lunes, 23 de septiembre de 2013

Kirsty MacColl, “Tropical brainstorm” (2000)






Ejemplo palmario donde una segunda oportunidad tiene una merecida recompensa. De Kirsty MacColl empecé por “Kite” (1989). Y empecé mal: a excepción de “Fifteen minutes” (co-escrita con Johnny Marr) y la sugerente “Dancing in limbo”, el resto del disco (aupado por diferentes medios como el más representativo de su carrera: ya ven para lo que sirven algunas corrientes de opinión…) me fastidió, como suele pasar en casos así, por su manifiesta medianía melódica revestida de una necesidad imperiosa por redimirse artísticamente por el lado del rock adulto más, ejem, respetable. Todo en “Kite” sonaba muy bien –gracias al contrastado buen hacer de Steve Lillywhite, ya por aquel entonces marido de MacColl-, todo como muy ambicioso, pero falto de verdadera pegada, tanto dramática como argumental. Desde luego, no era el “Spike” femenino que a algunos nos hubiera encantado pregonar.






Tampoco “Desesperate character”, su álbum anterior (de 1981) se dejó querer de cara a una reivindicación: desesperadamente anacrónico, funciona sólo como una curiosidad de añeja sonoridad sesentera en plena Baja Nueva Ola. Visto lo visto, de los años ochenta sólo cabía reclamar canciones sueltas, felizmente recopiladas en artefactos como “The one and only” o “Galore”. “Terry”, “They don´t know” (su primer single, de 1979), “Patrick” o sus revisiones de clásicos de Billy Bragg como “New England” pueden considerarse, sin miedo a error u omisión, como lo más rescatable de Kirsty MacColl en una década donde, por lo demás, ofició de musa del momento gracias a colaboraciones destacadas con Pogues (“‘Fairytale Of New York’) o Talking Heads (“(Nothing But) Flowers”).

Los noventa le sentaron mejor. “Electric landlady” y “Titanic days” son sus dos comparecencias en dicho decenio y, francamente, mucho más convincentes e esperanzadoras. Pop-rock adulto, aquí sí, con variados recursos y suficiente inspiración. Vaciladas como “All i ever wanted”, contundencias como “Titanic days” o puntales sentimentales como “Halloween”, “Last day of summer”  o “Soho Square” dan la verdadera medida de una artista (algo así como el equivalente británico a Kate Pierson, salvando las debidas distancias) en plenitud de registros y expresividad. Le empezaban a salir canciones (muy) bonitas de inusitada madurez.




Siete años después de “Titanic days” llegaba “Tropical brainstorm”, la liberación caribeña y festiva que, por otro lado, nadie podía imaginar que acabaría siendo el testamento de una Kirsty MacColl que encontraba ahí el perfecto acomodo para su radiante capacidad vocal, sexy y desprejuiciada.

A Kirsty siempre le pudieron los ritmos latinos y sus poliédricas posibilidades de hibridación con las texturas del lado anglófilo. Y cómo nos congratulamos por ello. “I’m going out with an 80 year old millonaire” en los ochenta o “My affaire” dentro de “Electric Landlady” ya daban pistas más que fiables sobre hacia dónde podría devenir en cualquier momento la carrera de la de Croydon. En ambos casos, por ejemplo, las letras  ya mostraban una visión hedonista, emancipadora e individualista de nuestra diva, dispuesta a competir –sobre todo en el segundo ejemplo- en descaro y desinhibición con cualquier vocalista del trópico que se le pusiese por delante. Y en su disco del 2000 todo ello se cristalizaba a cielo abierto. Ya pudiera ser Carmen Miranda (“Mambo de la luna”) o Celia Cruz (“Teachery”) el guante estaba lanzado. Explosión de sabores afrocubanos, algo de samba y, por debajo, electrónica funcional para compensar a oídos neófitos… ¿les suena?: tras los pasos de David Byrne, Kirsty tendía aquí más a “Rei Momo” que a “Naked”, pero resultaba tan disfrutable como ambos ejemplos. El orgullo colonialista a despecho de tabúes maldicientes y aprensiones estúpidas.






Grandes canciones, avezadas y sin complejos: “Autumngirlsoup”, haciendo del dream pop un territorio cálido y confortable. “Celestine” (la mejor del lote) y su electro-tribalismo con coros de banda sonora ‘sixties’, la intriga funk de “Nao esperando” o el mbaqanga de “US Amazonians”; el mpb de “Wrong again”, la bossa de “Designer life” o el jazz vocal tintado con más electrónica de “Head”. Hay incluso experimentos imprevistos cercanos al drum’n’bass como “Alegría”.

Pero si hay algo que hace ya de por sí aún más disfrutable “Tropical brainstorm” son los extras de su edición postrera, la ‘deluxe’. Más bossa (“Golden heart”), pop acústico de cinco estrellas (“Things happen”) y sophisti-pop nocturno y sibarita (“Good for me”). Tres canciones inéditas, arrebatadoras, tanto o más que las del disco titular; tres sorpresas definitorias que ensanchaban sus marcas previas –y encantaban los oídos- hasta límites sólo soñados por unos pocos elegidos.





Lo que vino después es, desgraciadamente, de sobra conocido: víctima de un homicidio durante unas vacaciones en Cozumel, amigos íntimos como el propio Billy Bragg aún siguen luchando por un juicio justo y por encausar debidamente al sátrapa mexicano que se llevó por delante la vida de Kirsty tras atropellarla con su embarcación, saltándose todas las medidas y licencias habidas y por haber, segando para siempre una trayectoria en ascenso, dominada por una voz sensual, poderosa y siempre entusiasta. La de una compositora, además, cada vez más audaz, persuasiva y segura.

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