sábado, 31 de julio de 2021

L'Étrange Monsieur Victor (Jean Grémillon, 1938)






A la hora de pensar en el cine francés del periodo de entreguerras los primeros directores que nos pueden venir a la cabeza serían Jean Vigo -"Zéro de conduite"-, Julen Duvivier -"Pépé le Moko"-, Jean Renoir -"La Bête Humaine"-, Marcel Carné -"Le Quai Des Brumes"-, Abel Gance e incluso Pierre Chenal -"L'alibi", "Le dernier tournant"- así como actores y actrices del tipo Jean Gabin, Michel Simon, Michèle Morgan, Simone Simon, Fernandel, el siempre inquietante Louis Jouvet o Pierre Fresnay. Y parece que otros nombres tardan un poco más en salir a la superficie, sea el caso del realizador Jean Grémillon o del histórico intérprete Raimu, cabezas de cartel de una de las cintas más disfrutables del cine europeo de los años treinta: "El extraño señor Victor".

De Grémillon, el abajo firmante ha frecuentado fundamentalmente la primera mitad de su filmografía, en concreto tres películas dramáticas con el mar como telón de fondo: la muda "Gardiens de phare" (1929), inevitable si se quiere hacer una maratón medianamente rigurosa dedicada a películas sobre faros, "Daïnah la métisse" (1932) -algo así como la versión gala y "exótica" de "Madam Satan" (1930) de Cecil B. DeMille- y su filme más prestigioso, "Remorques" (1941), con ese inolvidable duelo interpretativo in crescendo entre Gabin y Morgan.

Raimu es uno de los nombres propios del teatro francés de la época indicada, y tampoco le fue nada mal en el cine: ahí está la trilogía marsellesa, "Un carnet de bal" de Duvivier -en cierto modo precedente de "La vida en un hilo" de Neville- o la obra que nos ocupa.






"L'Étrange Monsieur Victor" es una paradójica co-producción franco-alemana en un momento especialmente delicado y negligente para la política francesa, aún resacosa tras la victoria en la Primera Guerra Mundial -y que, sin embargo, arrastraba como mochila desde entonces una crisis económica crónica que desembocará en la ocupación nazi- y, además, con su polémica postura en ciernes de no-intervención en la Guerra Civil Española, un título rodado en interiores en un Berlín ya malsano y deleznable -aunque en el arranque se nos diga que el entorno es Toulon y se acompañe la ilusión de varias imágenes de exteriores-. Los franceses pusieron el capital interpretativo y los alemanes el escénico, pero en lo segundo no recurran a lo fácil: apenas habrá rastro de plasmación expresionista en sus atmósferas. 

El señor Victor (Raimu) es el emprendedor entrañable y bonachón, querido por todos, de una tienda de souvenirs y antigüedades de todo tipo en aquella ciudad portuaria -de nuevo el mar como leiv motiv en el director de Bayeux- que está a punto de ser padre a pesar de su edad provecta. Nada hace suponer, sin embargo, que en los ratos libres tiene una segunda vida como enlace de una banda de peligrosos ladrones pertenecientes al lumpen-proletariado que tiene en vilo a toda la población. Un doble rol que nos recuerda enormemente a un papel muy similar protagonizado por Jean Gabin en la posterior "Leu Dernière Nuit", dirigida por Georges Lacombe en 1953.







Raimu está en su salsa: además de defender la película desde su ciudad natal en la vida real -la citada Toulon- domina como nadie la bis jocosa y el virtuosismo gestual tan propias del histrión latino en esos primeros compases, para cambiar de registro y convertirse a continuación en un férreo especulador en rebotica. Pero esa dualidad puede llevar a la postre a un callejón sin salida y, víctima de la presión de uno de la banda, Victor acaba con la vida del gángster en un acceso de furia. A partir de ahí hace acto de presencia la figura del falso culpable -el divino Pierre Blanchar de "L'Atlantide" o "La symphonie pastorale", que hace del honesto zapatero al que han visto discutir airadamente con el delincuente horas antes del asesinato-, y el ulterior ofrecimiento de acogida de Victor a Bastien, el zapatero, tras el paso por la cárcel de este -Victor, además de encubrir su culpabilidad, debe guardar las apariencias mostrándose tan generoso como siempre ha sido a la luz del día-. 
La mujer del anticuario es la legendaria actriz Madeleine Renaud ("Remorques", "Le plaisir" de Ophüls) que, con una técnica mucho más naturalista y sobria hace el perfecto contrapunto a Raimu y protagoniza una inesperada iniciación adúltera con Bastien. Para completar lo más granado del casting están Viviane Romance como esposa de Bastien y empleada de Victor, que se destapa como femme fatale al decantarse por Robert -el actor Andrex-, jefe de los malhechores, también creíble en su intervención.






En "L'Étrange Monsieur Victor" el mecanismo está ensamblado a la perfección: la chispa de los diálogos, una trama muy bien medida y sin agujeros, interpretaciones impecables y un trabajo de ambientación -las transiciones del costumbrismo al fatalismo proto-noir son maestras- que respeta cada tono con exactitud y afecto. El afecto que expandía a cada instante ese portento llamado Raimu, figura prodigiosa del cine continental.

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