La crítica nunca fue desprendida con Catulle Mendès. De todas formas, ya se sabe que tampoco acabó siéndolo en general con el movimiento estético del que formó parte: el Parnasianismo. Eso de estar incrustrados entre el Romanticismo y el Decadentismo (y el Simbolismo), aun compartiendo algunos silogismos con todas estas corrientes, acabó por arrinconarlos en la historia de la literatura francesa en una incómoda e injusta tierra de nadie de la que no hacerse especial cargo. Y eso que Mendès -con evidentes vínculos con Iberia-, gracias a sus contactos, a su arrojo para promover iniciativas y a su vigor económico -procedía de familia muy bien situada- siempre aparece nombrado de alguna u otra manera en la mayor parte de las grandes recepciones del mundillo artístico francés de la segunda mitad del siglo XIX: ya sea como (prolífico) escritor, como crítico de teatro o como tertuliano de relumbrón: una celebrity ineludible.
Aparte de la correspondiente inclusión de una parte de su obra poética en alguna antología parnasiana (que ya tuvimos oportunidad de celebrar aquí), no es fácil encontrar material de nuestro hombre traducido al castellano, y es por ello casi de obligado cumplimiento reseñar someramente estos mejores momentos del conjunto de estampas que componen sus "Monstruos parisinos", que editara Ardicia a modo de selección en 2013 y de los que yo al menos no he tenido noticia hasta hace unos pocos meses.
Si por algo merecen ser destacadas estas viñetas de la vida 'fin de siècle' en la capital francesa es, aparte de por el talento descriptivo y el exquisito gracejo para la historia corta que despliega en todo momento el autor, por el protagónico papel que este otorga a la mujer en el conjunto de todas ellas.
Desde el regusto masoquista de "Madame de Portalègre" o el sádico del díptico "Madame de Valensole" y "Las protectoras" (no es complicado encontrar en las segundas las influencias del malvado Marqués de "La filosofía en el tocador"), pasando por la reelaboración 'sui géneris' del mito de Pigmalión en "Rose Flaman" -al que Mendès le da a su vez la vuelta en "Clémentine Paget"-, hasta la alusión autobiográfica en "El hombre de letras" al nombrar a Judith Gautier -escritora e hija del autor de "La novela de la momia", con la que Catulle consiguió casarse a pesar de la enconada negativa del padre de ella- en una reinvindicación de la literatura y el arte en general como puro fingimiento y pose frente a la vida real y a las emociones, "Monstruos parisinos" (conceptualmente no muy lejos de la enciclopédica "Comedia humana" de Balzac) es un refinado compendio de crónica de sociedad, donde la mayor parte de los protagonistas o pintan, o modelan o estrenan o actúan; los hay que sencillamente son parte de un público descocado, ajeno mayormente a las estrecheces de índole monetaria o de mera apariencia. Pero sobre todo es un reflejo de la incipiente emancipación de la mujer -algunas ya acomodadas, otras con el carril despejado para el ascenso o la simple autodeterminación- que (con)viven independizadas en envidiables palacios eclécticos, pueden permitirse con su exclusivo esfuerzo modelones de Worth o acceder a novelas protosocialistas como "Paul et Virginie".
Detrás de esas constantes de liberación hay manifiestas referencias al lesbianismo -"La pequeña Thomasson"-, a la promiscuidad, al mito de la Viuda Negra -"Marthe Caro"- a la 'femme fatale' frívola, orgullosa e intocable, con derecho a la plena artificiosidad o, por contra, a la firme exigencia de que el hombre sea algo más que un traje gris y estandarizado que solo se desenvuelve con gestos mediocres. La mujer como absoluta legisladora, como sofisticada dueña de la psique frente al macho que solo sabe reaccionar a través de los instintos más bajos y violentos. O a la mujer como creadora pornográfica entregada a estimular el delito para entretener su conciencia...
Maravillosas, entretenidas y fascinantes criaturas de la noche y del día que deberían hacer revalorizar la consideración que aún se tiene del autor bordelés.