El director parisino Jacques Becker tiene películas más prestigiosas: "Casque d'or" (1950), "Touchez pas au grisbi" (1954), "Les amants de Montparnasse" (1958) o "Le Trou" (1960), pero ninguna de ellas ostenta la frescura y el talento en la adaptación del guión como "Goupi Mains Rouges". Rodada en plena ocupación nazi, Becker llevó a la pantalla la novela homónima de Pierre Véry, a su vez guionista de un proto-polar como "L'assassin a peur la nuit" (1942) de Jean Delannoy o del thriller costumbrista "Martin Roumagnac" (1946) de Georges Lacombe.
Aunque se suele decir de esta película que trató de evitar toda alusión política dada la situación que había en la Francia de la primera mitad de la década de los cuarenta, ya desde el inicio Becker juega con la ambigüedad de esos habitantes de un pueblo perdido que pueden estar observando tras las cortinas bien por rencillas ancestrales, bien por esa sospecha de colaboracionismo que está candente bajo el gobierno de Vichy. A ese lugar remoto acude desde Paris Eugéne Goupi -al que todos llamarán "Señor"-, un joven de 25 años que fue abandonado a los dos, junto a su madre, por el tabernero del pueblo. El hermano de su madrastra -un prodigioso Fernand Ledoux, que muy poco tiempo después volvería a protagonizar otra película rural esta vez insertada en el fantastique como "Sortilèges"- viene a buscarle a la estación pero se las apaña durante el camino para intimidar al parisino atrayéndole en mitad de la noche al caserón donde soporta su viudedad. Lo que pudiera parecer entonces como una traslación del cine de terror de la Universal poco a poco va abriendo paso a una comedia tan sutilmente negra como cínicamente descreída.
La película avanza con extraordinario dominio por parte de Becker de la prevalencia coral -con personajes de simpar viveza como la madrastra Marcelle Hainia, que tanto recuerda físicamente a Kiti Mánver, y otros en estado de gracia como "El Emperador", nada menos que el bisabuelo de los Goupi Maurice Schutz, actor fetiche de Dreyer-, prevalencia coral entre matrimonios de conveniencia, convivencias malsanas y agobiantes, falsas apariencias y suspicacias financieras: todo ello entretejido con un humor punzante y vitriólico ("En mi época uno podía escupir donde tenía ganas, ¡pues no se habían inventado los microbios!). Todo se desencadenará tras el ataque al corazón del Emperador y un dinero sustraído que Cancan -Haina- guarda en una de las alacenas que a su vez hace aflorar un misterioso botín en la casa de los Goupi que solo conoce el provecto.
Desprecio por la policía ("Los gendarmes nunca pondrán los pies en mi casa", sentencia el mesonero Mes-Sous) o por el imperialismo ("Estuve en París, una vez, en 1931 durante la exposición colonial: ¡Qué maravilla!... ¿La exposición colonial? No. París, París...) picoteando sobre una trama de atavismo y desconfianza constante: sentimientos y situaciones imperecederos.