Para el buscador de tesoros lo tenían todo en contra de antemano: el nombre del grupo y la portada de su álbum más recordado, una postal no especialmente atrayente incrustada en un fondo de diseño new wave tampoco muy seductor. Pero aunque a menudo las carátulas digan tanto del artista como éste es capaz de expresar, en este caso el continente corría bastante al margen del contenido. El padrinazgo de un oráculo de pedigrí como John Peel, ardiente defensor del grupo, tampoco ayudó a reservarles un lugar de prestigio. La historia, grande o pequeña, les redujo a un punto indiscernible; pero una tercera, secreta, se ocupará de confiarles un sitio bajo el sol.
Y eso que surcaron la requetesabida travesía de la época: primeras grabaciones en sellos ignotos para desembocar en un súbito y ambiguo interés por parte de la major de turno, con el fin de responder a la superpoblada demanda del Top Of The Pops a la vez que se apostaba por competir con la no menos numerosa clientela de los chicos y chicas de la nuevaola que ya para entonces debía llamarse de otra manera. No tuvieron suerte. La competencia fue feroz y su aparente humildad fue eclipsada por otros egos y la insana voracidad de la crítica. La aventura se acabó, por tanto, cuando la todopoderosa EMI decidió que dos álbumes bajo su auspicio eran más que suficientes para dejar constancia de las intenciones del grupo. Buenos chicos, pero no lo suficientemente morbosos o espectaculares.
Tras bregarse en los primerizos singles de rigor, vino su primer álbum de costelliano título, “Get out and walk” (1983). “Matter of fact”, su corte inicial, igual que ocurría con otros como “Who needs it?”, ya ponía sobre pistas: la esforzada melancolía de Edwyn Collins sobre una tarima algo más convencional que la del Zumo de Naranja, pero con similar fervor adolescente. La música de Farmer´s Boys, al igual que la de su homólogo escocés, recoge a la perfección ese estado de conmutación entre la citada New Wave y lo que, tiempo después, con el fin de homogeneizar una generación de grupos muchas veces difícilmente equiparables –que compartían en cualquier caso un sentido hogareño y minimalista del pop- se denominó primera edad del indie moderno. La vitalidad y la sensación eufórica que se desprende de esta colección de canciones, además de la efectividad que acompaña a casi todas, dan como resultado un disco infalible, burbujeante, con material de sobra para amenizar fiestas inagotables, sin poses ñoñas y con los recursos adecuados. Sabían sonar incluso como si estuvieran versionando algún clásico de los sesenta (“Way you make me cry”). Como Undertones, otros niños mimados de Peel, aparentaban discreción formal pero amasaban influencias con sentido cabal y aspiraciones legítimas. Recogían el dinamismo y la urgencia de los últimos setenta, pero a la vez se vestían de una sofisticación que en su caso nunca sonó petulante o vacua -me estoy acordando de grupos como Friends Again y toda su ramplona y estéril elegancia-, sino perfectamente imbricada en sus restallantes composiciones, con la salvedad de “Soft drink”, un intento de colar un electro-funk a lo Heaven 17 que rompe momentáneamente el tono general –sobresaliente- del álbum. En otras, como “Wailing wall” o “Muck it out”, ese veredicto tantas veces compulsado para despachar en una línea su estilo, el que hablaba de que parecían Philip Oakey liderando Orange Juice, consiguió siempre resultados mucho más favorables.
“For you” tenía todas las papeletas para aspirar a la gloria. Uno de esos hits de entusiasmo in crescendo incomprensiblemente relegado al fondo de armario. Bien es verdad que el videoclip del que se hizo acompañar mostraba a un grupo no especialmente interesado porque se les tomara demasiado en serio. La ironía se hacía rodear de un marco grueso.
También cabían pequeñas píldoras de pop-punk como “Drinking and dressing up” o “I don´t know why I don´t like all my friends”, que les daban un punto de despecho nada decepcionante, en todo paso más panorámico al lado del resto. Un disco a reconsiderar de principio a fin.
Pasaron desapercibidos, y a pesar del talento a raudales que atesoraron en toda su concisa trayectoria deciden echar mano, esta vez sí, de aquellos maravillosos años en los que figuras como Cliff Richard despertaban las más desbordantes sensaciones. La actualizada revisión de los Farmer´s del “In the country” debía ser el banderín de enganche para un público en ciernes que pasara por el filtro de un estándar para valorar en su justa medida el potencial de estos chicos. Abría “With these hands” (1985) segundo y último lp del grupo, que contenía un número menor de pildorazos que en su precedente pero que no le iría a la zaga en cuanto a resultados. Pienso mucho en The Bluebells cuando va sonando, en ese espontáneo pop-rock de melodía irretufable, directa. Por “I built the world” se cuelan los redondeados acordes de los Byrds. “Sports for all” es quizá la última oportunidad de compararles con Orange Juice, pasada más que nunca por el tamiz de Smokey Robinson, faltaría más. “Art gallery” y “Whatever is he like” (esta última repescada de su primera época) avanzan ni más ni menos que el método de Paul Heaton y sus Housemartins, llevándose éstos la gloria y los coros sólo unos pocos meses después de que The Farmer´s Boys decidieran tirar la toalla definitivamente. La elegancia de los ochenta no falta, la costelliana -vía “Punch the clock”- “Something from nothing” o “Heartache” son inmejorables ejemplos de que bebieron de su tiempo. Paradójicamente, hasta los anacrónicos violines de “Phew wow” son plenamente disfrutables dentro de un disco seguramente no tan revelador como el primero, pero con el encanto íntegro.
Backs Records, antigua tienda de discos reconvertida en distribuidora y discográfica ocasional que financiara el segundo single en la historia del grupo, mucho tiempo después decide desempolvar, con el grupo liderado por Baz aparcado en la despensa del tiempo, las primeras grabaciones de los de Norwich. “Once upon a time in the East (the early years 1981-1982)” (2003), tiene los primeros sencillos, canciones inéditas y primeras grabaciones de muchas del primer álbum. Aun siendo una recopilación esencialmente dirigida a completistas y fans fatales (como el que suscribe), contiene algún que otro motivo de peso para recomendar incluso a los recelosos o despistados. Dejando a un lado la socorrida estela de los Buzzcocks en piezas como "I lack concentration" o "Or what", “I think i need help”, el particular “Falling and laughing” de The Farmer´s Boys, merece una mención especial. Un himno indie-pop de primer orden que debería sonar en todas las reuniones de voraces seguidores de todo lo que tenga que ver con el género; una maravillosa gragea que no solamente comparte el mismo encanto que las mejores canciones contemporáneas de Felt, Go-Betweens o The Monochrome Set, sino que rivaliza merecida y encarnizadamente con las de todos ellos.