martes, 8 de abril de 2014

Warning Shadows (Arthur Robison, 1923)





Muchísimo antes de que vendedores de humo de la talla de Adrian Lyne o Stanley Kubrick hicieran teorizar a los más incautos sobre el juego psicológico de las relaciones de poder en pareja con el sexo y la atracción como campo de batalla (“Una proposición indecente”, “Eyes Wide Shut”), con resultados que iban de la puerilidad al ‘quiero y no puedo’ freudiano, el eminente ocultista Albin Grau –socio circunstancial de Aleister Crowley-, conocido principalmente por su buen hacer en el “Nosferatu” de Murnau -tanto en la teoría como en la práctica de la producción- y con la complicidad de Arthur Robison, supo plasmar en “Sombras”, de una manera más perturbadora y mágica –y desde luego que mucho menos pretenciosa o artificiera-, aquel planteamiento de concupiscencia y de tácticas que dan una vuelta de tuerca a cuestiones como el honor o la libertad del sujeto.




Robinson, norteamericano de nacimiento y alemán de adopción –no olvidemos que el Hollywood de los años veinte aún andaba a la retaguardia de lo que se cocía en la República de Weimar, verdadero faro de la cinematografía occidental- tuvo en Fritz Arno Wagner –con el que habían hecho juntos “Between Evening and Morning” o “Peter the Pirate”- al aliado perfecto en las labores de fotografía que repercutirían tan positivamente en el logrado trabajo estético de “Sombras”. No en vano Wagner fue uno de los maestros de su tiempo, requerido por esenciales de la talla de Lang o Pabst en muchas de las películas de éstos.




“Warning Shadows” sólo tiene un subtítulo en la versión restaurada que fideliza la original teutona: “Una alucinación nocturna”. Nada de los postizos carteles explicativos que tuvieron oportunidad de visionarse en la correspondiente versión francesa. Mejor: así potenciará la multiplicidad de interpretaciones del film. Una pareja de buena posición asiste a una fiesta de sombras chinescas, siendo atrapada desde muy pronto por la perversa tela de araña que despliegan el mago anfitrión, un joven enamoradizo y vehemente, tres caballeros suspicaces y un servicio elemental y feroz donde destaca la siempre poderosa interpretación de Fritz Rasp –“Metrópolis”, “Spione”, “La mujer en la luna”-, haciendo aquí de mayordomo pérfido y pervertido.
Al contrario de lo que indica su título, no es una película especialmente oscura. La luz restallante se afana en mostrarnos los sentimientos, las pasiones y la incertidumbre de los personajes. Su potencialidad hará desestabilizar a los participantes como si de una ilusión malsana se tratara. En cambio, las sombras juegan una baza no tan determinante, más preocupadas por dotar a la película de un concepto significante en la subtrama espiritista y conspiratoria: los personajes son meras marionetas de una pulsión superior –la propia dirección- en un universo inexpugnable y caprichoso. Y también entre aquellos, propiciando un encadenado de dominación. La oscuridad, entre tanto, funciona como telón entre secuencias.




Las sombras subrayan cuando es necesario el protagonismo y la intención de la cámara a la hora de focalizar la atención del espectador. Crecen, disminuyen, se fortalecen o debilitan en función del miedo o el paroxismo en cada una de las evoluciones. Se valen de composiciones para enfatizar artimañas con el fin de desactivar al contrincante o acercarlo a sus propósitos.
El punto de vista es eminentemente masculino: la mujer deseada por todos y cada uno de los integrantes de la fiesta disfruta de la velada, de los requerimientos y atenciones desde un exclusivo interés por empatizar con los juegos y la despreocupación festiva, y acaba siendo víctima en sacrificio de la brutalidad  y los manejos insolentes de los demás, incluido su marido.






Es un continuo carrusel de intrigas erotizantes, despiadadas y existencialistas: Alexander Granach, desconfiado y acomplejado esposo, tiene que bregar con su moralidad al tiempo que ve desfilar antes sus ojos un pequeño ejército de impenitentes lascivos compitiendo en procacidad y bajos instintos. Acabará siendo incitador de la más insensata de las represalias respecto a su amada, vencido por la enajenación y el oprobio.

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