La única vez que he visto a La Búsqueda en directo fue 2005, varios meses después de la publicación del que, hasta hace bien poco, era su último disco, el extraordinario "Los Penitentes". El concierto fue en el madrileño barrio de Carabanchel -muy cerca, por cierto, de donde vive actualmente quien esto escribe-, en una discoteca llamada La Sala (hoy La Sala Live, centrada en la programación de baile latinoamericano).
Entonces éramos no más de cuatro personas viéndolos. Algunas más si contábamos a los camareros. Había casi más gente subida al escenario que debajo del mismo: era una estampa desoladora contemplar a un grupo con la contrastada personalidad de los de Xisco Albéniz defender sus fenomenales canciones con tan nula capacidad de convocatoria. Por ello llega hasta a sorprender más bien poco el que el grupo mallorquín, en 2024 y de cara a la presentación de "Luz, Arena y Llanto" (Espora-Belamarh), haya decidido prescindir -al menos de momento- de algo parecido a una gira de presentación.
Se pierde en la noche de los tiempos el recuerdo de que La Búsqueda, allá por 1988 -coincidiendo con la publicación de su primer disco, el mini-lp de título homónimo- fue una de las grandes promesas del panorama nacional, apostando por una corriente que en ese momento se bautizó como rock latino, y que tenía en Los Coyotes, Radio Futura, Mestizos, Claustrofobia o los propios La Búsqueda a sus más insignes representantes. Tanto fue así que algún ejecutivo francés se fijó en nuestros protagonistas y los isleños llegaron a tener su chance durante un tiempo en el país galo. Y es que lo tenían prácticamente todo para triunfar: un sonido particular donde se fundían los sonidos mexicanos con la añoranza mediterránea, unas letras perfectamente construidas -con la influencia de autores de la generación del 27 en el punto de mira- y una temperatura pasional a prueba de bombas, pero a la vez sin falsos aspavientos.
Sin embargo, su deslocalización respecto a los grandes centros de dominio -Madrid o Barcelona- y una actitud siempre insobornable y poco dada a concesiones gratuitas les acabó marginando en las promociones, se vieron desubicados con la llegada a España del mortífero indie-rock cantado en inglés y empezaron una peregrinación por sellos dispares -de Tres Cipreses, donde publicaron los dos primeros, fueron pasando por Blau o Grabaciones en el Mar-, espaciando cada vez más sus discos.
Cuando parecía que no volveríamos a tener noticias suyas, aparece por sorpresa el quinto álbum "Luz, Arena y Llanto" (peretiano título), con su malditismo redoblado: 19 cortes donde se incluyen siete interludios, dos canciones antiguas regrabadas para la ocasión -"Buenaventura", que estaba incluida en el primer disco, y "Toda mi alma", que venía en "La Rueda de la Fortuna", de 1991-. A efectos prácticos quedan, por tanto, aproximadamente 10 canciones inéditas contantes y sonantes, a falta de otras cuatro inéditas cuya inclusión está prevista para una edición en vinilo doble de cara a finales de año.
No lo han puesto especialmente fácil: la duración de todo el material hace demasiado dilatada la escucha -pero no porque en la actualidad haya menos paciencia, que también: en los noventa también "Luz, Arena y Llanto" habría parecido un disco algo interminable- aunque, aun así, las mejores armas de La Búsqueda siguen intactas y recargadas para solaz de su exiguo grupo de seguidores.
Siguen incólumes sus arreglos fronterizos, recios y aterciopelados, ya sea hundiendo el alma bajo tierra -estremecedora la línea donde cantan "Siempre habrá una luz" en "Los Mineros"- o en el cielo -"Veracruz"-, casi siempre ahítas de trompetas chisporroteantes, junto a suntuosos instrumentos de cuerda como el violín o la viola. Influjos de Ry Cooder -"Interludio-102"- y del spaguetti western -"El desierto de tu soledad", "La Montaña"- a los que se añaden aires hindúes -"Interludio- "London Curry", "Luz, Arena y Llanto"- orientados a replicar los momentos más exóticos del "Sgt. Pepper's". Hay, curiosamente, hasta un tema en inglés de folk sobresaliente ("Underneath"), con la voz de la mandolinista Beatriz Calderón, quien se ha ocupado también de la letra.
Por último, destacar todo el apartado gráfico del disco, gracias al pintor Rafael Adrover: en un grupo que nunca se distinguió por diseños y portadas dignas de mención, "Luz, Arena y Llanto" marca la excepción, tanto en el envoltorio como en el libreto interior, gracias a un cuidado y refinado planteamiento cromático.