domingo, 22 de marzo de 2015

Madame Putifar, de Pétrus Borel






“¿Qué es, después de todo, la vida (…) sino una larga serie, una larga multiplicidad de dolores entre dos enigmas, entre el enigma del nacimiento y el enigma de la muerte?”


Aprovechando el paralelismo entre el personaje de la esposa adúltera del comandante del faraón del –supuestamente- Medio Imperio egipcio –Putiphar-, y la marquesa de Pompadour, conspiradora sexual y querida del rey Luis XV de Francia, Pétrus Borel –también conocido como “El licántropo”, autor maldito por excelencia del Romanticismo tardío y pre-simbolista- traza alrededor de la segunda las venturas y, sobre todo, desventuras de un oficial irlandés –Patrick Fitz-Whyte- en la corrupta corte francesa –al fin y al cabo como todas las cortes- de la segunda mitad del siglo XVIII.

Cameo del marqués de Sade incluido, no esperen sin embargo de esta obra una suerte de novela libertina con escenas explícitas y disipación moral a borbotones, sino más bien todo lo contrario: una trágica historia de amor entre el oficial y su mujer, separados por el infortunio, la diferencia de clases, la ruindad palaciega y la coacción carcelaria.





De hecho el primero de los siete libros que componen “Madame Putifar” –que, a pesar de dar título genérico a la obra finalmente será un personaje secundario: fundamental pero secundario- está más bien emparentado con el drama shakesperiano, en concreto en la correspondencia con “Romeo y Julieta” –para hacerlo más intencionado arrancarán todos los libros con una cita famosa de dicho libreto-.

Al margen de intrigas y pasiones insondables (“más vale ser el fruto de un amor que el fruto de una costumbre”), Borel aprovecha para hacer una crítica despiadada a un Antiguo Régimen decadente, falsario e inútil, reparando –a través del personaje de Fitz-Harris, compañero de celda y penurias de Fitz-Whyte- en un valiente y exacerbado argumentario anti-monárquico y pre-libertario, lo que condujo al ostracismo la novela de Borel durante demasiado tiempo.





“La ley (…) al principio era justa, como todo lo que viene de Dios o del pueblo; pero la monarquía desfloró su castidad, la monarquía la sobornó, la monarquía la habitó; y de ese incesto salió una raza de hijos de perra, una nidada de bastardos que han sustituido a su madre después de haberla ahogado. ¡Ésa es la horrible camada que nos rige! ¡En su nombre se nos despedaza y se nos roe!,…!”


Atmósferas sórdidas para un caldo de cultivo pre-revolucionario que acabaría dando lugar al asalto a la Bastilla –donde habían acabado previamente con sus huesos ambos prisioneros- gracias en gran parte a la descomposición gubernamental e imperial de un sistema político manipulador hasta la náusea y, a la vez, ahogado en su prepotencia necia y enloquecida.