Con los libros “raros” o
minoritarios mejor no especular de un día para otro. Me pasó recientemente con
el protagonista de esta entrada. Encontré una (breve) recopilación de parte de
su poemario en una edición perdida a mediados de abril en La Central de Callao.
Pensando que nadie me “levantaría” semejante bagatela, opté aquel día por otro
título en ese momento más apetecible por lo inusitado –la anterior entrada,
“Poesía polaca del Romanticismo”- pero ni de lejos con tanta desventaja a nivel
de distribución. Para colmo y sin ningún tipo de precaución - tan confiado como
estaba en adquirir el librito sin esfuerzo-, no llegué a apuntar el título ni,
por supuesto, la editorial. Semanas después acudí a dicha gran superficie en el
centro de Madrid para llevarme una doble sorpresa: el libro ya no estaba y el
encargado al que pedí ayuda –visiblemente desconcertado- no lo tenía registrado
por ningún sitio en su base de datos…
Para colmo, desde Iberlibro no
parecía haber señales de los versos de Cros traducidos al castellan. Comenzaba
así una búsqueda que se prometía, aunque fuese por unos días, complicada y
hasta infructuosa. Afortunadamente, gracias a la red este tipo de
inconvenientes pueden llegar a solucionarse con unas pocas consultas y la
posibilidad de no desembolsar cantidades injustas una vez hechos los hallazgos.
Del libro en cuestión -“La hora
verde y otros poemas”, editado hace casi una década en la pequeña editorial
bonaerense Ediciones del Dock- ya tengo gran parte del rastro cubierto, aunque
aún no me encuentre en posesión del mismo por los desorbitados gastos de envío
que genera la distribución ultramarina, pero a cambio he podido localizar otro
de una extensión similar gracias a la zaragozana Olifante, en una versión de
1992.
Para los amantes hispanos del
Decadentismo francés –y que no controlen lo suficiente la lengua de Verlaine-
no conviene por tanto cometer este tipo de excentricidades si no quieren verse
privados de las mismas que llenan las páginas de muchos de los integrantes de
aquel movimiento literario.
Charles Cros, junto con Laforgue
y Corbière, seguramente está a la cabeza de una hipotética segunda división del
Decadentismo galo, marcada en parte por la escasez de producción, la penetrante
dispersión de la misma y, sobre todo, por la desventaja que les ha deparado para
la posteridad el tener que coincidir más o menos en tiempo e intenciones
literarias con gigantes de la talla de Rimbaud, Mallarmé o el citado Verlaine.
Sin embargo su encanto y cualidades artísticas no debería privarles en ninguno
de los casos de colmar el interés de los aficionados exigentes.
“Superar lo real así, tal es su pose”
Apasionado de Gautier y Victor
Hugo –dos de los referentes para cualquier escritor de la segunda mitad del
XIX- y habitual del Chat Noir –donde soñó algunos de sus versos-, Charles Cros
era –parafraseando a Verlaine- “correcto,
ridículo y encantador”. La poesía era para él apenas excusa para la
galantería autoimpuesta, para la gracia y la ironía vaporosa. No en vano fue
pionero de los monólogos locuaces e impertinentes.
Le dio tiempo a avanzar hacia una lírica con ciertos toques folclóricos y de atavismo, unas veces labriego y otras urbano, unas bucólico y otras decididamente marginal, combinando el aroma inviolado de los prados con el humo hostil de los cafés. Como Baudelaire, también sintió una predisposición especial a ponerse en la piel de los desposeídos, los castigados o los ilusorios -"Cíngaro", "Fantasma"-. Bracero de sonetos perfectos, sin embargo, pasará a la historia como el pícaro inventor de la fotografía en color y el fonógrafo, aspirando quizás mientras investigaba a que sus ilusiones elegíacas fuesen reproducidas más allá del frío 'negro sobre blanco', con colores deslumbrantes y sonidos de otro mundo. Sin ir más lejos lo mínimo que se espera de un auténtico vidente literario.