El Divino y Glorioso Villiers. A su fama le
preceden muchos de sus “Cuentos Crueles” –algunos, como “Vera”, influidos
absolutamente por Poe y al altura del calado psicológico y apasionado del
bostoniano- o “La Eva Futura”, ese ideal mecánico construido en el laboratorio
secreto de Edison para vuestro sueño y el mío. Por no hablar de “La Extraña
Historia de Tribulat Bonhomet” -¡el asesino de cisnes!-, una obrita deliciosa de
la que guardamos un lejano pero leal recuerdo y que recopilaba diferentes
relatos bajo un pretencioso y retorcido regusto conceptual, en busca siempre del
sonido definitivo, entre lo teatral y lo
insólito.
Para Rubén Darío, dentro de su estudio de “Los
Raros” dedicado a algunas de las almas más singulares y desgraciadas del XIX,
Villiers era “un rey; un rey absurdo si
queréis, poético, fantástico; pero un rey”. Poco antes Paul Verlaine había
dicho de él –frisando el último quejido de aquel siglo- que “camina hacia una posteridad sin fin” y que “evoca
(…) un espectro de mujer misteriosa, reina del orgullo, sombría y arrogante
como la noche (…) con reflejos de sangre y de oro en su belleza y en su alma”.
Esta última reflexión vale para Hadaly, para “Clara Lenoir”, pero también,
indiscutiblemente, para Tulia Fabriana, la protagonista de “Isis”, primera
novela de este disidente aristócrata francés que
nació entre algodones y acabó tocando con las manos el abismo de la pobreza más
absoluta, sintiendo como nadie aquello de que “escribir es llorar”.
“Isis” cumple a rajatabla el canon villiersiano: fractura espacio-temporal
y sustitución de la previsible linealidad por diferentes estadios donde dar
rienda suelta por una parte a sus reflexiones filosóficas y, por otra, a su encapsulación
poética. Apuntes historiográficos –las disputas entre Güelfos y Gibelinos, a
través de los cuales se extraen los orígenes de Fabriana- y apostillas
ontológicas llenas de lucidez y prestancia: “la
imposibilidad de un aislamiento duradero en cualquier ciudad de Europa (…) se
enmaraña alrededor de las personas precisamente en razón de los esfuerzos que
éstas hacen por desprenderse. Nadie puede sustraerse a esta vinculación
infinita. Llega hasta a hacer a los individuos, sin que lo sepan, solidarios
los unos con los otros” dice el viejo diplomático Forsiani, especie de
cicerone del príncipe alemán Wilhelm de Strally-d’Anthas, el postulante de este
volumen, a la llegada de este a Florencia, centro de operaciones. Ello
entroncará con la existencia de Tulia Fabriana, una mujer inaccesible, apegada
exclusivamente a su propio conocimiento y disfrute solitario. A medida que
vamos conociendo a esta marquesa huérfana desde temprana edad -pero con todas
las necesidades más que cubiertas- vamos descubriendo sus oscuras aficiones,
sus curiosas tácticas, sus frustraciones, su desdoblamiento de personalidad…
“Isis” tiene ya muchos de los elementos que Villiers desarrollará en sus
posteriores pasos: emulsiones de extrañeza y erudición mezcladas con sobrado
carácter, desprecio por hilos argumentales convencionales y el gusto por un
genuino acabado lírico entre el misterio y la emoción. Una ráfaga de luz
artificial y subversiva entre los vastos vestigios de una tradición ilustre
pero dispuesta siempre a ser intervenida espiritualmente entre insinuaciones de
esoterismo y simbólicos decorados. No defraudará en absoluto a los seguidores
de los títulos indicados al principio: Jean-Marie Mathias Philippe Auguste,
conde de Villiers de l`Isle-Adam, si por algo destacó es por su insobornable
compromiso con la rareza, entonada con una potencia terrible y una seguridad
más allá del Tiempo y el cliché.