Ay, los años noventa. Los que me conocen un poco saben de cierta animadversión por mi parte respecto a esa época. Se vendió como un retorno a determinada autenticidad, en contraposición a la década anterior donde supuestamente solo había primado la fatuidad y el horterismo -ya saben, los clichés de la laca, las hombreras y los sintetizadores puestos a bulto-. Sin embargo, y a riesgo de incurrir en generalizaciones tan apresuradas como esta, la de los noventa fue, salvo un buen puñado de excepciones, una era musical plomiza, tirando a gris, sometida al colesterol sónico y a la asfixiante depresión post-grunge -que inundaron otras corrientes como el trip-hop o el brit-pop-. La cosa acabó como el rosario de la aurora y a la altura del 98 era dificilísimo no aborrecer tanto indie-rock mustio y plano, tanta vaporosidad portisheadiana y tanto post-rock abocado al callejón sin salida casi desde el inicio de su irrupción.
Escuchar el debut de este grupo británico me ha hecho retrotraerme a esos días, por lo que ha habido que andar con pies de plomo para acabar valorando lo mejor posible un disco que partía de alguna manera con condicionantes poco halagüeños.
En realidad, el trabajo en cuestión se trata de una recopilación de tres EPs, dos de ellos publicados el año pasado a modo de entrantes, y completado con un tercero que corona una especie de odisea primitivista en su temática central. Y con ellos yo al menos empecé por ese final: en diciembre de 2023 escuchaba "My God", adelanto del trabajo integral, una exquisita canción de cuna con la caja de ritmos oxigenando los rasgueos de la acústica y del teclado que borbotea tímidamente encima de todo aquello. Si rebobinamos al principio es cuando nos damos de bruces con los noventa: el "Act 1 (The Pilgrim)", que arranca el viaje, parece resucitar los acordes oblícuos -y el spoken word- de Slint, pero como si estos estuvieran un tanto desenchufados. En otras canciones tan sugerentes como "My God" asoman los Mercury Rev más aprovechables, antes de sumirse en el indie-prog de los dosmil: "Broken Ark" o "Gymnopédie" son ejemplos palmarios a este respecto. Y la vocación cantautoril, sin cargar las tintas en el patetismo, los conecta, quién sabe si de manera intangible, con proyectos un tanto malditos de hace treinta años como East River Pipe.
El resultado final, pese a algún interludio un tanto gratuito y tentaciones ruidistas algo trasnochadas -"Mountain Song"-, es bastante satisfactorio gracias a las habilidosas canciones anteriormente citadas -a las que habría que añadir "On a Grassy Knoll, We'll Bow Together"-, que minimizan las pretensiones vacuas a la hora de replicar un tratamiento sonoro que, sin embargo, aún no ha sido puesto demasiado en tela de juicio.