viernes, 12 de septiembre de 2014

Memorias de una enana, de Walter De La Mare






Dijo de él H.P. Lovecraft: “Alberga consistentes trazas de extrañas visiones que llegan muy adentro en veladas esferas de lo bello y lo terrible y en prohibidas dimensiones del ser. (…) No hace del miedo el único, o ni siquiera el dominante, elemento (…), estando al parecer más interesado en las sutilezas de los caracteres. (…) Es de los pocos para los cuales lo irreal se hace presencia viva y vívida, y como tal es capaz de poner en sus ocasionales trabajos sobrenaturales una potencia tan grande como solo un maestro excepcional puede conseguir.”

Hablaba verdaderamente de los poemas y relatos cortos de Walter De La Mare, pero de alguna manera podemos hacer extensibles sus palabras a la novela que nos ocupa. Como su título indica, estamos ante el relato pormenorizado -a lo largo de un año- de las andanzas de una liliputiense de clase media partida por la orfandad, la exclusión social y la reafirmación espiritual y cognitivo.






"Esa noche soñé con ella. No se veía más que unas olas negras e hirvientes que arrojaban sus crestas de cuajada espuma hasta las nubes (...). Flotando en medio del remolino de debajo, una forma amada más blanca que la espuma, con los ojos cerrados, bajo el arco gigantesco del agua. ¿Quién cuelga esos velos trágicos en la mente dormida?. ¿Quién era ese yo que los miraba?. Me desperté estremecida, musité una bendición inconexa, sin nombre (...)"



Desde una perspectiva y unas situaciones absolutamente british (el texto se publica en pleno reinado de Jorge V pero mantiene el efluvio victoriano por los cuatro costados) De La Mare se hace valer de las características diferenciales de su protagonista para lanzar un diagnóstico detallado de la sociedad británica de principios de siglo.

Hay resonancias lésbicas poco o nada disimuladas, disecciones de maldad pura y manipulación emocional –a cargo de la hijastra de la patrona de M., la pequeña cronista de la historia- y personajes de extracción incierta como el admirador infatigable de M., que parece un cruce entre una criatura semihumana de los bosques y “Nuestra Señora de París” de Víctor Hugo. Por no hablar del capítulo “Freaks”, donde nuestra estrella se desquita del pudor ordinario donde ha permanecido oculta todo ese tiempo para ingresar en un espectáculo circense como atracción reveladora.






"¡Escribir!: (...) tomar un cuartillo o más de sangre propia; mezclarlo con un frasco de tinta y una cucharadita de lágrimas; y pedirle a Dios que perdone los borrones."



Constantes referencias literarias directas: “Sentido y Sensibilidad”, “Cumbres borrascosas”, “Robinson Crusoe”, “Alicia en el País de las Maravillas”… además de Shakespeare, Coleridge, Elisabeth Barrett Browning o Wordsworth, que hacen “Memorias de una enana”, a nivel de este tipo de guiños retóricos y recreativos un equivalente inglés a la contemporánea “Los monederos falsos” de André Gide con la retranca de Ronald Firbank.

La capacidad del amigo íntimo de W.B. Yeats para (re)crear e introducir escenas inquietantes o desasosegantes -y en algún caso tortuosas- desde un prisma eminentemente realista y cotidiano siempre estará entre sus más logrados empeños, haciendo de su esforzada lectura una experiencia finalmente satisfactoria.


“Memorias de una enana” tiene mucho de lo que debemos exigir a las narraciones procedentes de la campiña inglesa: especulación íntima llevada en algún caso al paroxismo, sibilinas conspiraciones bajo la cubierta del paraguas y cinismo e hipocresía –eso sí, con la acostumbrada entereza que da la flema- de precisión naturalista. Siempre a un paso del jardín del conocimiento.






"Creo que ya no me queda en el mundo ni un solo pariente (....). Se han ido todos a un mundo de luz: aunque de vez en cuando he tenido la sospecha de que a unos pocos de los que mala fama los enterrasen vivos. Lo cual no es demasiado espantoso. Está claro que la vida consiste en ir perdiendo varias clases de piel... y curtir lo que quede."

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