viernes, 18 de septiembre de 2015

Franco Battiato, “Mondi Lontanissimi” (1985)






Por estas mismas fechas se cumplen treinta años de la primera vez que escuché a Franco Battiato. Fue en septiembre de 1985, y la canción era “La estación de los amores”, incluida originalmente –en italiano- en el álbum “Orizzonti perduti”, publicado un par de años antes. La adaptación al castellano de “La stagione dell'amore” volvía a estar de plena actualidad al final de aquel verano por haber sido extraída como single de su recopilatorio para el mercado español “Ecos de danzas sufí”. Una bendita rareza. En una época de artistas y grupos rutilantes –compitiendo en juventud, modernidad y pose supuestamente novedosa- esta canción –y, por extensión, el solista que la interpretaba- descolocaba por su –aparentemente- improvisada vocación anacrónica y su desorientada sonoridad. Ya por entonces, perfilando la imagen que muchos desde entonces tenemos del siciliano, nos preguntábamos: ¿de dónde ha salido este tipo, que parece un rector seminarista, haciendo esas canciones  de raras melodías y tecnología de bajo presupuesto?.
Fenómenos como Battiato eran en los ochenta más habituales que hoy en día: en un momento actual donde todo está absolutamente compartimentado y el crossover generacional o estilístico apenas es una gracieta de frikis de fin de semana, y donde apenas hay sorpresa más allá de los férreos dictados de las agencias de márketing y publicidad de las multinacionales que aún se reparten el pastel mediático, aquella década casi resulta impensable. Todo estaba mezclado sin apenas criterio en las listas de éxito: impenitentes canciones del verano, grupos new wave, viejas glorias de la black music, cantantes melódicos, hits italo disco, progresivos reciclados, folclóricas, superestrellas pop-rock y experimentos varios entre lo prefabricado y la canción de autor remozada.
Normal por tanto que en medio de tanto popurrí disparatado nuestro hombre encontrara acomodo, previa adaptación al castellano de algunas de sus más reconocidas creaciones.





La historia es de sobra conocida: Battiato empezó en los sesenta presentándose a todo festival de la canción que fuese necesario, introduciéndose después de lleno en la psicodelia y el rock progresivo (firmando algunos incunables de este último género en el mercado italiano) y sufriendo una transformación -muy de agradecer- a la altura de 1979 con el álbum “L'era del cinghiale bianco” donde, de manera más o menos clara, se internaba en contextos nuevaola y canciones inmediatas siempre, eso sí, con el marchamo propio del autor de “Il re del mondo”, esto es: pespuntes sinfónicos, guiños a la música barroca y unas letras laberínticas que se mueven entre la alusión erudita, el ripio autoconsciente y la escritura automática. Si añadimos, entre otras muchas cosas –sus referencias orientalistas, por ejemplo- la asunción de la electrónica pop como sustento de muchas de sus composiciones, tendremos el periodo 1979-1988 (que comprende desde el ya citado “L'era del cinghiale bianco” hasta el intimista “Fisiognomica”) como el más fértil y memorable de su carrera, demostrando una pasmosa facilidad para fusionar el hit iconoclasta con la restaurada ‘canción italiana’, muy acorde con aquellos vertiginosos años.






“Mondi lontanissimi” (publicado en el mismo año que “Ecos de danzas sufí”) es, junto con “La voce del padrone” (1981), el mejor disco de Franco Battiato de ese periodo, que abarca un total de 8 lp’s y donde no se incluyen los discos realizados en español o inglés que no eran otra cosa sino compilaciones de algunas de sus mejores canciones, adaptadas a aquellos idiomas con el objeto de internarse en sus respectivos mercados: desde luego en el español –mucho más cercano culturalmente a este tipo de proposiciones mediterráneas- consiguió de manera holgada su objetivo: en el periodo 85-87 Battiato se convirtió en un meteorito imparable que no paraba de sonar en FM’s y programas de variedades de la televisión de la época.
Me atrevería a decir que “Mondi lontanissimi” es incluso más completo que “La voce”: por lo menos no tiene, como éste, una canción rockera tan sobrepasada por el tiempo –incluidas sus manifiestas referencias- como “Cucurucucú”. Ya desde la portada –y título- de “Mondi” se advierten muchas de las constantes que se verán reflejadas en el interior del disco: la pasión por la astronomía, por lo trascendental y por la insignificancia humana –aparece Battiato en penumbra como un anónimo chamán, con el exclusivo cometido de servir apenas de correa de transmisión con el infinito- en un escenario muy de andar por casa –ese tecno-pop casero representado en un planeta de mentira en plena era pre-climalit-.





Los títulos de las canciones y gran parte de los textos que de ellos penden se involucran en dar empaque a su propuesta conceptual. “Via Lattea” oficia de proposición introductoria –el arranque del viaje-, tanto a nivel meramente cósmico y naturalista como metafóricamente amatorio. En “Risveglio di primavera” traza un par de frescos donde inserta costumbrismo histórico en medio de proclamas anti-imperialistas. En “No time no space” se incluye en una de sus líneas el título genérico del álbum (“háblame de la existencia de mundos lejanísimos”) y redunda en conflictos cosmogónicos y dualidades alegóricas entre los avances científicos y la pulsión sentimental.
En “Personal computer” anticipa la normalidad cibernética actual con el habitual batiburrillo místico tanto en lo musical –ese tecno “arábigo”- como en lo específicamente lírico, azuzado por una narración intelectualoide presta a mezclar nociones de manera arbitraria.
“Temporary road”, entre arrebatos dodecafónicos y electrónica de mercadillo, insiste en la extrañeza diaria bajo con el habitual gracejo existencialista de Franco.
“Il re del mondo” tiene uno de los más irresistibles arreglos sintetizados del disco, mientras proclama su reticencias sobre los conflictos de los señores de la guerra.
“Chanson egocentrique” aprovecha, sobre una reflexión existencial-mercantilista, para hacer un autorretrato fidedigno (“I sing for EMI Records”) y “I treni di Tozeur”, cuya solución musical, no nos engañemos, parece sacada del por entonces casi contemporáneo “Capriccio russo” de Luis Cobos, dispone de recursos operísticos en forma de añadidos y funde en la letra acontecimientos históricos con la “nostalgia” lírica espacial que recorre todo el disco.
“L'animale”, que cierra esta obra maestra, es uno de los momentos clave del disco y en general del repertorio de Battiato (siempre aclamada en sus conciertos). El lado más íntimo y paradójicamente virulento del siciliano.  Todo un tratado sobre la complejidad interior y los desajustes del ser humano.


Mundos lejanos, afectos profundos: la diana más certera de don Franco Battiato.

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