sábado, 25 de febrero de 2023

Goupi Mains Rouges (Jacques Becker, 1943)






El director parisino Jacques Becker tiene películas más prestigiosas: "Casque d'or" (1950), "Touchez pas au grisbi" (1954), "Les amants de Montparnasse" (1958) o "Le Trou" (1960), pero ninguna de ellas ostenta la frescura y el talento en la adaptación del guión como "Goupi Mains Rouges". Rodada en plena ocupación nazi, Becker llevó a la pantalla la novela homónima de Pierre Véry, a su vez guionista de un proto-polar como "L'assassin a peur la nuit" (1942) de Jean Delannoy o del thriller costumbrista "Martin Roumagnac" (1946) de Georges Lacombe.

Aunque se suele decir de esta película que trató de evitar toda alusión política dada la situación que había en la Francia de la primera mitad de la década de los cuarenta, ya desde el inicio Becker juega con la ambigüedad de esos habitantes de un pueblo perdido que pueden estar observando tras las cortinas bien por rencillas ancestrales, bien por esa sospecha de colaboracionismo que está candente bajo el gobierno de Vichy. A ese lugar remoto acude desde Paris Eugéne Goupi -al que todos llamarán "Señor"-, un joven de 25 años que fue abandonado a los dos, junto a su madre, por el tabernero del pueblo. El hermano de su madrastra -un prodigioso Fernand Ledoux, que muy poco tiempo después volvería a protagonizar otra película rural esta vez insertada en el fantastique como "Sortilèges"- viene a buscarle a la estación pero se las apaña durante el camino para intimidar al parisino atrayéndole en mitad de la noche al caserón donde soporta su viudedad. Lo que pudiera parecer entonces como una traslación del cine de terror de la Universal poco a poco va abriendo paso a una comedia tan sutilmente negra como cínicamente descreída.






La película avanza con extraordinario dominio por parte de Becker de la prevalencia coral -con personajes de simpar viveza como la madrastra Marcelle Hainia, que tanto recuerda físicamente a Kiti Mánver, y otros en estado de gracia como "El Emperador", nada menos que el bisabuelo de los Goupi Maurice Schutz, actor fetiche de Dreyer-, prevalencia coral entre matrimonios de conveniencia,  convivencias malsanas y agobiantes, falsas apariencias y suspicacias financieras: todo ello entretejido con un humor punzante y vitriólico ("En mi época uno podía escupir donde tenía ganas, ¡pues no se habían inventado los microbios!). Todo se desencadenará tras el ataque al corazón del Emperador y un dinero sustraído que Cancan -Haina- guarda en una de las alacenas que a su vez hace aflorar un misterioso botín en la casa de los Goupi que solo conoce el provecto.






Desprecio por la policía ("Los gendarmes nunca pondrán los pies en mi casa", sentencia el mesonero Mes-Sous) o por el imperialismo ("Estuve en París, una vez, en 1931 durante la exposición colonial: ¡Qué maravilla!... ¿La exposición colonial? No. París, París...) picoteando sobre una trama de atavismo y desconfianza constante: sentimientos y situaciones imperecederos.

sábado, 4 de febrero de 2023

Nicole Dollanganger, "Married in Mount Airy"

 




Obtuvo cierta notoriedad con "Natural Born Losers" (Eerie, 2015) y su portada bondage, todo ello auspiciado por la escudería de Claire Elise Boucher, a.k.a. Grimes. No me llamó demasiado la atención dicho álbum aunque ahora, tras el impacto de "Married in Mount Airy" (2023), empiezo a ver aquellas canciones de esta canadiense de otro modo. De todas formas, visto con algo de perspectiva, fue "Heart Shaped Bed" de 2018, su sexto disco, el auténtico punto de fuga, el disco que terminó de definir de una vez por todas la escritura de Nicole Bell. Y aun así "Heart Shaped Bed" adolecía de falta de canciones distintivas entre sí en varios tramos, priorizando el estilo sobre la idiosincrasia de las partituras.

Nada de esto último se percibe en "Married in Mount Airy", el primer disco importante del año. Arranca con la canción homónima, con esa misma técnica expansiva y a la vez rotunda con la que por ejemplo Marissa Nadler suele iniciar sus mejores grabaciones. "Married" tiene, además, una letra inquietante que va como anillo al dedo al ritmo soñoliento pero realzado con acordes recios y seguros. Una crónica fantasmal de ese Estados Unidos profundo aferrado a un romanticismo de resort, con un anuncio de fondo que sonará en el futuro sobre las supuestas bondades de la estancia de cartón-piedra en el socorrido complejo para enamorados.






Aunque esta primera canción sea merecidamente la pieza estrella, créanme que el resto no baja el nivel en ningún momento. En las once restantes, ya sea por ciertas similitudes vocales, ya sea por los ambientes penetrantemente oníricos, se puede asociar su propuesta a las de Alison Shaw (Cranes), Kate Bush o Julee Cruise. Con momentos de western noir descarnado de belleza sobrenatural -"Nymphs Finding the Head of Orpheus"- y otros que hasta pueden llegar a rozar insospechadamente la radiofórmula intimista de finales de los ochenta o principios de los noventa -"Runnin' Free"-, entre versos de cruel abandono, de una entrega lacerante soportada con el objeto de cumplir a toda costa el sueño de una apariencia social modélica puertas afuera. En "Bad Man", por fin, se empieza a despejar el velo y ya no le tiembla el pulso para señalar al monstruo.

Textos brutales de disección fría y transparente que acompañan melodías de nana mecidas y delineadas entre el slowcore y el folk gótico. Cuando se aparta la cortina resulta todo como muy tremendo y estremecedor. También excelso, definitivamente.