jueves, 2 de octubre de 2014

Among the Living (Stuart Heisler, 1941)





Stuart Heisler se empleó al máximo, sobre todo, en cine negro y westerns, aunque al principio de su carrera experimentó con otros formatos que, si bien tocaban de alguna manera el thriller o el suspense, también rendían pleitesía a géneros emparentados con la ciencia ficción y el terror -en ambos casos no necesariamente de forma explícita-. A principios de la década de los cuarenta ya se internó en el noir con títulos como “The Glass Key” (1942) y resultados interesantes. En dicho film, una especie de policiaco político con alguna escena especialmente violenta y osada para la época, se percibe su querencia por secuencias con arraigado propósito malsano, como aquella en la que Alan Ladd –lugarteniente de un mafioso de la talla de Brian Donlevy- recibe dos palizas considerables y despierta abatido mirándose al espejo -en una escena que le debe mucho al Peter Lorre de “M, el vampiro de Düsseldorf”- para tirarse después por una ventana, atravesar el techado de cristal de una vivienda y terminar cayendo en la mesa de una apacible familia mientras cena.





“The Monster and the Girl”, rodada un año antes y contemporánea del film protagonista de hoy, es una especie de cruce entre “Cat People” (Jacques Tourneur, 1942), “Murders in the Zoo” (A. Edward Sutherland, 1933), “Captive Wild Woman” (Edward Dmytryk, 1943) o “The Lady and the Monster” (George Sherman, 1944). Es decir: manipulación científica o por medio de un simple truco de conductismo sobre alguna criatura salvaje para dirigirla hacia algún turbio propósito sazonado, generalmente, con los pertinentes pretextos sentimentales a fin de dotar a las tramas de una tragedia más o menos penetrante.





“Among the living” ("Entre los vivos") bascula de alguna manera sobre el mito del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde y supone también la avanzadilla –lejana - de insalubres maravillas del tipo “Bad Ronald” (Buzz Kulik, 1974) o “Basket Case” (Frank Henenlotter, 1982) a través de la recurrente trama de dos gemelos separados desde niños, siendo uno de ellos encerrado para vergüenza propia y ajena. En este caso por negligencia paterna: el sacrificado, después de intentar defender a su madre de un caso de violencia doméstica perpetrado por su progenitor, es sentenciado después por el médico del pueblo -un tipo sin escrúpulos que no duda en mantener su prestigio social delante de sus vecinos por encima del reconocimiento de haber firmado injustamente el deceso del hermano proscrito-. Todo ello desarrollado en una indeterminada localidad del sur de los Estados Unidos, con sus pantanos amenazadores y la beatitud e hipocresía de sus gentes que, adicionalmente, me ha hecho recordar por momentos a “Yo anduve con un zombi” o a aquellas “Aguas turbias” donde un buen día se internara Merle Oberon por siempre jamás.





Albert Dekker (“La máscara de hierro”, “Doctor Cíclope”, “Noche en el alma”, “El beso mortal” y tantas otras) acomete de manera fantástica y eficaz ese desdoblamiento interpretativo entre un hermano sereno, establecido socialmente, y el otro: asilvestrado, irracional y vengativo que se relaciona a base de estímulos primarios apenas codificados debido a su aislamiento permanente. Sin olvidarnos de la inefable Susan Hayward ("Viviendo el pasado", "Piratas del mar Caribe"), perfecta en su papel de chica manipuladora y caprichosa. 

Presupuesto bajo pero competente para un retrato certero y entretenido de una sociedad ingrata, cínica y miserable que nunca duda en ocultar de manera torpe y perversa sus más bajos instintos bajo una capa de orden y moralidad rampante.

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