“¿Qué es, después de todo, la vida (…) sino una larga serie, una
larga multiplicidad de dolores entre dos enigmas, entre el enigma del
nacimiento y el enigma de la muerte?”
Aprovechando el paralelismo
entre el personaje de la esposa adúltera del comandante del faraón del
–supuestamente- Medio Imperio egipcio –Putiphar-, y la marquesa de Pompadour, conspiradora
sexual y querida del rey Luis XV de Francia, Pétrus Borel –también conocido
como “El licántropo”, autor maldito por excelencia del Romanticismo tardío y
pre-simbolista- traza alrededor de la segunda las venturas y, sobre todo,
desventuras de un oficial irlandés –Patrick Fitz-Whyte- en la corrupta corte
francesa –al fin y al cabo como todas las cortes- de la segunda mitad del siglo
XVIII.
Cameo del marqués de Sade incluido, no esperen sin
embargo de esta obra una suerte de novela libertina con escenas explícitas y
disipación moral a borbotones, sino más bien todo lo contrario: una trágica
historia de amor entre el oficial y su mujer, separados por el infortunio, la
diferencia de clases, la ruindad palaciega y la coacción carcelaria.
De hecho el primero de los
siete libros que componen “Madame Putifar” –que, a pesar de dar título genérico
a la obra finalmente será un personaje secundario: fundamental pero secundario-
está más bien emparentado con el drama shakesperiano, en concreto en la
correspondencia con “Romeo y Julieta” –para hacerlo más intencionado arrancarán
todos los libros con una cita famosa de dicho libreto-.
Al margen de intrigas y
pasiones insondables (“más vale ser el
fruto de un amor que el fruto de una costumbre”), Borel aprovecha para
hacer una crítica despiadada a un Antiguo Régimen decadente, falsario e inútil,
reparando –a través del personaje de Fitz-Harris, compañero de celda y penurias
de Fitz-Whyte- en un valiente y exacerbado argumentario anti-monárquico y
pre-libertario, lo que condujo al ostracismo la novela de Borel durante
demasiado tiempo.
“La ley (…) al principio era justa, como todo lo que viene de Dios o
del pueblo; pero la monarquía desfloró su castidad, la monarquía la sobornó, la
monarquía la habitó; y de ese incesto salió una raza de hijos de perra, una
nidada de bastardos que han sustituido a su madre después de haberla ahogado.
¡Ésa es la horrible camada que nos rige! ¡En su nombre se nos despedaza y se
nos roe!,…!”
Atmósferas sórdidas para un
caldo de cultivo pre-revolucionario que acabaría dando lugar al asalto a la
Bastilla –donde habían acabado previamente con sus huesos ambos prisioneros-
gracias en gran parte a la descomposición gubernamental e imperial de un
sistema político manipulador hasta la náusea y, a la vez, ahogado en su
prepotencia necia y enloquecida.