"Soy violento, llegado al caso, pero nunca vulgar. Mato, pero no hiero. Suelto la palabra precisa para el caso, pero no voy recopilando palabras dichas aparte solapadamente; invento yo mismo mis agudezas, alumbradas al azar, provocadas por la situación, pero no me apropio de las bonitas palabras de las operetas o de los periódicos ligeros.”
Para los que han leído su “Inferno”, quizá también se extrañen de la contundencia de este otro título que, a la manera de aquél, hurga en las entrañas de una vida marcada a fuego por la psicosis y sus recaídas, sus idas y sus venidas. Pero sin ser tan brutal y trepidante, autoestimula igualmente el frenesí más agudo que llevamos dentro y que sólo unos privilegiados saben destilar sin torcer el rumbo hacia la afectación o la simple ironía. Si la locura es tocar un piano con casi todas las cuerdas rotas y sobre las que han resistido ir improvisando, a Strindberg le daba tiempo a hilar una certera jam session con todas ellas. La locura, esa manera de vivir la verdad tan ligera de trastos, fue la prórroga para la auto-disección a corazón abierto que se reservaba nuestro autor –delicado y anecdótico para el poema, incisivo para la puesta en escena- en algunos tiempos muertos, para mostrarse su entrañable irascibilidad y, de paso, dejárnosla escrita.
“Alegato de un loco” habla de su fatigosa y lacerante relación con su primera esposa, de sus lamentos, recriminaciones, sospechas, arrepentimientos, fútiles arrebatos y vueltas a empezar. La Biblia agnóstica del remordimiento (sensación que se nombra en todo el libro como una nota inmisericorde) en la que, como ocurriese más tarde en “Inferno”, los sentimientos de culpabilidad, de beligerancia, de autoinmolación y dignidad se mezclan con la manía persecutoria que se hará una aliada cada vez más presente en sus diarios novelados. Ayudará a constatar que la felicidad es una breve canción que aquél día escuchamos medio borrachos y que cada año que pasa nos cuesta más trabajo tararear. Entre el clavo ardiendo de la misoginia y la impetuosa autoafirmación de ser nicho de titubeos y debilidades en plena transformación de convenciones sociales y sexuales, es la primera entrega de una nada velada autobiografía por entregas que se ensaña hasta con el apuntador y que tiene la osadía de autoafirmarse por el camino, como si uno anduviese con el cabeza bien alta, impropiamente vestido, en mitad de un paraje rodeado de edificios derrumbándose y poblado por tahúres existenciales que te sacan el alma en cada esquina.