que pudiéramos tener siempre salió de una manera muy diferente. Es verdad que nuestras producciones eran muy deficientes con respecto a las que en ese momento sonaban en los programas más convencionales. Y, sin embargo, buena parte de ellas siguen hoy frescas, sólidas. Otras se muestran caducas. Pero no tiene que ver con la producción, sino con el arte vertido o no en cada una de ellas. El mundo de la música es un misterio enorme.



Hace un tiempo se publicó el directo “Fiesta en la noche”, grabación contemporánea de “Arrebato”, imagino que para sacar a la luz una faceta muy reivindicable del grupo y tal vez para paliar esas lagunas del primer disco…

(Pedro) Todo eso fue una idea de Violeta Gómez, persona muy cercana a Claustrofobia, en su día, y con la que he seguido manteniendo una cercana amistad. Yo colaboré en lo que pude, pero todo el trabajo, la idea y la recopilación fue un trabajo suyo. Estoy/estamos contentos de que todo vaya saliendo a la luz pero, te insisto, miro siempre más al futuro que al pasado. Mi carrera artística, afortunadamente, no es un museo de cosas viejas, sino que está muy viva. Ahora mismo, en una permanente transformación. Nunca hubiera podido imaginar que, tanto tiempo después, algunas personas iban a encontrar de interés seguir escuchando todas esas músicas. Evidentemente, eso es algo que te reconforta. Pero ahora mismo, esta noche, seguramente, buscaré un rato de paz, en la oscuridad, para concentrarme en la próxima actuación de Madrid, y en la de Girona, y buscar las entonaciones mejores, releer los textos, decidir qué introducción va en según qué temas… Todo esto, además, es muy sanador para mí, es terapéutico. Es algo así como el baile para Carmen Amaya, que, por su insuficiencia renal, necesitaba bailar para sudar y así deshacerse de residuos tóxicos en su sangre. Lo mío es más psicológico, pero fisiológico también, pues en cada actuación me entrego de una forma total, que me libera, que me lleva.

¿La reedición de los álbumes –todos muy difíciles de encontrar desde hace mucho- es un imposible o a los fans aún nos queda alguna esperanza?

(Pedro) Cada mes recibo alguna llamada o misiva diciéndome esto. Propongo que hagáis una asociación reivindicativa, ja ja. No depende de mí. Tal vez si convenciérais a Nuevos Medios o a alguna otra compañía o a Violeta Gómez… Hoy, los discos no se venden. Es difícil. Pero el otro día un chaval fanático de Claustrofobia me comentó que había encontrado “El Silencio” en una tienda de viejo y que le pedían 150 euros. Dios mío, le dije que esperaba que no lo hubiera comprado. Sería una insensatez. Acabó adquiriendo el vinilo a un precio bastante más razonable. Ojalá se reediten alguna vez, es verdad.

Otra producción que creo que os hizo un flaco favor fue la de “Un chien andaluz” (1989), vuestro penúltimo disco y puesta de largo con Nuevos Medios. Me parece una producción de flamenco-pop tal vez demasiado desvirtuada. Hay algunos momentos en que, si no fuera porque la arrolladora personalidad del grupo sigue muy presente, alguno podría pensar que se trata de un grupo medio prefabricado o, cuando menos, más convencional de lo que en vosotros era habitual. ¿Estás de acuerdo? ¿Había alguna intención en ese sentido?

(Pedro) En ese disco hay algunas canciones muy bonitas, como la “Nana del amor amargo”, “Soledad y pobreza”, “Lamentos mineros”… Sólo por esas piezas ya vale la pena todo ese trabajo. Aunque es verdad que no estuvo todo lo inspirado que nos hubiera gustado. “Carmela” sigue arrollando en los conciertos, y pertenece a ese disco. Bueno, uno no siempre está al 1000%, menos mal. Fue una cosa más bien de poca inspiración, y no tanto de premeditación de hacer un sucedáneo de flamenco-pop para llegar a más gente. Era nuestro primer trabajo con Mario Pacheco y estábamos tan eufóricos que la alegría nos llevó a no hacer las cosas como a mí me gusta, con muchas pausas, poco a poco, repensando, rehaciendo, muy artesanalmente… Curiosamente, en ese disco aprendí mucho. Aprendí a ser consciente de lo que se está haciendo, de que hay que volver a escuchar las cosas. A no dar el visto bueno a la primera… Aprendí mucho para “Encadenados”… el próximo trabajo.



Por el contrario, en “Encadenados” (1992), vuestro último disco –y para mí el mejor, más completo y definitivo-, todo suena afortunadamente natural, profundo, intenso, puro, dejando definitivamente cualquier atisbo de sonido sintético o accesorio. ¿No piensas que es vuestro mejor disco?

(Pedro) No sé si es el mejor o no, porque es difícil saberlo. Lo que sí es verdad es que fue el menos valorado por la crítica, cuando debería haber recibido mucha más atención. Por otro lado, sí es verdad que tiene canciones que siguen poniendo el vello de punta, como “Morir contigo”, “Encadenados”. “El enjambre”… La carrera de un artista es ir desnudándote poco a poco, hasta llegar a lo esencial. “Encadenados” fue un fin de ciclo y, por tanto, un llegar a la esencia. Insisto en que fue un disco muy poco valorado por la crítica y por buena parte del público, cuando, aunque está mal que yo lo diga, esconde algunos secretos bonitos, como las canciones citadas.

Incluíais ahí una estremecedora versión de “Cita en Hawai” de La Mode, para mí considerablemente superior al original, sin ninguna duda. Corrígeme si me equivoco pero creo que fue la única canción ajena que grabó Claustro. ¿Por qué esa elección?

(Pedro) Lo que tú dices es mucho decir, porque la versión original era verdaderamente inquietante. Nosotros hicimos lo que pudimos, pero, eso sí, quedó muy bonita. Le envié una copia a Fernando Márquez, pero ahora no recuerdo si me contestó o no. La grabamos porque la tocábamos en nuestros conciertos intimistas de trío con dos guitarras y quedaba tan bien que decidimos incluirla en nuestro disco, porque empastaba perfectamente con el resto del repertorio. El otro día, en la fiesta de homenaje por el óbito del ya citado gran amigo y gran escritor Francis Casavella, volví a interpretarla, esta vez en solitario. Algunas personas me confesaron que les sonó sobrecogedora. La elegí porque era una canción que, en la época, nos gustaba mucho a ambos. Fue mi pequeño homenaje a ese gran amigo que nos ha dejado tan joven. Por cierto, Rodrigo Rodero, como ya he dicho, está ahora rodando una película basada en una de sus novelas y parece ser que incluirá alguna de las piezas del primer disco de Claustrofobia, “París nostàlgic”.

(Antoni) Mmm... Cita en Hawaii no ha sido la única versión grabada por Claustrofobia. Le precedió ”Sex Machine”, incluida en la primera versión en vinilo de “Repulsión”. Era una pieza que en aquella época solíamos interpretar en directo, con cierto “desmadre” sobre el escenario por parte de Pedro y un servidor. “Get Up (I Feel Like Being a ) Sex Machine” era, y sigue siendo, mi canción favorita de todos los tiempos, por eso me puse tan pesado con ella, y conseguí, no sólo que se incorporase a nuestro repertorio en directo, sino que incluso formara parte de “Repulsión”, dejando fuera a “Los Milicianos” . Una vez abandoné Claustrofobia, este último tema, hasta entonces “relegado” a cara B del single Mamma Winnie, se incorporó al vinilo como bonus track de la segunda edición de “Repulsión”. La versión de Sex Machine era muy académica, pulida, comparada con el directo. Están muy bien las voces de Aimée Loba haciendo el papel de Bobby Byrd, y los arreglos de viento. Como anécdota: el bajista que toca en el disco interpreta a la perfección la linea de bajo según mis instrucciones, aunque no tiene demasiado que ver con el tema original. Ah! Y Aimée Loba y yo nos pasamos días argumentando y suplicando que los vientos tenían que cambiar en su estrofa el segundo y cuarto fraseos, para crear más variedad… Pienso hacer ese “remix” algún día! Oh, por cierto, no me corresponde rechazar cortésmente tu piropo porque no se realizó en mi época, pero a mí me gusta más el original de “Cita en Hawaii”. Sobre todo cuando comparo la versión con piezas tan fantásticas como “El enjambre”, “Las Sombras del Querer”, “Encadenados”…



La sensación que siempre me ha dado Claustrofobia es que, por unas razones o por otras, siempre estábais como caminando sobre una cuerda. ¿Era Claustrofobia un grupo con una mentalidad suicida? ¿Os sentisteis en algún momento así?

(Pedro) En absoluto, amigo. Lo que pasaba es que, por encima de otras consideraciones, siempre estaba la cosa de hacer lo que a uno le decía el corazón. Claro, y el corazón es pocas veces compatible con las leyes del mercado y de los medios de información. Pero nada de suicidarse. Nada de ser de minorías, tampoco, de forma vocacional. Sólo seguir la llamada del corazón. Un ejemplo… Al principio de todo, con el nombre que teníamos y las corrientes que funcionaban en ese momento, hubiera sido fácil para nosotros apuntarnos al carro de lo siniestro, de lo gótico… De repente, recuerdo una vez en Lleida, un concierto nuestro lleno de gente con crestas, vestimentas oscuras… Y nosotros vamos y salimos de blanco y tocando un bolero con una caja de ritmos. ¿Queríamos epatarles? ¿Queríamos llamar la atención? En absoluto, lo que queríamos era tocar boleros de una forma transgresora y nada más y no ceñirnos a unos cánones estilísticos llegados desde UK. Es un poco como la poesía. Tal vez el autor ha pensado en algo y, sin embargo, las lecturas de sus lectores pueden divergir mucho de las intenciones autorales. Bueno, sí, les epatábamos, nos hacia gracia. Pero lo real era la intención de disfrutar tocando boleros. Nadie mantiene durante años una actitud estilística sólo por epatar.



Pedro Burruezo & Bohemia Camerata actúan el próximo sábado día 30 de Mayo en el teatro Tarambana del madrileño barrio de Carabanchel, en la clausura de la 1ª Muestra “CRICOT” y presentando su segundo disco, "Multaqa Antigua Contemporània. The Tavern of the modern mystics"

Primera parte de la entrevista con Pedro Burruezo:
http://edgarducasse.blogspot.com/2009/05/entrevista-con-pedro-burruezo.html

viernes, 15 de mayo de 2009

Entrevista a Pedro Burruezo



Alma mater de Claustrofobia, uno de los grupos más personales del pop español en general, y del underground barcelonés en particular, Pedro Burruezo decidió desde hace mucho tiempo apartarse de coyunturas musicales y guiarse exclusivamente por los dictados del corazón y por las melodías que transpira el alma. Ahora, y al frente de la Bohemia Camerata, ha dado un paso más hacia un discurso intransferible, único en el panorama de la música popular de nuestro país. Del pop literario al mestizaje sin ataduras, libre, sin prisas: siempre apasionado.
Coincidiendo con su inminente actuación el próximo sábado día 30 de Mayo en el teatro Tarambana del madrileño barrio de Carabanchel, en la clausura de la 1ª Muestra “CRICOT” y presentando su segundo disco con la Bohemia, "Multaqa Antigua Contemporània. The Tavern of the modern mystics", he aquí una charla soñada y, por fin, hecha realidad.

Entre 1992 (fecha de publicación del último disco de Claustrofobia) y 2005 (primer disco con La Bohemia Camerata), y exceptuando la reunión más que puntual con Claustrofobia en 1999 con motivo del recopilatorio Les Tresors, muy poco supimos de ti en esos 13 años de aparente inactividad creativa. ¿Cómo fueron? Y, sobre todo, ¿cómo los viviste? ¿Pensaste en algún momento en que no volverías a tener otro proyecto sólido a través del cual encauzar tu creatividad como escritor de canciones, estabas convencido por el contrario de que volverías a publicar o te daban un poco lo mismo las pretensiones que alcanzaran las ideas que te traías entre manos?

Lo que más me atrajo del flamenco, cuando empecé a profundizar en él, hace unos cuantos años ya, fue que los artistas eran artistas en virtud de lo que representaban para unos pocos y, generalmente, para unos pocos muy cercanos, no tanto en virtud de su aparición en los medios, de sus ventas de discos, de las críticas de los que se supone que entienden… Esto me cautivó. En cuanto a mi vida profesional, sí, ha tenido altibajos, y creo yo que los seguirá teniendo, a pesar de que, ahora mismo, me encuentro en una época con bastantes actuaciones y de muy diversos tipos, discos y proyectos diferentes. Pero la historia es que, cuando un artista lo es… lo es, lo sepan o no las masas. No es eso lo principal, el reconocimiento mediático. En todo ese tiempo que mencionas, yo escuchaba, aprendía, estudiaba, leía, tenía mi huerto, me purificaba, componía mucho. Hice algunas actuaciones pequeñas. Vivía en una comunidad. Los sábados, cuando había mucha gente, me pedían que cantara. Yo cantaba piezas de género, boleros, valses, tangos, rumba, algo de flamenco. Gustaba mucho. Eran gente no del mundo musical. Yo soñaba con hacer un café cantante con bailarinas misteriosas, contadores de cuentos sufíes, piezas con arreglos contemporáneos… Hasta que me dieron una pequeña oportunidad, el bueno de Ramon Súrio, que estaba programando en La Pedrera, y yo no quise resucitar a Claustrofobia, sino seguir soñando más con el futuro que con el pasado. La primera actuación salió muy bien y todavía no hemos parado. En ese tiempo, se gestaba todo eso. Mientras, me adentraba en un mundo nuevo, el retorno a lo sagrado.

Pedro Burruezo “El Españoletto” fue una especie de proyecto fantasma en ese periodo largo de interrupción discográfica. Creo que consistió a nivel público en una aventura con algunos conciertos y poco más y que sólo algunos afortunados tuvieron oportunidad de presenciar. ¿En qué consistía? ¿Era la antesala de Burruezo y La Bohemia Camerata?

Mucho tiempo antes que El Cigala, pensaba que se podían cantar algunos clásicos de otra manera. Salía al escenario con la sola ayuda del piano de Doménico Lafont. E interpretaba las cosas a mi estilo, fundiendo la copla, a Bola de Nieve, a Cohen, a los sufis, lo flamenco… Lo de Los Goyescos fue ya la Bohemia Camerata. La historia fue que, una noche, me tocó tocar en un club en el que unos tíos estaban llevando a cabo una despedida de soltero. Y se burlaron hasta lo cruel de mí y de Doménico. Estaban muy borrachos. A mí no me importaba el hecho de que se burlaran. Pero sí es verdad que aquella noche no canté bien, porque no me podía concentrar. Me di cuenta de que no podía ir a actuar a según qué sitios. No por clasismo ni esnobismo ni nada parecido. Sólo porque yo necesito escucharme un poco, dolerme, y para eso hace falta silencio. Y le di una vuelta de tuerca a la Camerata y pensé en presentar la cosa más para teatros que para clubes, aunque, la verdad, en este tiempo hemos tocado en todo tipo de sitios, fiestas y yo qué sé. Hago unos requerimientos y, si se cumplen, adelante. Yo no quiero un silencio sepulcral, una actitud de conferencia, fría, pasiva, pero sí que pueda rebuscarme para mis adentros.

¿Podrías definir, en pocas palabras, y para un público profano, qué es Burruezo & Bohemia Camerata?

A estas alturas, me es difícil llevar a cabo mis ideas musicales si no es acompañado por personas que tengan un gran nivel musical, técnico. Y que, al mismo tiempo, sean muy versátiles y capaces de intuir mis desvaríos. Mis ideas musicales nunca sé por dónde van a ir. Nunca he buscado la originalidad, porque eso no se debe buscar. Partiendo de unas ideas más o menos concretas, los discos han sido lo que han sido, y toda la trayectoria de Claustrofobia y de Bohemia Camerata, porque se nos iba la olla en una determinada dirección y, bueno, nos dejábamos llevar. Burruezo & Bohemia Camerata es un grupo musical que, dirigido por mí, y secundado por grandes músicos (Lea Shalom, Jovic Sagristà, “Mon”, Lorenzana…), busca unir el pasado con el futuro, Oriente con Occidente, lo clásico con lo popular, la técnica con el corazón. Sería una especie de café cantante contemporáneo entre lo místico y lo suburbial, entre la música de género y lo que hacen los extasiados… Yo qué sé… Seguro que tú mismo lo puedes definir mucho mejor, ja ja.



En nuestro primer contacto me decías que “Multaqa Antigua Contemporània” lo habíais distribuido intencionadamente para las tiendas en la sección de “nuevas músicas”. “Barcelona intimíssimo café”, si no me equivoco, aún podía encontrarse en la sección ‘pop-rock’. Independientemente de que se pudiera tratar de una decisión adscrita a un disco como “Multaqa”, suena a definitiva toma de postura, a desconfianza de llegar a un público ‘moderno’, a una búsqueda de un público más afín y quizá alejado de los vaivenes de las tendencias…

Lo que me interesa de la música, lo que más me interesa, es tenerla como un fin para llegar a la emoción, tanto mía como de los músicos y del público. Una emoción sincera, rotunda, salvaje… Eso no existe ya en el mundo del pop-rock. O sólo de una forma muy excepcional. La pureza de la música ha desaparecido, prácticamente. Hay corrientes. Unos siguen unas. Otros siguen otras. Las tendencias marcan. Las grandes empresas del alcohol financian los festivales. Lo moderno no me interesa. Sí me interesa lo contemporáneo, que son cosas muy diferentes. De repente, todo el mundo va vestido de la misma forma. O están los de aquí y los de allá. No me interesa. Yo no formo parte de ninguna tendencia preestablecida. Nosotros no esperamos ningún reconocimiento de los sectores oficiales ni de los oficiosos. Nosotros tenemos un camino marcado sólo por la emoción y por lo sagrado. El pop-rock es, hoy, algo absolutamente caduco. Muy poca gente del pop-rock es hoy capaz de emocionar y de llevar un camino diferente. Antonio Vega, de los muy pocos. Que descanse en paz.

En los discos de Bohemia Camerata haces un especial hincapié en la explicación de las canciones: cómo surgieron, qué referencias (lecturas, escuchas, sensaciones) has empleado y te han inspirado en cada una de ellas. Me parece de agradecer porque ahí hay mucha información valiosa y que puede servir en un momento determinado a situar mejor al oyente (sobre todo si es profano en según qué sonidos), pero quizá para otros puede resultar demasiado pretencioso. Imagino que asumes el riesgo sin ningún problema, pero en este tipo de cuestiones se plantea siempre la pregunta: ¿No deberían hablar por si solas las canciones, más allá de otros soportes? ¿Lo haces para satisfacer –en un plano material- a quienes buscan algo más que el frío soporte digital, crees imprescindible tener que aclarar una serie de conceptos, o es una mezcla de todo esto?

Imagínate que, en su momento, Camarón, por ejemplo, hubiera tenido que sentirse obligado a hacer discos para satisfacer a la gente de las peñas flamencas. Imaginemos a la mayoría de artistas sujetos a lo que desea y/o espera la gente de ellos. Para mí sería muy fácil contentar a unos fans, digamos “de culto”, haciendo discos sin explicaciones, extraños, disonantes, proclamando una fama de bohemio, bebedor, noctámbulo… Pero es que yo estoy en las antípodas de todo eso y ni me gusta ni me interesa. Estudio las confesiones espirituales tradicionales, cultivo mi huerto, tengo una práctica espiritual continua… Me surgen problemas y contradicciones como a todo el mundo. Vivo en un mundo de confusión absoluta. Vivo en un caos que está llevando a nuestra especie a la extinción y que, al mismo tiempo, resulta fascinante. ¿Por qué no explicarlo? Sí, supongo que hay gente a la que mis textos les parecerán confusos. ¿Y qué? Pero, tanto si se equivocan como si no, ¿son ellos los que tienen poder para coaccionar mi creatividad? Yo procuro hacer lo que quiero, como quiero, cuando quiero, con quien quiero… Afortunadamente, siempre encuentro a personas que financian mis locuras. Una anécdota muy graciosa. A mediados de los 80, un crítico muy sensible me dijo, más o menos: “Oye, tus letras son geniales. Lo único que no entiendo es por qué te empeñas en poner palabras tan raras como tamarindo, Ariadna…”. Al cabo de unos años, me encontré al susodicho, que es muy querido, y me aclaró: “Oye, tío, eres la hostia. Tengo en la familia tres personas que se llaman Ariadna y ahora sé que el tamarindo es un arbusto bastante común en la climatología mediterránea”. Que la mayoría de las personas, y sobre todo en el mundo del rock, no tengan ningún interés por la poesía de San Juan de la Cruz o de Rûmî… no creo que tenga que convertirme a mí en seguidor de la poesía de Bunbury o de las letras de Alaska. Yo hago las cosas a mi manera. A quien le guste, genial. A quien no, la FNAC está llena de discos de todos los estilos.



¿Qué diferencias –líricas y sonoras- destacarías entre “Barcelona Intimíssimo Café” y “Multaqa Antigua Contemporània”. En el primero hay referencias más cercanas, entendidas quizá desde un punto de vista más empírico, por lo que supone de un escenario vivido, aunque al final en ambos creo que se confunde todo un poco.

El mensaje es, más o menos, el mismo, en ambos discos, aunque, en el segundo, se profundiza más en la vía espiritual. Las canciones del primer disco parten de géneros concretos, aunque con una visión muy contemporánea, como la habanera, la rumba, el vals criollo, la copla, la ranchera… En “Multaqa…”, los géneros se desvanecen por completo y el mensaje aparece menos sujeto a las formas del género. El segundo disco es más libre, más de autor, menos clasificable.

¿Qué influencias han aparecido en el segundo disco que en el primero no estuvieran por ningún sitio?

En la actualidad, según lo que nos contraten, vamos con un espectáculo basado en el primero o en el segundo disco. Seguimos haciendo el café cantante más tradicional y/o el “Multaqa”, con Wafir S. Gibril, según presupuestos, disponibilidad, características del festival o del teatro y/o evento. Entre el primero y el segundo disco pasaron muchas cosas en mi vida personal que me llevaron a profundizar en caminos de los que no puedo hablar con muchas personas, porque no entenderían nada. Mi intención, no premeditada, ha sido hacer música espiritual del siglo XXI, con un mensaje inmortal que se pierde en la noche de los tiempos, pero con unas formas artísticas reconocibles para los amantes de las músicas de vanguardia y de las músicas contemporáneas.

¿Es “Multaqa Antigua Contemporània" un disco más atmosférico que “Barcelona Intimíssimo Café”?

Rotundamente, sí. Ya te digo, se difuminan los géneros y aparece un mensaje en un contexto menos claro, más atmosférico.

Llaman la atención los sonidos pregrabados de “El cant dels ocells… agraïts”. Creo que hace mucho que no utilizabas este tipo de soluciones sintéticas, programaciones. ¿Te lo pedía exclusivamente esta canción? ¿Algún anhelo oculto de los primeros tiempos de Claustro? ¿Sigues utilizando máquinas para componer?

Yo, a la hora de crear, tengo una libertad absoluta. Si me da por poner programaciones electrónicas, lo hago. Si me da por hacer algo que suene completamente orgánico, lo hago también. Las formas no son lo más importante, sólo una pequeña parte. Lo que cuenta es la intención, como en el mundo espiritual. Lo más relevante es no estar atado a nada, ni siquiera a los gustos y deseos de tus propios seguidores y de los periodistas. En la actualidad, veo la música como un medio de retorno a lo sagrado, al misterio. Me gusta lo esencial, sea electrónico, orgánico, lo que sea.

¿Es “Cantiga XXI”, además de una canción arrebatada, una pieza descriptiva? El protagonista parece cabalgar a través de la letra en ese pasaje galopante que se insinúa…

En estos momentos de gran confusión, dolor y caos, en todo el mundo occidental surgen “murits”, amantes, enamorados, que emprenden una carrera loca y apasionada en busca de lo sagrado partiendo de las confesiones espirituales tradicionales, pero sin costumbrismos, yendo a la esencia, sin formalismos estériles. El protagonista de la canción trota al galope porque su corazón va descartando los velos poco a poco que le separan de lo más verdadero y la emoción le lleva a salir en su busca incluso poniendo su vida en peligro. Pero, en realidad, no hace falta salir hacia ninguna parte. Basta, en todo caso, con adentrarse en uno mismo. El protagonista de mi canción ama la poesía de San Juan de la Cruz. Esa poesía que dice: “Su origen no lo sé pues no le tiene… Mas sé que todo origen de ella viene… Aunque es de noche…”. La fuente…



“Yo vengo de un mundo extraño/yo sigo un camino cierto/bello y milenario” cantas en el “Salvaje vals sufí goyesco”. Te consideras pues parte de una cadena, de una tradición que viene de los trovadores, o incluso más lejos aún…

Yo creo que, desde los tiempos de los primeros hombres, siempre ha habido personas que se han vinculado a la gran sabiduría esencial, lo que hoy llamamos sabiduría perenne, huyendo de idolatrías, falsas espiritualidades y demás confusiones mundanas. Tal vez sí, soy un trovador, no más que eso, el trovador que habla del secreto mejor guardado del universo. Y que lo hace con metáforas, para que nadie le tome por loco. En estos días, muchos periodistas se sorprenden mucho cuando utilizo palabras como lo sagrado, lo misterioso, la compasión… Los periodistas son los primeros que quieren convertir la música en algo material, tangible, que se puede etiquetar… Cuando algo se sale de sus esquemas mentales, están perdidos. De todas formas, yo tengo mucha suerte de tener a tantas personas en los medios que nos quieren mucho, que siempre nos han querido. Huyo siempre de todos los tópicos que rodean al mundo del rock y presento nuestra iniciativa como un grupo tranquilo, sereno, al margen de las pandillas del universo pop, tan estériles. Hoy, uno escucha algunos de los discos que se hicieron muy conocidos en los 80 y es para morirse de risa. Yo no busco lo moderno ni lo antiguo, lo de allí ni lo de aquí. Yo sigo mi camino. Aunque me cree algunos enemigos. Otras puertas se abren. Este domingo (17 de Mayo, en Lérida), por ejemplo, actuamos en la Basílica de Tremp, una experiencia gratísima a la que jamás tendrán acceso muchos músicos del rock, pese a que les encantaría. En fin, cada uno sigue su camino. Yo soy como los burros, Burruezo, muy terco… y muy “zen-cillo”, ja ja.

En tus canciones hay dolor, pero también hay mucha esperanza. ¿Aun con lo que tenemos encima crees que se puede –y debe- ser optimista?

Millones de personas en este momento, en todo el mundo, han dejado de creer en sí mismas, en idolatrase a sí mismas, para confiar… Y sé que es difícil creer en eso porque hay mucho sufrimiento en el mundo. Pero todo ese sufrimiento lo ha causado, principalmente, el hombre moderno, que nunca escarmienta. Yo tengo muy poco que ver con el hombre moderno. Hay que aprender a esperar. Hay que ser paciente. En este fin de ciclo apasionante, lleno de dolor, confusión, caos… toca esperar. Toca estar un poco en la retaguardia a la espera de mejores momentos. No hay que ser optimista ni pesimista. Todo está escrito. Uno abandona las idolatrías y gira su rostro hacia lo verdaderamente esencial y todo se transforma. La música es muy importante en este momento. Por todas partes me encuentro personas que quieren retornar a la senda de la música como un valor de lo misterioso, de lo ritual. Ahora mismo, cualquier gran concierto de rock es como un partido de fútbol: sí, la gente grita, berrea, se abraza, llora, salta, baila… pero todo eso no es más que un sucedáneo del verdadero rito. La mayoría de las personas viven completamente ajenas al trance, si quiera en su versión más embrionaria. Esto es un gran desastre para la Humanidad. Sin éxtasis, no hay verdad.

También, y desde siempre, tus canciones han desprendido siempre sinceridad. Un valor que hoy en día está muy a la baja. ¿Por qué crees que es tan difícil presentarse uno tal como es, a despecho de conciencias? ¿Puede convertirse esa misma sinceridad en un arma arrojadiza, tornarse en una impostura publicitaria? ¿Dónde crees que está la fórmula para conseguir que se ajuste la balanza entre la claridad y la pose, tú que provienes de un mundo como es el pop donde casi todo es artificio?

Insisto en que vivimos unos tiempos de gran confusión. Gentes de las peores calañas pasan ante los medios como pseudo nuevos profetas. La gente de la más baja estopa moral le habla de tú a tú a personas de una gran sabiduría y conciencia. Cantantes que nunca han visto una gallina se hacen llamar ecologistas. Las campañas de todo tipo por el medio ambiente y la justicia social las patrocinan empresas que practican la usura y la especulación y que cuentan, entre sus inversionistas, con traficantes de armas, de drogas, de mujeres. Pero el que quiere ver… ve, con muchísima claridad.



¿Tienen las tabernas, los cafés, algo aún de lugares donde esté viva la conspiración (artística, se entiende) o corren el riesgo de convertirse definitivamente en una entelequia, en un museo? ¿Aún se puede luchar por ellos y por las funciones más ancestrales que tenían en este mundo tan globalizado?

Los cafés cantantes de los que yo hablo no han existido nunca. Son cafés cantantes soñados, oníricos. Aunque, en realidad, en el primer disco la reivindicación del café cantante (cosa en la que aún sigo) era más real. De la misma manera que, de un disco a otro, se han difuminado los géneros, el café cantante del primero se parecía más a lo real que en el caso del cabaret del segundo, un cabaret completamente inexistente, el cabaret de aquellos cuyos corazones aspiran a una borrachera continua. En el mundo de los sufis, el concepto “borrachera” es muy diferente al del universo de los que sólo saben los textos en un plano literal. El café cantante en el que yo canto cada día está lleno de borrachos…


María José Peña (ex-Claustrofobia) colabora en el primer disco con Bohemia Camerata, en concreto canta la nana “La princesita de la caja de música quiere volar”, y, de manera indirecta, en la recuperación del “Rito gitano” de Claustrofobia que incluíais como especie de bonus, básicamente porque es una composición enteramente suya. ¿Por qué no ha colaborado hasta ahora más con La Bohemia Camerata? ¿Es porque no lo habéis sentido así o es porque has pretendido delimitar conscientemente el universo de la Bohemia con otros colegas artísticos? Sea como sea, ¿habrá más participación de María José en el futuro?

María José vive ahora mismo muy alejada del universo musical. Y tiene muchas otras preocupaciones y prioridades de todo tipo. Y yo no quiero importunarla ni darle más trabajo. Pero su marido sí participa en el disco, recitando el poema incluido en “Alhambra, Tasawwuf”. Curiosamente, la esposa de Antoni Baltar también canta varios coros del disco. O sea que, como ves, los claustrofóbicos somos como una familia. Pero no sé qué pasará en el futuro. ¿Quién lo sabe?

En Claustrofobia teníais una canción como "El sudor de las minas" donde citabais artistas predilectos, referencias de vuestro universo. ¿Con qué nombres haría Pedro Burruezo una canción de similares características ahora mismo?

Ahora mismo, yo no citaría a nadie de mi universo artístico porque apenas existe. Hay artistas que me gustan, que conozco, como Wyatt o Morente, como Om Kolsoum o Fernanto “Terremoto”…. Muchos artistas son de gran calidad y nos conectan con lo intangible. Pero de ahí a ponerlos en una canción… eso son cosas de los veinte años. Y estaba muy bien en su momento. El problema de mucha gente es que quiere seguir haciendo cosas de los veinte años a los 45 y, claro, sí, se hacen, pero sin aquella gracia naïf, y entonces es patético.

Desde siempre ha dado la sensación de que ibas completamente al margen de lo establecido, y creo que en tu caso no es ningún tópico, un lugar común para completar titulares. ¿Te has sentido siempre así o te has considerado en algún momento dentro de algún colectivo de resistencia espiritual, estética? ¿Te sientes cercano a algún artista contemporáneo, hay alguien que esté haciendo cosas con las que te sientas más identificado?

Creo que ya he dicho que me siento muy en un centro de resistencia espiritual, vinculado a la sabiduría perenne. La práctica totalidad de los artistas de música pop, flamenco, clásica y lo que sea… viven completamente ajenos a estas preocupaciones. Me parece que Franco Batiatto sí está en estas coordenadas. En España, las personas con las que comparto mis preocupaciones espirituales no tienen nada que ver con el mundo musical, aunque sí artístico en algunos casos. La espiritualidad y lo estético van muy unidas. Un dicho atribuido al profeta Muhámmad (s.a.s.) nos dice que: “La divinidad es bella y ama lo bello”. El Tasawwuf es el camino del bello obrar. Llegar algún día a tener una conducta irreprochable con la Creación, con la familia, con la sociedad, con la Naturaleza, con el Uno… me parece un camino importante a seguir. Yo no aspiro a esoterismos vacuos ni complicados, sólo a comportarme siempre de la mejor forma con todo el mundo, cosa realmente difícil, aunque no lo parezca. El mundo del pop rock está lleno de gente que se comporta de una manera pésima. No quiero tener nada que ver con todo eso. Cuando alguien te salude por la calle, que tu saludo siempre sea más bello que el recibo.



Hace tres años tuve la oportunidad de verte por primera vez en directo. Me impresionó La Bohemia Camerata, por su intensidad, su valor y su independencia. ¿En esta gira vamos a encontrar muchas novedades o camináis por terreno asentado sobre el cual vais a seguir incidiendo? ¿Qué aporta Wafir S. Gibril respecto a espectáculos anteriores?

El espectáculo no reproduce tanto todas las canciones de “Multaqa” como sí su espíritu. El espectáculo incluye más cosas de carácter tradicional, algunos experimentos, versiones de “Multaqa” más orgánicas. Wafir es como un hermano para mí y él aporta toda la visión de Oriente. Mi Oriente es más soñado, más onírico. El suyo es muy tangible.

Imagino que ya estarás pensando en la próxima colección de canciones. ¿Puedes adelantar algo de la dirección que van a tomar?

No sé nada. He empezado a componer y tengo dos piezas inacabadas en el cajón. Suenan muy litúrgicas. Pero no puedo adelantar nada más porque ni yo mismo lo sé.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Cocoanut Groove



A pesar de no ser experto en la materia, creo que dentro de la superpoblada clientela indie de Suecia y alrededores, las canciones de Olov Antonsson serán recordadas con el tiempo como unas de las más destacadas dentro del aluvión de propuestas que han llegado de aquellas latitudes en los últimos tiempos.

Olov es un fino estilista, lo que vulgarmente se conoce como un artesano de la melodía y los arreglos en su estricto punto de cocción. “Madeleine Street”, su primer largo, así lo certifica. Una exquisita y concisa colección de diapositivas donde se puede tocar el atardecer y respirar la melancólica plenitud de otro tiempo. En una estudiada combinación de piezas más impetuosas junto con otras más delicadas e intimistas, se pueden discernir con claridad las fuentes de las que se ha nutrido el autor de “Walking to Madeleine Street”, o al menos las que a mi más me sugieren. En las del primer tipo se aprecia la influencia del pop de los sesenta, el que hizo de Love o The Zombies paradigmas del barroquismo y la melodía edulcorada hasta límites insospechados, según el caso. En la segunda vertiente también podría citar escritores de canciones folk de aquella década, pero (y es aquí donde la conjunción astral hace de la propuesta de Cocoanut Groove un regalo más inesperado de lo normal) también amantes de la filigrana melódica de otra década, en este caso la de los ochenta: la orfebrería de Paddy McAloon o la cadencia pastoral de un Stephen Duffy.

El resultado final es definitivo: ni sobra ni falta nada. Todo son proteínas para el corazón, una obra concienzudamente inspirada que no atiende a imposiciones del momento y sus caprichos puntuales. Uno de esos discos más allá del tiempo y la sinergia que se han impuesto (re)crear belleza contra viento y marea. Algo así como aquel disco de Fantastic Something en los ochenta, alejado de todo e involuntariamente tan cercano a nosotros. La silenciosa revolución de la nostalgia hacia un pulso atemporal que se quedará siempre sobre nuestras cabezas.

El próximo viernes 8 de Mayo en La Pequeña Betty, dentro de la serie de delicatessen de Pacific Street.

martes, 5 de mayo de 2009

Le Corbeau (Henri-Georges Clouzot, 1943)



“¿Dónde está la oscuridad?, ¿Dónde la luz?, ¿Dónde la frontera del mal?, ¿Está del lado bueno o del malo?... Desde que sopla un torbellino de odio y desolación, los valores están corrompidos. Está afectado como todos los demás. Caerá como ellos.”

Son tiempos sombríos: la batida de un cementerio, un parto prematuro donde de apunta un chiste negro de doble (o triple sentido), el hospital atestado… Se quiso interpretar su planteamiento como una metáfora sobre la ocupación nazi en Francia… o en un lugar cualquiera. Lo cierto es que la puesta en escena es antológica y maestra: cómo Clouzot va mostrando a cada una de las piezas del rompecabezas (y las que ofician como meras comparsas) en el momento justo, con un ritmo perfecto.

A pesar de la enfermedad, de las penurias y del estado de excepción que sufre el pequeño pueblecito galo donde se desarrolla toda la acción, queda tiempo para intrigas amorosas, desafiantes, de control y de poder, de ahí la metáfora política.

Al igual que en su película más lograda y famosa, “Las diabólicas”, Clouzot opta por una partitura argumental donde la intriga se instala en un ambiente costumbrista, prisionero del momento y las circunstancias prosaicas que lo rodean. Una capa superpuesta que combina perfectamente con el escenario, las gentes y los comentarios aparentemente livianos. La inserción del terror, sin esfuerzo, en lo cotidiano.
En “Le corbeau”, sin embargo, el protagonista sobre el que gira toda la acción y sus maquinaciones, es omnipresente, tanto física como psicológicamente. Es un doctor imperturbable, que castiga con una máscara rígida a quien se cruza por delante. Un Poe europeo insertado en un complot propio de Leroux. El resto del coro actoral no le va mucho a la zaga. Parece como si mostrar otros sentimientos que no fueran el miedo y la culpa, en época dura, fuesen una frivolidad que sólo se pudieran sacar a la luz mediante pistas y amenazas escritas. La literatura como liberación pasional, como una minúscula ventana desde donde dejar escapar los deseos más inconfesables. Un buen día todos reciben cartas anónimas. Nadie escapará a la sospecha, a la vigilancia. Quizá toda la ciudad se pueda infectar.

A pesar de subyacer una trama sencilla, Clouzot logra transgredirla jugando al equívoco, embadurnando y acumulando guiños entre cada uno de los afectados. Un triunfo basado en un silogismo intachable.



Después de presentar el pueblo y a sus habitantes más proclives, surge la anécdota, el acontecimiento fortuito que hará que se despeñen por fin todos los demás, hasta dar con la solución al problema. Hasta entonces las debilidades habían ido formándose en la pantalla, a modo de globo que nunca alcanza su tamaño real, como inflándose gradualmente, pero sin explotar. A modo de círculo dentro de un círculo, la película terminará como empezó a gestarse la curvatura.

Para la posteridad, no solamente la escena final, sorpresiva, que va más allá de una sentencia unitaria, sino también el desarrollo de ese entierro, silencioso pero lleno de señales, donde la acción se disparará irremediablemente. También, y clave, la secuencia de la escuela, donde a través de la escritura se pretenderá descubrir al culpable y provocará la filosófica escena de la lámpara, bajo cuyo recorrido cualquiera puede implicarse.

Clouzot, un maestro del desasosiego y el suspense en mitad de la rutina.