"Alemania es un país de escasa tradición ácrata. Ha tenido capítulos importantes, y
sobre todo a nivel ideológico tiene personalidades, como Landauer, Mühsam, Nettlau... A nivel histórico, de praxis, como acontecimientos históricos hay que señalar el foco -cualitativamente muy interesante- que surgió en el periodo de entreguerras del anarcosindicalismo que recogía otras facetas, no necesariamente anarquistas y, en ese mismo periodo histórico, el capítulo libertario más importante en la historia de Alemania que es la República de los Consejos de Baviera, que queda un poco marginado pero que jugó en aquellos momentos un gran papel y que fue dirigido ideológicamente por personalidades ácratas, sobre todo en la figura de Mühsam -ejecutado luego en los campos de concentración nazis- ; fue este movimiento machacado, por la represión feroz de que siempre ha sido objeto el anarquismo, pero dejó una estela importante"
(Heleno Saña, "La Clave". TVE, 1984)
Como Mühsam, Landauer participó activamente en la Revolución Alemana de 1918 llegando a ocupar muy brevemente el puesto de comisario de educación hasta que, como muchos otros, fue asesinado por el ejército estatal, abortando así el experimento soviético-libertario en el país durante aquellos meses. No pudo llevar mucho más allá de la teoría sus fundamentos, pero legó para la posteridad dos obras nada desdeñables donde desarrolló sus inquietudes agitadoras y su aliento irreductible. Estas son "La Revolución" (1907) y, principalmente, "Llamamiento al socialismo" (1911). En la primera realizó un somero recorrido por el concepto de rebelión, haciendo especialmente hincapié en las -hoy semiolvidadas- revueltas holandesa y francesa del siglo XVI, así como en la naturaleza general transitoria de dicha noción -como igualmente con la de utopía, a caballo entre dos topías: la que se quiere desestabilizar y la que adquiere la nueva índole-. Ya en "La Revolución" también adquiere un papel central el espíritu como fuerza unificadora, extirpando del mismo la implicación estatista hegeliana. Esto último es fundamental para entender el despliegue preceptivo que realizará después en "Llamamiento al socialismo".
Ya en el prefacio a la segunda edición del Llamamiento (1919, el año de su muerte) vaticinó la decadencia del "capitalismo ligado a la autocracia y al militarismo" por otro tipo de capitalismo más sujeto a cierta heterodoxia económica que a su vez mantuviera "el orden, el régimen, la férrea centralización". Un capitalismo que confluye con el Estado, desembocando a su vez en la imposición del capitalismo de Estado: no otra cosa que la China del siglo XXI, la forma más acabada de marxismo-leninismo (acotemos por el combo) jamás conocida,"la joven flor en el árbol de la centralización estatal, capitalista y técnica" que él mismo presagió.
Teniendo en cuenta la imbricación filosófica de Hegel en el marxismo, y que aquella incluye en su concepción del espíritu el Estado, Landauer se declara en "Llamamiento" furibundo antimarxista, pues "el Estado es la ausencia de espíritu" (así como la nación). El espíritu, para Landauer, en consonancia con su firme pensamiento libertario, es sinónimo del sentido común desprendido de todo complejo aparato de superestructuras de dominio que no enaltezcan el tratamiento de igual a igual en cualquier comunidad. Acusa por tanto a Marx y su doctrina de "superstición científica" donde política, Estado y partido se sitúan en contra del espíritu. Para nuestro autor "el socialismo solo puede surgir de una oposición a muerte al marxismo", tomando como referencias determinadas repúblicas de ciudades de la Edad Media -como igualmente destacó Kropotkin-, las pequeñas comunas cristianas -excluyendo todo fetichismo místico, y solo como ideal de comportamiento terrenal-, y en general, todos los dispositivos que eviten el manejo extensivo, brutalista y jerárquico de las fuerzas de producción, más allá de la mera centralización técnica de empresas y fábricas y de sus formas coercitivas y autoritarias. Esto, llevado al terreno del internacionalismo, implica el prevenirse de "una autoridad mundial para organizar y dirigir la producción y la distribución de productos".
En contra del socialismo evolutivo ("verdadero progreso de la técnica") como mero "fundamento material y efectivo de la superestructura ideológica, es decir, de la utopía del socialismo evolutivo de los marxistas", Landauer promulgó un socialismo no solamente enemigo del Estado, sino igualmente del capitalismo, pero no en confrontación con ello, sino al margen del mismo como alternativa natural y transformadora y no como mero remiendo:
"En las luchas dentro del capitalismo solo pueden obtener victorias reales, es decir, beneficios duraderos, los que luchan como capitalistas"
"Llamamiento al socialismo", en su subtítulo, también hace referencia al progreso tecnológico, que según Landauer propicia mayor rapidez, eficacia y facilidad, pero también mayores necesidades, la mayor parte de ellas superfluas, y que convergen irremediablemente en frustración, inapetencia, desasosiego, incertidumbre y violencia, y pone el énfasis en una reflexión respecto a las capacidades de dominación que aun a día de hoy debería hacernos recapacitar: "un esclavo era un protegido a quien había que cuidar bien, cuyo trabajo había que dirigir psicológicamente, pues su muerte costaba dinero: había que comprar uno nuevo (...); el obrero moderno (...) es más bien enteramente indiferente para el patrón (...) Vive para los capitalistas; muere para sí mismo." El trabajador de hoy como mero objeto fácilmente intercambiable y barato, como mera estadística, llegando a la perturbadora conclusión de que "los pueblos, la burguesía y absolutamente lo mismo la clase obrera se confunden cada vez más con las condiciones de la producción absurda, especulativa y sin cultura, sin otro objetivo que obtener dinero". Por ello para Landauer "el socialismo no vendrá por el camino del desarrollo del capitalismo, ni vendrá por la lucha de los obreros productores dentro del capitalismo", sino "en unión de humanos, en corporación, en forma vinculadora", de igual a igual, a través de la regulación de los asuntos y no como dominación sobre las personas. Tampoco como supuesta emancipación dentro del capitalismo, que haría convertir casi por arte de magia a determinados capitalistas a los que se ha terminado de convencer, o a esos obreros productores citados anteriormente, e incluirlos a todos por la mera persuasión en la Arcadia de la propiedad social.
"De ahí nuestro ataque incansable al marxismo (...) que no es (...) sino un llamamiento negador, corruptor y paralizador a la impotencia, a la falta de unidad, a la resignación y la transigencia"
Mucho de ello, nos viene a decir Landauer, vendría dado, como solución, por el decrecimiento económico, por el rechazo del obrero como productor capitalista, en la reconstrucción de la relación entre trabajo y consumo, y por potenciar ante todo la economía del intercambio y la confianza en el poder propio y en el perfeccionamiento individual y colectivo -autogestionario-, ajenos a potencias externas y/o superiores.