domingo, 14 de diciembre de 2014

Historias tenebrosas (Richard Oswald, 1919)






Tres cuadros que cobran vida: Reinhold Schünzel (un híbrido entre Peter Lorre, Charles Laughton y Bela Lugoshi) en la piel del Diablo; Anita Berber haciendo de prostituta; y el gran Conrad Veidt representando a La Muerte. Todos ellos decoran las paredes de una biblioteca atestada de relatos equívocos e inquietantes.

La imagen nos recuerda el fantástico inicio de la primera de las tres historias de “3 Casos de Asesinato” (Varios directores, 1955), aquella llamada “In the Picture” donde el pintor de un cuadro inacabado traspasa desde dentro el cristal de su obra en un museo londinense.

Como aquélla, “Unheimliche Geschichten” se sustenta en la recreación de diversos episodios en principio sin aparentes vínculos narrativos entre sí (en todo acaso en la concentración interpretativa de los tres actores indicados al principio que, por otra parte, aparecen leyendo cada relato al principio de los mismos), algunos de ellos clásicos (“El gato negro” o “El club de los suicidas”) y otros escritos para la ocasión por los propios guionistas de la obra conjunta, como la escritora Anselma Heine, Robert Liebmann (conocido por su labor en “El ángel azul”) o el propio director Richard Oswald, prolífico cineasta especializado en adaptaciones literarias para la gran pantalla (Ibsen, Hoffman o Wilde).






Son cuatro de las cinco historias otras tantas oportunidades para desarrollar el triángulo amoroso desde diferentes prismas. En “La aparición” de Heine, Schünzel hace de maltratador patológico, preconizando en gestualidad (¡y peinado!) al Lorre de “M. El vampiro de Dussëldorf”. La mujer es rescatada por un galante Weidt, que a su vez cree sufrir alucinaciones tras el consiguiente cortejo.

Quizá sea “La mano” de Robert Liebmann el capítulo más interesante a la hora de valorar los hallazgos estilísticos de la película. Sobre todo en la escena de los pasos en la arena de uno de los dos pretendientes de una dama –que ha muerto estrangulado por el otro-, que se adelanta en casi quince años a la famosa escena de la nieve en “El hombre invisible” de James Whale. En “La mano” hay también avanzadas escenas de una sesión de espiritismo (que le da un plus casi siempre a cualquier película) y las inevitables referencias de “Las manos de Orlac”.







“El gato negro”, el inmortal y archiconocido título de Poe, echa mano del consustancial sentido de la fatalidad que sugiere el color del felino para acabar delatando a un alcohólico desatado y bestial (otra vez Schünzel, bordándolo nuevamente) que la toma con su sufrida esposa.

“El fantasma” de Richard Oswald tiene más de metaliteratura y comedia que las anteriores, en una historia presuntamente dieciochesca de abandono, celos y juego amoroso donde esta vez Veidt hace de marido, incomodando constantemente a su contrincante con una prosodia poética de lo más afectada.

“El club de los suicidas”, originalmente de Stevenson, se centra en el capítulo de “La aventura de los coches de punto” de éste para explayarse en el juego de la dominación, de la tensión irresuelta y la intimidación de una comunidad secreta y su principal valedor (con guiños a Dante incluidos) quedando para la historia de este interesantísimo film como la imagen icónica del mismo, ya que uno de sus fotogramas suele ser la portada de cualquier cartel o reedición que se precie.






Sobre Conrad Veidt, uno de los tres mejores actores de todos los tiempos, poco que decir a estas alturas: personalidad total, gestualidad suprema, presencia apabullante y versatilidad contrastada. En definitiva: capacidad de interpretación fuera de toda duda. No en vano con estas “Historias tenebrosas” estaba preparándose para el salto a la leyenda definitiva, que se estrenaría cinco meses después que “Unheimliche Geschichten”: “El gabinete del Doctor Caligari”.


Oswald volvería con más historias “tenebrosas” unos cuantos años después, ya en el sonoro, insistiendo en similares obsesiones intelectuales y con otro grande como protagonista principal: Paul Wegener.

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