Ahora que se han puesto de moda los documentales
sobre artistas con destinos extraños o paradójicos cuando no directamente
increíbles, cabría esperar el hipotético turno de Valeniza Zagni da Silva, más
conocida como Tuca, una de las compositoras más audaces de la MPB, cuya
fulminante trayectoria daría de sobra para un pase por los más reputados
festivales del ramo.
Sin embargo, al provenir del mundo no-anglosajón y
habiendo pasado a la historia como co-autora de un histórico álbum en el ámbito
francófono, la invisibilidad, sospechamos, seguirá siendo el estado natural de
su legado.
Ha quedado para la posteridad, perfectamente
documentado e idealizado, el episodio aquel en que Françoise Hardy, meses antes
del deceso de Nick Drake, se interesara por el repertorio de este último de
cara a una colaboración entre ambos, una alianza que la honda timidez del
inglés y su posterior pérdida truncarían para siempre. Aquello pasó en 1974. Mucho
menos ilustrado se halla lo que ocurrió tres años antes, cuando la estrella de
pop francés, necesitada de darle a
su cancionero un definitivo empujón hacia presupuestos más adultos, recurriría
al hálito de la bossa colaborador externo mediante. El resultado fue “La
Question”, uno de los discos más celebrados de la ye-yé y verdadero punto de
fuga hacia una nueva orientación en la década que empezaba a arrancar. En los
créditos, junto a la Hardy, otro nombre mágico: Tuca.
Habiéndose formado en el Conservatorio de São Paulo, su cuidad natal, a finales de
los cincuenta, uno imagina a una adolescente Zagni da Silva de buena familia, con
raigambre cosmopolita y, a su vez, interesada no solamente en poseer una base
clásica en su educación musical, sino en seguir atenta las evoluciones de una
nueva generación de autores y músicos amparados en la pujante bossa nova del
momento. En la universidad hace sus
primeros pinitos en diversas formaciones, recopila contactos (frecuenta las
reuniones en casa de Vinicius de Moraes) y logra que, por ejemplo, la cantante
Ana Lúcia (de la que ya dimos en su día buena cuenta en este mismo sitio) grabe
una de sus primeras composiciones.
Sigue bregándose durante unos años hasta que graba
su primer disco, “Meu Eu” (Chantecler, 1966), una obra maestra de post-bossa (con
los ingredientes precisos y la temperatura adecuada para el género) muy deudora
de la modinha (Lenita Bruno, por ejemplo) que se debate entre la euforia
contenida y el tormento existencial, bien reflejado en letras como “Terra triste”
y “Amor e morte de um soldadinho de chumbo” o en ritmos lúgubres (“Refrão guerra e Paz”). Buena parte de las
canciones venían firmadas a medias con la autora teatral Consuelo de Castro.
“Eu, Tuca” (Phillips, 1968) completa el díptico fantástico que logró perpetrar en los días turbulentos y esclarecedores del tropicalismo sobre el que ella, al parecer, se mantuvo en un discreto segundo plano, aunque su documentada conexión con Gilberto Gil la emparentase hasta cierto punto con dicho movimiento. Este es el disco donde recurre más que nunca a composiciones ajenas, confiada más que nunca en su voz, cada vez más firme y libidinosa. La psicodelia aún se ve atenuada por imprevistos ritmos de samba pulida con ostentosos arreglos de cuerda. Confesiones de luz tenue –“Seresta”- y bossa medievalista –“O cavaleiro das maos tao frias” (con una reaparecida De Castro en los créditos) entre sus surcos.
Viaje a Francia, donde vivirá más de un lustro. Coincide ahí con Nara Leão en el disco "Dez anos depois" de esta. Actuaciones en el Olympia de París. Conoce a la autora e intérprete de “Tous les garçons
et les filles” y comienzan a trabajar codo con codo en unas composiciones que
se empapan de la cálida morbidez de la brasileña, además de ahondar en la
chanson más reflexiva y testimonial. El resultado es fascinante en todo
momento, sensual en grado máximo –“Chanson d’O”-, inabarcable –“Le martien”-,
carismático –“Si mi caballero”, “Rêve”- y tan desafiante y solemne como la
portada. “La question”, más de cuarenta años después, suena aún tan bello y tan
rotundo como el primer día.
Retorno de Tuca a Brasil, para grabar lo que será
su tercer y último disco. El título es maravilloso –“Dracula I Love You” (Som
Livre, 1974)-, en esto estamos todos de acuerdo, pero ya no tanto en el valor
intrínseco de la grabación. Disparatado y con un punto esquizofrénico, éste sí
que recoge toda la herencia tropicalista y alucinada, pero el desenlace es
arduo, impreciso, con demasiados estilos entrelazados. Más especulativo que
otra cosa. Ni siquiera la titular –que parece querer erigirse en un eventual
score de cualquier producción de la Hammer- logra enganchar, pese a las
inmejorables perspectivas. Un canto de cisne estrábico, definitivamente
desnortado.
La muerte de Valeniza Zagni, cuatro años después,
se produce como consecuencia de los brutales regímenes de adelgazamiento a los
que se sometió en aquellos días, dejando una estela imprecisa (pero
definitivamente indeleble) dentro de la escena brasileña. Una especie de Sidney
Miller femenina sin un reconocimiento aún acorde con su grandeza. Tampoco ayuda
el hecho de hundir su memoria en la ignominia al pretender relacionar su nombre
artístico, cuando se trata de profundizar en “La Question”, con el improbable
pseudónimo de otros autores más y mejor considerados por la crítica. Porca
miseria.