Hubo un tiempo en que el cine
español fue arriesgado. O al menos lo fue con más frecuencia que en la
actualidad (no seamos tan trágicos). El periodo comprendido entre el
Tardofranquismo y la Transición fue un claro ejemplo –no todo lo reconocido que
debiese-, donde algunos de los más osados, inconformistas y valientes cineastas
aún vivían a mitad de camino del exilio inducido tanto a nivel artístico como
vital, a caballo entre la necesidad de un desarrollo experimental que la
sociedad minada por la incertidumbre política no podía asegurar, y el
confinamiento forzoso -y, por tanto, pocas veces pleno- en países como la
vecina Francia.
Entre ellos el ensayista,
novelista y director Jaime Lladó, que podría formar una hipotética triada
nuclear junto con otros heterodoxos e inclasificables ‘todoterreno’ como
Fernando Arrabal o Gonzalo Suárez. En el caso de Lladó jamás se traspasó ese
umbral de reconocimiento debido seguramente a esa insobornable militancia que
le privara de la cobertura mediática que en los demás casos se ha hecho
factible en un momento u otro de sus trayectorias.
“La vraie histoire de Gérard
Lechômeur” -también conocida como “El Desdichado”- tuvo, como muchas
producciones independientes de la época, un parto difícil y sufrió unas cuantas
vicisitudes hasta verse estrenada. El rodaje se realizó entre los años 79 y 80
–no llegó a las pantallas hasta dos años después-; de hecho muchas de sus
secuencias reflejan la convulsa realidad social de ese último periodo en el
poder de Giscard d'Estaing, cuando el paro se desató de manera alarmante en el
país galo, provocando masivas concentraciones y huelgas en sus principales
áreas. El protagonista de esta historia (Pierre Clementi, actor fetiche de Buñuel
o Rivette, entre otros), de hecho, es un joven desempleado con la identidad –y
sin la langosta- del genial escritor decimonónico Gérard de Nerval, suicida a
los 47 años. No en vano “El desdichado” (así, en español) es el título de un
famoso poema de Nerval, incluido en su serie “Las Quimeras”, cuyo texto será
recitado en varios momentos del film.
La película pone de manifiesto la
alienación en una sociedad gris, represiva y funcionarial abocada a una
despersonalización y a una falta casi total –lastimosa- de empatía poética,
donde la belleza y el misterio (corporizados en la modelo y cantante Nico) son
esquivos y distantes y a menudo se confunden entre la incomunicación y en el
maremágnum de las relaciones esporádicas y superficiales.
Además de “El Desdichado”, otros
poemas quiméricos como “Artémis” son aprovechados para escenificar la
curiosidad por un destino que ya sólo sostienen manos agoreras previo pago.
Sumada a ellos, suena impenitente “Tananore”, la nana espectral que Nico
viniera interpretando en sus conciertos desde mediados de los setenta y que
aquí se presenta en la versión previa a la que finalmente acabó siendo la oficial, incluida
en el disco “Camera Obscura”, el último en estudio antes de la trágica muerte
de la (aquí) ex-rubia musa de Warhol.
El film coge color para
centrarse, en el último tramo, en la tensión descarnada de las protestas
sindicales y en el relato del deceso de Gérard de Nerval. “El Desdichado” es
una película libre, cimentada en un guión conciso pero nunca complaciente, con
los suficientes guiños (literarios, musicales, políticos) como para trazar una
línea transversal y sugerente para hacerla señera en sus presupuestos. O
maldita, como dirían los más indolentes.
Amad a quien os quiso de la cuna a la tumba;
La única que amaba me ama aún tiernamente:
Es la Muerte –o la Muerta…¡Oh delicia, oh tormento!
La rosa que sostiene es la Malva real.