sábado, 14 de enero de 2023

El testimonio de los soles y otros poemas, de George Sterling






Fue un caso prototípico de autor desmesurado en vida al que, como se suele decir vulgarmente, "se lo acabó comiendo el personaje". Hay múltiples ejemplos mediáticos con cierta similitud para elegir: Avida Dollars, el Sátrapa Patafísico o Gainsbarre conocieron ese paso hacia el abismo de una popularidad tan desorbitada -en detrimento muchas veces de sus méritos creativos- que fueron confundidos con monos de feria o talismanes que imantaban a la opinión pública por el morbo del exhibicionismo verborreico, acompañado en más de un caso de cierta fanfarronería excéntrica en los hábitos diarios.

George Sterling (1869-1926), más que como clarividente y destacado poeta 'a la contra' -proclive al arcaísmo y a la emoción desatada-  en un periodo de la lírica estadounidense centrado en el puritanismo y el ensimismamiento conservador de los versos, quedó a la postre fundamentalmente como el 'rey de la bohemia' y gurú iniciático de la voluptuosidad existencial, con la playa de Carmel en California como centro neurálgico de su celebridad desinhibida para con la escena artística del momento. Para combatir ese reduccionismo -y, de paso, introducir el nombre del neoyorquino en la crítica hispana- la editorial Verbum -gracias a la valiosa iniciativa académica de Ariadna García Carreño- ha apostado por presentar en este volumen la primera etapa poética de este autor incrustado entre la tutela que sobre él ejerció Ambrose Bierce y la que posteriormente el propio Sterling profesó sobre Clark Ashton Smith, autores de referencia de quien humildemente aún mantiene a duras penas este blog. Sin olvidar la estrecha complicidad con su compañero de fatigas literarias, inclinaciones ideológicas y muchas otras cosas más: el señor Jack London.






Sterling, al que a primera vista pudiéramos resituar vitalmente entre Thoreau y Kerouac (es decir, entre el espiritualismo biófilo del primero y el liberalismo conductista del segundo) estuvo fuertemente influido por los poetas románticos ingleses, por la propia poesía de Bierce y por el inevitable Edgar Allan Poe. De hecho su poema más recordado, que protagoniza el título de su primera colección que nos ocupa aquí, "The Testimony of the Suns", comparte mucha de la imaginería que el talento de Boston desplegó en su ensayo "Eureka" con esa teoría de la Unidad que alberga la Causa y, a su vez, el Germen de toda Aniquilación. En esa revelación cósmica amparada en el cambio -y, por tanto, en la negación de cualquier deidad o, al menos, de su carácter decisorio- se fundamenta el extenso poema: 


"¿Soñáis que se sometió el Infinito
por capricho, problema resuelto
en tan solo un segundo de Su día?
¿Pensáis que [Dios] interrumpió así Su sueño
para arrasar su Inmensidad con imponente poder,
que heredaría el Hombre un hogar eterno?
¡Del desear le surgiría la necesidad!
¡Para nada! Inalterable es su Infinito,
ajeno a todo cambio o deseo"


El vértigo estelar engendra una batalla incomprensible, inaprensible y demoledora, desconocida en su origen e imprevisible en su hipotético futuro, en la que el ser humano y su flácida presunción de una entidad superior que gestiona el Todo no suponen en esencia más que insignificantes elementos de un juego inane, pérfido y ridículo.






Otros poemas francamente importantes de este periodo inicial -además de los dedicados explícitamente a Poe o a Bierce- son dos de los tres sonetos que componen la serie "Three Sonnets on Oblivion", en concreto "Olvido" y "La noche de los dioses", destinados a ejemplificar el mérito inherente de todo bello texto poético: la rotundidad del concepto:


"ninguna congregación divina puede superar su poder:
destrozados, asumen los desamparados Titanes del 
Tiempo su derrota"
("Oblivion")


"siempre que oigo desde silentes cortes y templos emanar
el culto que el Tiempo rinde a la Eternidad,
los lamentos de reinos olvidados y dioses destruidos,
admito ser como aquel cuyo paso a mediodía marcha
hasta una solitaria orilla, aquel que siente liberarse su alma,
y oye el cántico que el cegado mar entona al sol"
("The Night of Gods")


Acercarse a Sterling es sumergirse en el vértigo de la Naturaleza, presentada a través de una intuición impotente que no pasa de autoengaño:


"Confusas son las leyes que dictan los sabios,
pues no ve la Ciencia en cada uno de sus dominios
más que un ilusorio crepúsculo, y en sus manos
más que aforismos de lo Relativo."

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