lunes, 21 de julio de 2014

40 poemas, de Charles Cros







Con los libros “raros” o minoritarios mejor no especular de un día para otro. Me pasó recientemente con el protagonista de esta entrada. Encontré una (breve) recopilación de parte de su poemario en una edición perdida a mediados de abril en La Central de Callao. Pensando que nadie me “levantaría” semejante bagatela, opté aquel día por otro título en ese momento más apetecible por lo inusitado –la anterior entrada, “Poesía polaca del Romanticismo”- pero ni de lejos con tanta desventaja a nivel de distribución. Para colmo y sin ningún tipo de precaución - tan confiado como estaba en adquirir el librito sin esfuerzo-, no llegué a apuntar el título ni, por supuesto, la editorial. Semanas después acudí a dicha gran superficie en el centro de Madrid para llevarme una doble sorpresa: el libro ya no estaba y el encargado al que pedí ayuda –visiblemente desconcertado- no lo tenía registrado por ningún sitio en su base de datos…

Para colmo, desde Iberlibro no parecía haber señales de los versos de Cros traducidos al castellan. Comenzaba así una búsqueda que se prometía, aunque fuese por unos días, complicada y hasta infructuosa. Afortunadamente, gracias a la red este tipo de inconvenientes pueden llegar a solucionarse con unas pocas consultas y la posibilidad de no desembolsar cantidades injustas una vez hechos los hallazgos.





Del libro en cuestión -“La hora verde y otros poemas”, editado hace casi una década en la pequeña editorial bonaerense Ediciones del Dock- ya tengo gran parte del rastro cubierto, aunque aún no me encuentre en posesión del mismo por los desorbitados gastos de envío que genera la distribución ultramarina, pero a cambio he podido localizar otro de una extensión similar gracias a la zaragozana Olifante, en una versión de 1992.

Para los amantes hispanos del Decadentismo francés –y que no controlen lo suficiente la lengua de Verlaine- no conviene por tanto cometer este tipo de excentricidades si no quieren verse privados de las mismas que llenan las páginas de muchos de los integrantes de aquel movimiento literario.

Charles Cros, junto con Laforgue y Corbière, seguramente está a la cabeza de una hipotética segunda división del Decadentismo galo, marcada en parte por la escasez de producción, la penetrante dispersión de la misma y, sobre todo, por la desventaja que les ha deparado para la posteridad el tener que coincidir más o menos en tiempo e intenciones literarias con gigantes de la talla de Rimbaud, Mallarmé o el citado Verlaine. Sin embargo su encanto y cualidades artísticas no debería privarles en ninguno de los casos de colmar el interés de los aficionados exigentes.





“Superar lo real así, tal es su pose”


Apasionado de Gautier y Victor Hugo –dos de los referentes para cualquier escritor de la segunda mitad del XIX- y habitual del Chat Noir –donde soñó algunos de sus versos-, Charles Cros era –parafraseando a Verlaine- “correcto, ridículo y encantador”. La poesía era para él apenas excusa para la galantería autoimpuesta, para la gracia y la ironía vaporosa. No en vano fue pionero de los monólogos locuaces e impertinentes.

Le dio tiempo a avanzar hacia una lírica con ciertos toques folclóricos y de atavismo, unas veces labriego y otras urbano, unas bucólico y otras decididamente marginal, combinando el aroma inviolado de los prados con el humo hostil de los cafés. Como Baudelaire, también sintió una predisposición especial a ponerse en la piel de los desposeídos, los castigados o los ilusorios -"Cíngaro", "Fantasma"-. Bracero de sonetos perfectos, sin embargo, pasará a la historia como el pícaro inventor de la fotografía en color y el fonógrafo, aspirando quizás mientras investigaba a que sus ilusiones elegíacas fuesen reproducidas más allá del frío 'negro sobre blanco', con colores deslumbrantes y sonidos de otro mundo. Sin ir más lejos lo mínimo que se espera de un auténtico vidente literario.