domingo, 29 de enero de 2012

Tot Taylor






Co-director y miembro fundador de unos de los espacios más cool que existen aun hoy en el centro de Londres –Riflemaker-, y –cada vez más- ocasional creador de sutiles epopeyas instrumentales, Tot Taylor, tras esa nada forzada templanza y esa comedida personalidad que le hicieron consagrar un buen día su vida a la vorágine del mecenazgo y el calendario de exposiciones, es culpable de una de las discografías más injustamente silenciadas e infravaloradas del pop británico de los últimos treinta y cinco años. Punk, new wave, easy-listening, pop electrónico, marchamo crooner o jazz vocal son, en esencia, los tags por los que debemos empezar a situar a nuestro héroe, un autor intuitivo obsesionado con el trabajo de composición como fin en sí mismo y como estética implícita. Fue en un periodo muy concreto -desde finales de los setenta hasta finales de los ochenta- cuando Taylor concibió una serie de discos que conformaron un involuntario y apócrifo tesoro del que nos sentimos por una parte deudores y, por otra, obligados emisores dispuestos a propagar las incontables bondades que en él incluyen.




Antecedente:

Advertising: “Jingles” (1978)

La portada del primer y único disco del grupo previo de Tot Taylor ejemplifica a la perfección todo lo que de espontáneo, llamativo, casual y, hasta cierto punto, provocador tenía parte de esa nueva ola, la más urgente y la más preocupada por recuperar parte de la tradición pop menos retorcida e intelectual, aunque en el caso que nos ocupa ya de por sí escondiera en su adn una buena dosis de temperamento arty. Visualizando esa carátula uno no puede evitar acordarse de, por ejemplo, la estética colorista y desprejuiciada que por ese mismo entonces trabajaban los hispano-argentinos Tequila, en una indisimulada reivindicación del más puro estrépito adolescente. Al calor de los mejores Buzzcocks (la abigarrada “Lipstick”) se abre este manjar de puro pop apremiante que ya tenía en “Ich Liebe Dich” esa luminosidad en los estribillos y esa frescura e inminencia que sólo se le presupone a los mejores discos de la época. Y “Jingles” entre ellos. Hablamos de uno de los cinco mejores discos de la new wave clásica de guitarras, la que excluye la facción más cerebral del momento o esa otra que se vestía directamente de imperdible.
Las estrofas de “Suspender Fun” ya vienen con la carga melódica que Tot desarrollaría en sus discos en solitario: exuberancia de tenues reminiscencias ‘sesentas’ que anticipaba pretensiones de altos vuelos en aras de un clasicismo que ya miraba de reojo a los grandes constructores de siempre. La mano de Simon Boswell (co-lider del grupo junto a Taylor y posterior fundador de Live Wire) por el contrario se nota más en canciones algo más obtusas –pero igualmente pegadizas- como en la costelliana “Respect”. Es, en definitiva, pop transversal con todos los ingredientes en plena ebullición: diseños de apariencia sencilla, sin especulaciones y con coros explícitos que vienen a amplificar unas canciones soleadas –y sólidas- que se mueven constantemente entre la rugosidad, la gracia rítmica y una indisimulada generosidad melódica. Reposadas, como despide “You Cost Too Much”. Antológicas, como en el caso de “Stolen Love”.




El corpus:

Playtime (1981)

En palabras del propio Tot Taylor, en esta primera grabación en solitario fue cuando pudo contar con más y mejores medios de toda su carrera. Es por ello que no se escatimó en arreglistas, músicos y demás colaboradores, así como en el número de canciones (veinte en total) y, en definitiva, en ideas y recursos para llevar éstas a buen puerto. La nómina incluye, entre otros, a la gran Kirsty MacColl en los coros en la pre-shibuya “Thirty-One Love” o a un viejo conocido de la afición hispana como Jo Dworniak, aquí en calidad de ingeniero y mezclador.
El disco por tanto aporta ese derroche gestual y de concepto, aparte de mantener en muchos de los cortes la vitalidad y emergencia de Advertising, pero ya definitivamente (re)vestidos de un preciosismo más acusado que comandan teclados clasicistas en detrimento de las guitarras cortantes de antaño. ¿Musical new wave de cámara? Lo cierto es que ya en los momentos íntimos –y los que no lo son tanto- como “Life With The Lions” se puede conjeturar con una ecuación que irá cobrando peso a medida que avancemos: si The Divine Comedy es el resultado de la suma entre la profundidad neoclasicista de arrebato solemne y el frenesí camp de tiralíneas victoriano, entonces podemos concluir que Neil Hannon es la mezcla perfecta entre Scott Walker y Tot Taylor.
El humor también está muy presente, no sólo en los textos sino en los dibujos rítmicos, lo cual le acerca –a lo largo de todo el disco- a excéntricos iconoclastas de la talla de Sparks, pero sin el armazón glam. El mestizaje entre lo crooner y la electrónica de mesa-camilla cobra todo su sentido en piezas como “The Three Dots” o “I´m Very Bad At Being Brave” y mención especial, dentro de la delicatessen que es “Playtime”, merece “This Romance Stars Here” (y nunca mejor dicho): la pulpa que vertebra una de las indiscutibles cumbres de principios de los ochenta; la perfección pop en poco más de tres minutos, aunando melancolía, nostalgia, fuerza, consciente perfección y contenida grandiosidad formal. Una pequeña (gran) proeza. No en vano es una de las favoritas del propio Tot y, muy posiblemente, la que más de quien escribe esto. Pletórico en todas y cada una de las piezas, no es extraño que medio disco formase parte posteriormente de “Jumble Soul”, indispensable recopilatorio publicado un lustro después y que supone una extraordinaria puerta de entrada al universo Taylor. Un banquete para los sentidos.




The Inside Story (1982)

Ya desde el inicio –ese discoland melodrama que es “Poptown”, aparte de toda una declaración de intenciones- se deja notar el viraje hacia el pop electrónico del que se va a nutrir buena parte de “The Inside Story”. “Poptown” es un hit incontestable que reúne en una sola canción y con la máxima naturalidad del mundo el dramatismo vocal de Billy Mackenzie (The Associates) con la juguetería robotizada de Devo. Como lo leen. Así, tal cual.
Los sintetizadores también impregnan la siguiente –y ligeramente marcial- “Bodybuilding” y si “Richard Rodgers” se adelanta casi veinte años al electro-pop señorial de Fosca, “The Man And Me” hará lo mismo –aquí con tan sólo un cuarto de hora sobre el horario previsto- al soul blanco de The Blow Monkeys. “The Crimson Challenge” recupera los acústicos –y encomiables- vestigios de “Playtime”, y para nuestros momentos más íntimos están “The Inside Story” –Tot sentado al piano es siempre garantía de enamoramiento-, la seda de “The Wishing Game” -¿esos teclados no son los de los primeros Prefab Sprout?- o “All For Me” (aquí rebautizada “All For You”), del repertorio del siempre inagotable Cole Porter, y que sirve a nuestro hombre para reivindicar, en plena era de los new romantics y del tecno-pop, a esta figura señera como uno de sus más fundados héroes. Como se vio entonces, toda una osadía. Otra para la saca.





Box-Office Poison (1986)

Los cuatro años que separan “The Inside Story” de este “Box-Office Poison” no será para Tot un periodo en balde. Obsesionado con el concepto del Tin Pan Alley, a través del cual poder hacer realidad en plena década de los ochenta todos los sueños de gestión, organización a nivel de producción y patrocinio musical que habían cristalizado casi un siglo antes en Estados Unidos, Tot se ocupará de componer, producir y acompañar a pequeñas musas y ‘one hit wonders’ como Mari Wilson (artista retro en consonancia –musical y estética- con otras féminas de soul de los sesenta de peinado-colmena), Virna Lindt (electro bondiano) ó Cynthia Scott (entre una versión muy libre de Yma Sumac y el jazz latino). Así, se convertirá en ese ‘hombre en la sombra’ capaz de sacar a la luz otra especie de factoría de lo que entonces eran jóvenes promesas y que hoy han quedado como curiosos productos vintage. En todos ellos se nota su mano a la hora de perpetrar insinuantes puzzles de, por lo general, más que apreciable genio y distinción.
De su tercer disco podemos decir, entre otras muchas cosas, que se trata de una colección de canciones más depurada que su disco precedente. El homenaje a “Australia” (en toda su extensión: allí “donde las ovejas pueden pastar con seguridad”) es otra de las cumbres de su obra y que no hubiera dudado en firmar como suya el anteriormente citado Hannon. El auto-homenaje en “Arise, Sir Tot” (subtitulada “La espada es más poderosa que la pluma”, rebatiendo a Bulwer-Lytton) refuerza su pasión por autores como Gershwin, Berlin o Bacharach, reflejándolo de paso en casi todo el disco. Esa exigencia en la escritura, ese gustarse y ser capaz de llegar al estado de pretensión óptimo, actualizado y sin estridencias de ningún tipo. El romanticismo decadente -pero nunca pusilánime- de “I Was Frank” o la expansiva “People Will Talk” (qué bien puesto está ese saxo) son ejemplos cogidos al vuelo de la capacidad innata de un creador criminalmente postergado al pelotón de los olvidados. ¿Su mejor disco?. Como mínimo batiéndose el cobre con “Playtime” por tan innecesaria e irritante condecoración.






Resto de existencias:

My Blue Period (1987)

Menos mal que existen los japoneses. Sin ellos, los únicos que son capaces de acordarse y reivindicar inestables –y por lo que se ve, ignotas- carreras que sucumbieron a los más indecorosos ostracismos, no tendríamos las reediciones de los discos de Tot Taylor. Reediciones que ya no lo son o, mejor dicho, lo fueron, pues a su vez están más que descatalogadas, por lo que hacerse con estos discos originales no ha dejado de suponer una pequeña hazaña –no tan elogiable por existir una útil red con los más insospechados intermediarios- que ha tenido su justo premio en la degustación de tan ilustres contenidos.
De esa manera podemos disfrutar, como de los anteriores, de un “My Blue Period” que bien podría ser para la trayectoria de nuestro amigo, un poco para entendernos, lo que "Jumpin´ Jive" para Joe Jackson. Es decir, un explícito homenaje de nuestro gentleman a las big bands y el jazz-pop, con desenvoltura y ese charme que une a Chet Baker con Sondre Lerche, pasando por el penúltimo Elvis Costello, el último que merece la pena. No tan revelador como los discos ya analizados, sin embargo mantiene el interés y contiene cosas tan estimables la breliana “Young World”, la walkeriana “It´s Not A Bad Old Place” y, sobre todo, “It´s All A Blur”, que bien justifica éste y casi cualquier disco.





“Menswear” (1987)

Aunque la portada del último de los discos no-instrumentales firmados a su nombre hasta la fecha pudiera hacer creer en una suerte de reconquista tecno-pop, “Menswear” sigue en cierta manera la línea de “My Blue Period” aunque contiene, sin embargo, una más esforzada intención de sacudirse algo más de formalidades y ganar en atemporalidad. La orfebrería de “Ruination”, la imprevisibilidad de “Daddy´s Little Soldier”, la beatleiana “Mending The Clock” o el método Newman en “The Corner Under The Tree” así parecen indicarlo, y la conformidad pre-pop también es un hecho, jugando todo el tiempo a emular estándares con despreocupación e hilaridad, tanto en textos como en el soporte musical.

Más allá quedan innumerables proyectos, como son los discos propiamente instrumentales, Tot Taylor and His Orchestra, el proyecto The Sound Barrier centrado en el easy-listening o World Of Leather, éste imbuido en el pop de guitarras más noventas y, por tanto, considerablemente menor respecto al resto de su producción. Y cómo no, esas exposiciones que ya no deben faltar en la guía turística de cualquier buen gourmet, ya sea musical o de Historia del Arte. Allí 'papá' Tot les estará esperando para recordar de paso estas batallas y las que le queden por bregar.


domingo, 1 de enero de 2012

Acerca del matrimonio de Paulette o una buena pareja modernista, de Mme. La Vicomtesse de Saint Luc




La casualidad ha querido que a la altura del interés por esta novelita desvergonzada y festiva, casi al mismo tiempo se nos fuese uno de sus dos impulsores, el bueno de Alberto Sánchez Insúa, así que esta entrada nos sirve como doble homenaje (obra y traducción española) y nos permite de paso reincidir en el carácter debidamente amoral –enmendando a don Alberto que, esperemos allá donde esté, a su vez nos dé su permiso- de Paulette y sus nobles memorias pornográficas.

Obligada ella a publicar este pequeño pero substancioso tomo de manera clandestina hace ya más de un siglo, sorteando los verdaderos lugares de edición y su correspondiente pluma, y viendo desde la consecuente lejanía definitivamente desenfocada su verdadera identidad, la posteridad ha querido adjudicarle más de un –bastardo- árbol genealógico, lo cual no deja de ser comprensible, habida cuenta de las escasas prevenciones que tomó en su día, y de la alegría de la que hizo gala a ese respecto.



Yendo al meollo del asunto, nos atreveríamos a sintetizar este texto como un himno a la escatología, convenientemente arreglada por una hilarante partitura amatoria. Virtuosismo carnal –sin ir más lejos se incluyen esforzados números acrobáticos- y un obsesivo interés por el poder sicalíptico de cuantos olores y sabores es capaz de comprender el ser humano para con sus semejantes, y que suelen ser arrinconados a la hora de saludar a Eros, al menos en aquellos momentos finiseculares. Por supuesto que el amor fou, en muchas de sus vertientes, no sólo tiene hueco en sus páginas, sino que se da todo un banquete a lo largo y ancho de las mismas. Y en cuanto a los escenarios, no se me pierdan por los bajos fondos (de clase, se entiende) o por anodinas estancias burguesas: Paulette es de la más afortunada estirpe, y los castillos y los –suntuosos- pabellones de verano están aquí a la orden del día para poner en práctica actividades voluptuosas y curiosidades varias.

Como bien se avisa en el prólogo, faltan faenas: ni homosexualidad masculina ni instrumentos accesorios con los cuales poder animar las reuniones. Pero por lo demás tan apretado volumen -que se vanagloria de no tener rival en su exceso frente a otros clásicos- no defrauda en sus miras y el derroche y la gama de incidencias es suficientemente rica en combinaciones, además de suponer una oportunidad muy saludable de interrelación entre diversas castas y estamentos sociales, que nunca está de más. Porque aunque incluso con la Iglesia hayamos topado, siempre nos podrá salvar la debida confesión y el ansiado arrepentimiento, para acabar gritando a los cuatro vientos como nuestra querida vizcondesa: “mi alma es buena y pura, ¡pero mi carne es la de una sucia zorra!”.

Y ya saben que desentrañar más este tipo de tratados con detallados prolegómenos no conviene demasiado, aunque sea más que nada por no vaciar las expectativas de futuros clientes.