Parcialmente eclipsado en la
actualidad por la fama de su hijo Jacques, la carrera de Maurice Tourneur bien
merece una reivindicación acorde con su talento cinematográfico, repartido en
su primera etapa en Estados Unidos –mayormente muda- y su posterior reingreso
en el celuloide francés. De la primera destacan adaptaciones literarias del
calibre de “Trilby” (basada en la novela homónima de George de Maurier), con el
mítico y caprichoso hipnotizador Svengali haciendo de la suyas -cuarta versión
del asunto llevada a las pantallas-, y “El pájaro azul”, pequeño cuento de
hadas escrito por su tocayo belga Maurice Maeterlinck donde Tourneur realiza un
asombroso despliegue de talento estético e imaginativo –que, lógicamente,
exigía dicho relato- con muchos puntos en común respecto al Peter Pan de Barrie
y los inevitable tintados azules incluidos.
De su etapa gala “La mano del
diablo” e “Impasse des Deux Anges” son las que resultan más atractivas por su
potencia visual y su dominio del guión respectivamente. La segunda, liderada
por Simone Signoret y Paul Meurisse (que años después volverían a compartir
protagonista en la obra maestra “Las diabólicas” de Clouzot), funde de manera
magistral una trama policiaca –el robo de un collar de diamantes- sin apenas
margen para el error –la escena de la persecución de la pareja central recuerda
muchísimo en sordidez y convicción a “La ventana” de Tetzlaff, rodada un año
después- con pequeñas dosis de alta comedia y una historia de amor imposible
repleta de spleen. Sobresale la
actuación de Meurisse, siempre tan inquietante, hierático y persuasivo –aquí,
sin duda, el Bogart francés por excelencia-.
Cinco años antes Maurice
Tourneur había vuelto a apoyarse en una obra literaria de considerable
raigambre en el imaginario francés -como es el relato “La mano encantada” del
siempre favorito Gèrard de Nerval- para dar rienda suelta a su desbordante ingenio
delante de la cámara y crear una pequeña gran joya del fantástico continental.
Partiendo del evidente influjo
faústico del texto de Nèrval, también podemos encontrar en “La main du diable” (filmada
en plena ocupación alemana) reminiscencias de “La bestia con cinco dedos” de
William F. Harvey –llevada al cine tres años después de la de Tourneur por
Robert Florey con Peter Lorre como reclamo estelar- o “Las manos de orlac”, con
otro Maurice, Renard.
Todo comienza en un ambiente
brumoso de alta montaña: más concretamente en un hotel incomunicado por el
temporal donde sus huéspedes deciden pasar el mal tiempo contándose alguna
historia misteriosa e incluso espeluznante –muy a la manera de la posterior “Al
caer la noche” (1945), la legendaria película de cinco historias diferentes y
otros tantos directores convertida en clásico de culto hoy en día-. La velada
es interrumpida por un curioso personaje que parece huir de alguna maldición
innombrable, portando una caja cuidadosamente empaquetada que no deja mostrar a
nadie. Finalmente accederá a contar su historia: alguien le vendió un talismán
que le proporcionaría fama, inspiración –el individuo es, inicialmente, un
pintor frustrado- y el amor de una féminaa que le desprecia por no alcanzar todo
lo anterior.
No se trata para nada de una
adaptación fiel respecto del original de Nerval. De hecho, el texto de éste queda
tremendamente constreñido casi al final del film como mera anécdota al final
del metraje, formando parte de una cadena de poseedores de dicha mano encantada
que da vigor y capacidad al que la ostenta pero que acaba provocando problemas
serios y debe ser traspasada para no acabar uno mismo condenado, haciendo de
esta parte del cuerpo un presente envenenado ad infinitum.
Tourneur no desaprovecha la
ocasión para incluir incisivos e inteligentes diálogos marca de la casa –responsabilidad
del gran Jean-Paul Le Chanois, su mano derecha que también repitiera después en
“Impasse”-, dando agilidad a la trama y la predisponiendo para una parte final
donde el director de “Trilby” vuelve a hacer alarde de una magnífica puesta en
escena con perturbadoras evocaciones acordes a una fábula de fatalidad y
voluntad controlada convertida –con un fuerte marchamo teatral en sus
secuencias- en tema recurrente a la hora de diseccionar lo mucho que de frágil
y contradictorio tiene el corazón.