viernes, 18 de septiembre de 2020

Monstruos parisinos, de Catulle Mendès






La crítica nunca fue desprendida con Catulle Mendès. De todas formas, ya se sabe que tampoco acabó siéndolo en general con el movimiento estético del que formó parte: el Parnasianismo. Eso de estar incrustrados entre el Romanticismo y el Decadentismo (y el Simbolismo), aun compartiendo algunos silogismos con todas estas corrientes, acabó por arrinconarlos en la historia de la literatura francesa en una incómoda e injusta tierra de nadie de la que no hacerse especial cargo. Y eso que Mendès -con evidentes vínculos con Iberia-, gracias a sus contactos, a su arrojo para promover iniciativas y a su vigor económico -procedía de familia muy bien situada- siempre aparece nombrado de alguna u otra manera en la mayor parte de las grandes recepciones del mundillo artístico francés de la segunda mitad del siglo XIX: ya sea como (prolífico) escritor, como crítico de teatro o como tertuliano de relumbrón: una celebrity ineludible.

Aparte de la correspondiente inclusión de una parte de su obra poética en alguna antología parnasiana (que ya tuvimos oportunidad de celebrar aquí), no es fácil encontrar material de nuestro hombre traducido al castellano, y es por ello casi de obligado cumplimiento reseñar someramente estos mejores momentos del conjunto de estampas que componen sus "Monstruos parisinos", que editara Ardicia a modo de selección en 2013 y de los que yo al menos no he tenido noticia hasta hace unos pocos meses. 





Si por algo merecen ser destacadas estas viñetas de la vida 'fin de siècle' en la capital francesa es, aparte de por el talento descriptivo y el exquisito gracejo para la historia corta que despliega en todo momento el autor, por el protagónico papel que este otorga a la mujer en el conjunto de todas ellas.

Desde el regusto masoquista de "Madame de Portalègre" o el sádico del díptico "Madame de Valensole" y "Las protectoras" (no es complicado encontrar en las segundas las influencias del malvado Marqués de "La filosofía en el tocador"), pasando por la reelaboración 'sui géneris' del mito de Pigmalión en "Rose Flaman" -al que Mendès le da a su vez la vuelta en "Clémentine Paget"-, hasta la alusión autobiográfica en "El hombre de letras" al nombrar a Judith Gautier -escritora e hija del autor de "La novela de la momia", con la que Catulle consiguió casarse a pesar de la enconada negativa del padre de ella- en una reinvindicación de la literatura y el arte en general como puro fingimiento y pose frente a la vida real y a las emociones, "Monstruos parisinos" (conceptualmente no muy lejos de la enciclopédica "Comedia humana" de Balzac) es un refinado compendio de crónica de sociedad, donde la mayor parte de los protagonistas o pintan, o modelan o estrenan o actúan; los hay que sencillamente son parte de un público descocado, ajeno mayormente a las estrecheces de índole monetaria o de mera apariencia. Pero sobre todo es un reflejo de la incipiente emancipación de la mujer -algunas ya acomodadas, otras con el carril despejado para el ascenso o la simple autodeterminación- que (con)viven independizadas en envidiables palacios eclécticos, pueden permitirse con su exclusivo esfuerzo modelones de Worth o acceder a novelas protosocialistas como "Paul et Virginie".







Detrás de esas constantes de liberación hay manifiestas referencias al lesbianismo -"La pequeña Thomasson"-, a la promiscuidad, al mito de la Viuda Negra -"Marthe Caro"- a la 'femme fatale' frívola, orgullosa e intocable, con derecho a la plena artificiosidad o, por contra, a la firme exigencia de que el hombre sea algo más que un traje gris y estandarizado que solo se desenvuelve con gestos mediocres. La mujer como absoluta legisladora, como sofisticada dueña de la psique frente al macho que solo sabe reaccionar a través de los instintos más bajos y violentos. O a la mujer como creadora pornográfica entregada a estimular el delito para entretener su conciencia...

Maravillosas, entretenidas y fascinantes criaturas de la noche y del día que deberían hacer revalorizar la consideración que aún se tiene del autor bordelés.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Shakedown (Joseph Pevney, 1950)






El día que se estrenó "Shakedown", el debut como director del hasta entonces actor Joseph Pevney, el tratamiento de la corrupción y la inmoralidad dentro del periodismo no era ni mucho menos habitual dentro de la industria del cine estadounidense. Se podría hablar -a modo de antecedentes- de alguna película de bajísimo presupuesto como "Blonde Ice", film dirigido en 1948 por Jack Bernhard -el director de la película de culto "Decoy" (1946)- que sublimaba el rol de 'femme fatale' de una reportera -la perversa Leslie Brooks- para reconvertir los diarios de información general poco menos que en su propia prensa amarilla. O de "The Underworld Story", dirigida el mismo año que "Shakedown" por el miembro de la lista negra macartista Cy Endfield, que se volvía más explícita y puntillosa con el poder establecido, propiciando de paso el exilio forzoso de su realizador al Reino Unido. Todas ellas servirían, de alguna u otra manera, para abonar el terreno a la más espectacular y decisiva en esos años respecto a la problemática en cuestión, que no fue otra que "Ace in the Hole", de Billy Wilder: o cómo transformar un accidente delicado en un fenómeno de masas fabricado en tiempo real.





El protagonista de "Shakedown" será, en este caso, un fotógrafo "hecho a sí mismo", con tan escasa moralidad -por no decir ninguna- que promoverá la imagen de portada en los momentos más desagradables y extremos para lograr su reconocimiento y su encumbramiento. El papel del operador en cuestión recayó en Howard Duff, "eterno secundario" que ya se había dejado ver en películas "negras" tan estimables como "Brute Force" o "The Naked City" -ambas de Dassin-, y que poco después trasladaría a la pantalla su papel de 'partenaire' en la vida real de la que sería su esposa, Ida Lupino. De los orígenes de Jack Early (Duff) apenas sabemos nada en prácticamente ningún momento de la película. Ni Martin Goldsmith -¡el guionista de "Detour"!- ni Alfred Lewis Levitt -otro represaliado por el Comité de Actividades Antiamericanas- creyeron necesario dotar al intérprete principal con el correspondiente episodio traumático o análisis freudiano de un carácter totalmente desaprensivo y vil, más allá de alguna alusión puntual a un currículum vitae previo repleto de trabajos precarios y demasiado temporales.








Desde el principio Early, ganándose la atención de su principal valedora -su compañera de redacción, la actriz Peggy Dow- tanto por su destreza con la cámara como por su supuesto atractivo natural, no dudará en arrasar con todo lo que se le ponga por delante con el fin de satisfacer una ambición desmedida a través de la cual no dudará en manipular a los protagonistas de sus instantáneas, chantajear a temibles mafiosos y jugar emocionalmente con las mujeres que más van sirviendo a sus intereses y aspiraciones. Destacar dentro de esta galería de seres indeseables a los jefes de los hampones Brian Donlevy -saludos al Dr. Quatermass- y el inexpresivo Lawrence Tierney -"The Devil Thumbs a Ride", "Born to Kill", "The Hoodlum"-. El propio Pevney -que había tenido papeles importantes en "Body and Soul" de Rossen o "The Street with No Name" y que como director solo conseguiría algún interés con "Female on the Beach" con Joan Crawford y en "The Midnight Story" con Tony Curtis- se reservó una minúscula aparición al final del metraje. A un primerizo Rock Hudson -pese a aparecer acreditado- me ha sido imposible localizarlo entre los lamparones de la deficiente copia a la que he tenido acceso.






Un hombre que está a punto de ahogarse en la bahía de San Francisco tras salirse con su auto de la carretera, una mujer que salta de la ventana de un edificio en llamas sin esperar a los bomberos, una bomba colocada en el motor del coche de uno de los mafiosos..., de cualquier cosa será capaz Jack Early -de todo menos de evitar las catástrofes de las que es testigo "por casualidad"- si va a conseguir la foto de primera plana y con ello el acceso a todo tipo de negocios con seres tan execrables como él -es significativo su rechazo a entrar en plantilla del periódico en el que colabora subrayando su condición de "independiente"... o más bien de "lobo solitario"-.

"Shakedown" es una cinta auspiciada desde la trastienda de una Universal en plena reconversión que, sin embargo, tuvo la involuntaria virtud de empezar a fomentar la reflexión -con toda crudeza y efectividad, con su acusado esquematismo y su nervio adecuado- sobre la miseria ética de los medios de comunicación, algo que lejos de haberse atenuado con el tiempo, acapara -salvo alguna honrosa excepción- todas las cabeceras habidas y por haber y, por ende, la casi totalidad de canales de información en esta actualidad tan agónica como insoportable.