Por estas mismas fechas se cumplen treinta años de
la primera vez que escuché a Franco Battiato. Fue en septiembre de 1985, y la
canción era “La estación de los amores”, incluida originalmente –en italiano-
en el álbum “Orizzonti perduti”, publicado un par de años antes. La adaptación
al castellano de “La stagione dell'amore” volvía a estar de plena actualidad al
final de aquel verano por haber sido extraída como single de su recopilatorio
para el mercado español “Ecos de danzas sufí”. Una bendita rareza. En una época
de artistas y grupos rutilantes –compitiendo en juventud, modernidad y pose supuestamente
novedosa- esta canción –y, por extensión, el solista que la interpretaba- descolocaba
por su –aparentemente- improvisada vocación anacrónica y su desorientada
sonoridad. Ya por entonces, perfilando la imagen que muchos desde entonces
tenemos del siciliano, nos preguntábamos: ¿de dónde ha salido este tipo, que
parece un rector seminarista, haciendo esas canciones de raras melodías y tecnología de bajo
presupuesto?.
Fenómenos como Battiato eran en los ochenta más
habituales que hoy en día: en un momento actual donde todo está absolutamente
compartimentado y el crossover
generacional o estilístico apenas es una gracieta de frikis de fin de semana, y donde apenas hay sorpresa más allá de
los férreos dictados de las agencias de márketing y publicidad de las
multinacionales que aún se reparten el pastel mediático, aquella década casi
resulta impensable. Todo estaba mezclado sin apenas criterio en las listas de
éxito: impenitentes canciones del verano, grupos new wave, viejas glorias de la
black music, cantantes melódicos, hits italo disco, progresivos reciclados,
folclóricas, superestrellas pop-rock y experimentos varios entre lo
prefabricado y la canción de autor remozada.
Normal por tanto que en medio de tanto popurrí
disparatado nuestro hombre encontrara acomodo, previa adaptación al castellano
de algunas de sus más reconocidas creaciones.
La historia es de sobra conocida: Battiato empezó
en los sesenta presentándose a todo festival de la canción que fuese necesario,
introduciéndose después de lleno en la psicodelia y el rock progresivo
(firmando algunos incunables de este último género en el mercado italiano) y sufriendo
una transformación -muy de agradecer- a la altura de 1979 con el álbum “L'era
del cinghiale bianco” donde, de manera más o menos clara, se internaba en
contextos nuevaola y canciones inmediatas siempre, eso sí, con el marchamo
propio del autor de “Il re del mondo”, esto es: pespuntes sinfónicos, guiños a
la música barroca y unas letras laberínticas que se mueven entre la alusión
erudita, el ripio autoconsciente y la escritura automática. Si añadimos, entre
otras muchas cosas –sus referencias orientalistas, por ejemplo- la asunción de
la electrónica pop como sustento de muchas de sus composiciones, tendremos el
periodo 1979-1988 (que comprende desde el ya citado “L'era del cinghiale bianco”
hasta el intimista “Fisiognomica”) como el más fértil y memorable de su
carrera, demostrando una pasmosa facilidad para fusionar el hit iconoclasta con
la restaurada ‘canción italiana’, muy acorde con aquellos vertiginosos años.
“Mondi lontanissimi” (publicado en el mismo año
que “Ecos de danzas sufí”) es, junto con “La voce del padrone” (1981), el mejor
disco de Franco Battiato de ese periodo, que abarca un total de 8 lp’s y donde
no se incluyen los discos realizados en español o inglés que no eran otra cosa
sino compilaciones de algunas de sus mejores canciones, adaptadas a aquellos
idiomas con el objeto de internarse en sus respectivos mercados: desde luego en
el español –mucho más cercano culturalmente a este tipo de proposiciones
mediterráneas- consiguió de manera holgada su objetivo: en el periodo 85-87
Battiato se convirtió en un meteorito imparable que no paraba de sonar en FM’s
y programas de variedades de la televisión de la época.
Me atrevería a decir que “Mondi lontanissimi” es incluso
más completo que “La voce”: por lo menos no tiene, como éste, una canción
rockera tan sobrepasada por el tiempo –incluidas sus manifiestas referencias-
como “Cucurucucú”. Ya desde la portada –y título- de “Mondi” se advierten
muchas de las constantes que se verán reflejadas en el interior del disco: la
pasión por la astronomía, por lo trascendental y por la insignificancia humana
–aparece Battiato en penumbra como un anónimo chamán, con el exclusivo cometido
de servir apenas de correa de transmisión con el infinito- en un escenario muy
de andar por casa –ese tecno-pop casero representado en un planeta de mentira
en plena era pre-climalit-.
Los títulos de las canciones y gran parte de los
textos que de ellos penden se involucran en dar empaque a su propuesta
conceptual. “Via Lattea” oficia de proposición introductoria –el arranque del
viaje-, tanto a nivel meramente cósmico y naturalista como metafóricamente
amatorio. En “Risveglio di primavera” traza un par de frescos donde inserta
costumbrismo histórico en medio de proclamas anti-imperialistas. En “No time no
space” se incluye en una de sus líneas el título genérico del álbum (“háblame de la existencia de mundos
lejanísimos”) y redunda en conflictos cosmogónicos y dualidades alegóricas
entre los avances científicos y la pulsión sentimental.
En “Personal computer” anticipa la normalidad
cibernética actual con el habitual batiburrillo místico tanto en lo musical
–ese tecno “arábigo”- como en lo específicamente lírico, azuzado por una
narración intelectualoide presta a mezclar nociones de manera arbitraria.
“Temporary road”, entre arrebatos dodecafónicos y
electrónica de mercadillo, insiste en la extrañeza diaria bajo con el habitual
gracejo existencialista de Franco.
“Il re del mondo” tiene uno de los más
irresistibles arreglos sintetizados del disco, mientras proclama su reticencias
sobre los conflictos de los señores de la guerra.
“Chanson egocentrique” aprovecha, sobre una
reflexión existencial-mercantilista, para hacer un autorretrato fidedigno (“I sing for EMI Records”) y “I treni di
Tozeur”, cuya solución musical, no nos engañemos, parece sacada del por
entonces casi contemporáneo “Capriccio russo” de Luis Cobos, dispone de
recursos operísticos en forma de añadidos y funde en la letra acontecimientos
históricos con la “nostalgia” lírica espacial que recorre todo el disco.
“L'animale”, que cierra esta obra maestra, es uno
de los momentos clave del disco y en general del repertorio de Battiato
(siempre aclamada en sus conciertos). El lado más íntimo y paradójicamente
virulento del siciliano. Todo un tratado
sobre la complejidad interior y los desajustes del ser humano.
Mundos lejanos, afectos profundos: la diana más
certera de don Franco Battiato.
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