domingo, 1 de octubre de 2017

El placer, de Gabriele D’Annunzio






D’Annunzio fue una especie de Gainsbourg de la literatura: talentoso, excesivo, refinado, caprichoso, ligón, hortera, confundido… Después de una carrera llena de éxitos de crítica y público, acabó por asomar en los últimos años de su vida el perfil más polémico, belicoso y diletante, ese que, en su caso coqueteó con el nacionalismo más exacerbado y que acabó convirtiéndole, quizá demasiado a su pesar, en icono intelectual de la Italia fascista de Mussolini y en una caricatura de sí mismo, esto último muy trasladable al autor de “Histoire de Melody Nelson”.

A pesar de estas execrables consecuencias, no se puede esquivar la constatación de que hay un D’Annunzio atractivo para los que seguimos interesados en una corriente literaria aún hoy tan hipnopómpica como influyente como es el Decadentismo. Así “El placer” –debut en novela tras algunos libros de poemas, algún otro de cuentos y muchas reseñas periodísticas-, publicada en 1889, bebe directamente de las evocaciones interminables que marcaran tendencia a partir del “À rebours” de Huysmans (publicada cinco años antes) y a su vez allana el camino para otras como “El Deseo y la Búsqueda del Todo” de Frederick Rolfe (a.k.a. Barón Corvo), ya concebida en el siglo XX.




D’ Annunzio coincide con Huysmans en el gusto suntuoso por la decoración, el coleccionismo artístico y la predisposición de la luz y las sombras en las estancias, derrochando descripciones en forma de filigranas metafóricas dedicadas incluso al más nimio detalle y desplegando una erudición solo al alcance de alguien que, como él, procedía de una familia acomodada y con desahogada capacidad de movimiento e información dentro del espectro cultural y filosófico del momento. Con el Barón Corvo comparte la obsesión por la exposición de una ciudad –en este caso Roma; en el caso de Rolfe sería Venecia- llena de historia y seducción, haciendo inventario de un rico caudal de monumentos, pinturas, escritos, calles y ángulos de la ciudad eterna. Así, podemos disfrutar el periodo barroco -Palacio Barberini- mientras leemos el pre-Renacentismo de “El Decamerón”, para subir después a la Villa Médicis o a la vía Sixtina (por poner algunos ejemplos escogidos al azar). Casi en cualquier página, Gabriele D’Annunzio nos obsequia con una referencia arquitectónica, musical, literaria, iconográfica u ornamental, haciéndonos palpitar esteticismo desde cualquier rincón de su obra.






El argumento de “Il piacere” combina suficientes elementos autobiográficos como para hablar de un retrato bastante representativo del propio autor, un bon vivant (en la ficción Andrea Sperelli, el Dorian Gray italiano) alistado en las filas de la promiscuidad sentimental y sexual, de la preeminencia del continuo equívoco afectivo o del interés egocéntrico y antojadizo que no dejan de esconder una inseguridad y una ligereza éticas condimentadas además con autoconscientes alusiones edípicas y monólogos interiores.
“El placer”, por tanto, funciona como una más que válida guía de viaje, como documento esteticista e ilustrado y como una sugestiva novela cuasi-erótica (esto es, que sugiere más que muestra) que, en cualquier caso y paradójicamente, no se detiene en profusas e interminables explicaciones o concesiones sobre los temas a tratar -o sentir-, logrando un equilibrio natural no exento del barroquismo, de la levedad lumínica o la conspiración temperamental que se le presupone al Simbolismo.


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